Teníamos al vecino con el perro enlobado, con la manguera ventosa, con el reguetón mañanero, con el somier del Oeste, con el misterio de las canicas rodantes y los tacones a cuatro patas, con la tertulia de los grillos y el cubata, con el grito del butano y del centrifugado, y ahora vamos a tener que aguantar al vecino de móvil. Teníamos al vecino de piso, con intimidades traslúcidas; al vecino de chalé, con efluvios de jazmín y gazpacho; al vecino de sombrilla, con niños como salvajes que han derribado la empalizada y sandías llenas de arena como un balón medicinal; y ahora también al vecino de móvil, con dos mensajes para distinguir si es un imbécil o un psicópata.

Los vecinos molestan, están ahí para molestar. No van a hacer otra cosa, no te van a fregar los platos ni a dormirte con una nana. Lo más, te van a regar una planta, siempre con miedo a que te abran el cajón de las bragas; te van a ayudar con una bolsa, con tu sospecha de si las utilizarán para transportar descuartizados, o te van a violentar con unas mallas con excesiva cargazón, esa cargazón que ves moverse en negro como una pantera y te da el mismo escalofrío. Las personas civilizadas aspiran a no tener vecinos. Y, si los tienes, al menos no descubrir demasiados vecinos nuevos, cosa que suele pasar en verano.

Las personas civilizadas aspiran a no tener vecinos o, al menos, no descubrir demasiados vecinos nuevos

El verano es como toda la gente del mundo metiéndose en tu metro cuadrado y queriéndolo hacer una cama de agua. En el chiringuito, donde comes pimientos con pies; en la terraza, donde te salpican la cerveza, las colonias y los intentos de cortejo de los otros, absurdos, entre gambones y fantasmadas; en las barras de esos bares tartamudos de luz y música, donde todos parecen tener diez manos y diez culos. El verano es toda la gente del mundo siendo de repente tu vecino, lo que hace que tus vecinos propiamente dichos, incluso los vecinos ocasionales del verano, se crean ya amigos, o hermanos de alguna secta de barbacoas.

En el apartamentito, en el hotel, en el alojamiento rural, siempre está esa gente que te habla de momento como tu panadero o como tu tía o como la vecina de tu tía, que se plantan ante ti con un cargamento de tomates o de cerámica o de mapas. Esa gente que de repente es como tu vecino de crucero, sin crucero ni nada. Tú simplemente estás en esa casita aparrada de sombra, o en ese patio de tinajas y chorritos, o en esa playa con sintonía de bombón helado, y de repente ya tienes como un compañero de barca al lado, asomándose por los setos o por las dunas como una serpiente bíblica, de Eva o de Noé.

Ese insufrible del whatsapp, el de los gifs con caritas, ése es el que te va a escribir diciéndote que es tu vecino de móvil

Y ahora, encima, un vecino de móvil, hombre. Un tonto llamando a tu whatsapp, con lo pesada que es esa gente de whatsapp. Esa gente que está tan aburrida que tiene que poner su saludo al sol, su ceremonia del té, su poemita con bonsái, su meme de Forocoches, en todos sus grupos de whatsapp, a todas las horas, hasta que se despide con una luna rodeada de hadas polillas o un botellín que duerme entre dos tetas. Esa gente de esos grupos en los que hay jerarquías y celos como en una fábula de monos. Porque es a esa gente coñazo del whatsapp a la que ahora le brillan los ojos con esta nueva idiotez. Ese insufrible del whatsapp, el de los gifs con caritas, el del viejo audio del Risitas, el de los chistes de señoras con rodillo, ése es el que te va a escribir diciéndote que es tu vecino de móvil.

Uno está ahora entre ahogar al niño de la pelotita, con su flotador de delfín y todo, contra la moral y contra Arquímedes, o ahogar a sus padres, con esa alegría de repartir los niños que despliegan los padres en verano. Uno está entre la suegra y la salmonelosis, entre el fastidio y la lipotimia, con toda la olorosa humanidad metida contigo en ese ascensor o en ese desagüe que es el verano. Uno está salpicado, rozado, despertado, mordido y saludado de más… ¿y va a tener que aguantar encima a un vecino de móvil? Un pesado, un tonto o un psicópata. Uno preferiría al psicópata, claro. Pero si no lo es él, lo seré yo. Al segundo mensaje se dará cuenta.