Ellos ya eran Gandhi, Mandela, Rosa Parks, Luther King, y ahora son también Hong Kong. La sentencia del procés va a devolver al independentismo a la comodidad de la melancolía, se notaba en la intervención del mismo Torra, entre estribillos y candilejas. También se le notaba a Junqueras cuando aseguraba que volverán con más fuerza, como lo aseguran los mesías que han fallado en la fecha de su fin del mundo, de su redención o de su ovni, porque si no se les van las grupis con corona de margaritas y los fieles de persignarse ante el cepillo. Eso sí, antes de volver a esa paz uterina de la melancolía, a la cajita de música y agravios que les hace de nana infantil mientras la pela vuelve a ser la pela, aún tienen que aparentar fuerza, determinación, esperanza. Antes, se puede ser Hong Kong, que está de moda como La casa de papel, con sus máscaras y sus trucos escénicos y su moralina de Robin Hood de musical.

Se puede ser un rato Hong Kong pero será inútil, claro. La sentencia, aun en versión de achicoria, entre la rebelión aguada y la sedición hormonada, ha matado el procés, lo veremos pronto en los propios movimientos de supervivencia política de los indepes. Pero aún se puede ser Hong Kong, que sale en todas las televisiones del mundo y en las pantallas de refrescos y bragas de Times Square. Con esa estampida de gente entre los trenes como caballos en el Oeste, con esa especie de Nochevieja rebelde (perdón, sediciosa), con esa apariencia de tomar, siquiera por un día, una colina simbólica, parar el aeropuerto o apagar una manzana de la ciudad como se apaga una noria; con eso, decía, se puede mantener la esperanza que sostenga luego la larga melancolía de la espera eterna, como la espera eterna del mesías.

La catarsis, el aeropuerto tomado, la policía cargando, eso proporciona gasolina emocional para el nuevo viaje. La gasolina racional ya es otra cosa

Así es su bucle melancólico, la máquina circular que mueve ese sistema suyo que repite espera, lucha, derrota y reafirmación, como las sectas adventistas, generando entre tanto ese negocio de todas las sectas con paraíso de plenitud o de porro. Ver a Mas entre las caras de entierro del día fue la gran ironía reveladora. Hace falta la catarsis de rabia antes de volver a la normalidad, a la decepción, a la piedra de Sísifo que para esos negocios de los paraísos, insisto, es una auténtica piedra de molino. Volver a Mas, en fin. La catarsis, el aeropuerto tomado, la policía cargando, eso proporciona gasolina emocional para el nuevo viaje. La gasolina racional ya es otra cosa.

En realidad, si ellos tienen que ser Hong Kong, como tienen que ser Gandhi o Mandela o aquel ángel con pelucón que hacía Michael Landon en Autopista hacia el cielo, no es tanto por aprovechar una táctica o un hit ya hecho sino porque no tienen nada autóctono que ofrecer. Es decir, no pueden ofrecer a la lectura los panfletos racistas de sus líderes políticos ni intelectuales, ni presentar desnuda su ambición de privilegios económicos, sentimentales y mitológicos en una de las regiones con más autonomía y riqueza de Europa. Tampoco van a mostrar cómo su ideología se ha apropiado lo público hasta convertir Cataluña en lo más cercano a una isla totalitaria que existe en Occidente. Tienen que mimetizarse en otra cosa, algo que ya sea estampita y sea santo, algo que sea como un Fray Escoba de los derechos humanos y de los pueblos, que en realidad es una contradicción pero ellos no lo ven. Cualquier cosa ya con el cielo y la enciclopedia ganados, o tendrían que revelar lo que son de verdad.

La sentencia ha reiniciado la melancolía y el negocio. No acabará con la persecución de los discrepantes ni con el Estado demediado que rige en Cataluña

Son Gandhi, son Mandela, son Rosa Parks, son lo que haga falta. Y ahora también son Hong Kong, esa mosca que lucha contra el gran dragón. Podrían cantar We are the world mientras marcan y asesinan civilmente a los disidentes. Ellos son Hong Kong porque taponan un aeropuerto, y son demócratas porque dicen, pareciéndose más a Mussolini que a Kennedy, que no importan las leyes cuando todo el pueblo, al menos el pueblo que cuenta, está en la calle. Copian y coleccionan las luchas justas o desiguales porque sin eso sólo les quedaría racismo, catetismo y ventajismo. Son Gandhi, son Mandela, son Rosa Parks; son el mundo y son los niños, son los que van a traer un día más brillante y lo pueden cantar con coros de voces blancas y antorchas de linchamiento. Son todo eso a la vez que niegan la democracia, la libertad y la razón.

La sentencia del Supremo ha reiniciado la melancolía y el negocio. No acabará con la persecución de los discrepantes ni con el Estado demediado que rige en Cataluña. Pero ahora se pensarán mejor eso de saltarse las leyes con tanta grosería y suficiencia. Y siempre les quedará cortar una vía con un tractor o con una vaca para hacerse la foto con rueca de los grandiosos luchadores de la libertad. Lo mismo salen en Times Square al lado de Spiderman o de un tanga.