Pequeña, como recogiéndose, y vestida entera de gris aparecía ayer Svetlana Alexiévich. Ella, la voz de las mujeres de la guerra, de los niños, de todo lo que ocurrió en Chernóbil. La mujer que ha visto y escuchado lo peor del siglo pasado no habría tocado el suelo con los pies al sentarse en la silla del auditorio de la Fundación Telefónica si no llega a ser por el tacón de sus botas.
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