Nos quedamos mirando desde el coche. La carpa. Enorme. O lo supongo. Tenía unos siete años y a esa edad todo es más espectacular que la realidad. Aún no habíamos comprado las entradas e íbamos con tiempo. Mi padre y yo. Un mano a mano porque mi hermano era aún demasiado pequeño para aguantar un par de horas sentado y quieto.

Para seguir leyendo Regístrate GRATIS