En su despacho de jefecillo del Movimiento, con la bandera hecha una trenza, con la pasamanería de la patria igual que la ropa colgada de un húsar, con los papeles ordenados en una cuadrícula de cementerio, papeles de yeso o mármol porque los papeles reales o vivos nunca estarían así, como en un funeral naval; en su despacho con un tabicado de libros como de caja de ahorro o patronato de turismo, afeado aún más por la presencia de un porrón estilizado, un porrón artesano/artístico, un porrón de feria de muestras; en su despacho de jefecillo de sindicato vertical o de fábrica de obleas bendecida o participada por Marta Ferrusola, allí, decía, el pequeño líder espera, con la puerta cerrada, el momento de escenificar una soledad de héroe o de farero, la presidencialidad de un Kennedy de caja de ahorros y porrón, agotado por la traición y por el trabajo y la responsabilidad de sostener el bolígrafo como una rueda de timón.

El vídeo de Torra es el documental que haría alguien que cree que no se le notan las mentiras, el guion ni las telarañas en el bolsillo o en la cabeza, como Torra o Lopera

Llega un secretario como un secretario de obispo, cura o medio cura ya de tanta camisa negra y tanto llevar licorcitos de sagrario, que al jefecillo se le ve una copita vacía en la mesa, copita como de vino de vieja o de agua del Carmen o de quina San Clemente o alguna cosa así, algo en todo caso de hombre santo, de vicio inocente o de leve enfermedad de ricino. Me fijo en que el jefecillo tiene también un libro a la izquierda, que no distingo, y que le hace como de general de los papeles formados en la mesa o de Biblia de un tío cura. En la estancia, toda aglomerado y lámina de almanaque y cartapacio de ambulatorio, ese libro me parece el único libro real, como aquellas familias que sólo tenían un libro entre muchas fotos de bodas y bautizos con marco grueso, como de repostería de plata falsa. El libro solía ser un diccionario enciclopédico que llenaba todo el salón de pobre como una locomotora de tren de pobres. El jefecillo parece hombre de un solo libro o de libros sobre lo mismo, quizá la salvación o quizá los bragueros o quizá la provincia con sus campanarios.

El secretario o cura o camarero de licorcitos de santo o de moscatel de viejas llama con la prudencia de entrar en el dormitorio del Cielo, abre la puerta, se muestra el despacho que sólo conocíamos los guionistas, y es cuando el jefecillo deja su trabajo inventado como de puzle de aire o de barco de botella invisible, oye como el secretario le dice que Sánchez no se pone, se echa para atrás, dice “qué cojones” y suelta el bolígrafo como un volante o una batuta o el micrófono de comediante. Y ahí se queda el jefecillo, que no parece un héroe abandonado resistiendo, sino sólo un fraile barométrico, ese higrómetro de fraile que todo el mundo tenía antes, un cartón entre tempestades de cartón para predecir los cataclismos del patio y de la parra.

El jefecillo, el pequeño líder, Torra como sabrán, ha protagonizado este vídeo que no es comedia, ni siquiera algo de Monty Python, aunque le pegaría ese sketch del Ministerio de Andares Tontos, ya que Torra tiene algo de esa institucionalidad del absurdo y algo de inglés imperial o sagrado muy llovido por dentro, como una ermita, y con el paraguas de la raza atragantado. No, ni es eso ni algo de Polonia. Este vídeo, para ellos, es un documental. Es una prueba. O sea, se parece más a aquel famoso vídeo de Lopera con el Banco Hispanoamericano, como ha apuntado ya la gente por ahí. Es el documental que haría alguien que cree que no se le notan las mentiras, el guion ni las telarañas en el bolsillo o en la cabeza, como Torra o Lopera. Alguien que no se da cuenta de su ridículo, como el de “mira la magia de mi melena”. Como ese vídeo de Franco en el que su hija manda un mensaje a los niños del mundo mientras el dictador mueve la boca con las palabras que va diciendo ella, como un ventrílocuo siniestro, con la mano diabólica metida en el alma de la niña como en la de España. 

El jefecillo del Movimiento, éste otro, el pequeño líder, en su despacho de marino mercante de la patria, en el escaparate de mercería de su grotesca solemnidad operística, trabajándose el guion de tontos que los tontos no notarán, ese guion de todo el procés, en fin. Yo, no sé por qué, me fijé en las papeleras, varias papeleras que salen en el vídeo, sin un papel, todas vacías o vaciadas, todas con la bolsa con su embozo perfecto, como la colcha de una cama nupcial o como una mortaja. La basura borrada, como el mal borrado, como la violencia borrada; la escenificación de una limpieza antinatural y funesta, como la limpieza de los asesinos, como la limpieza de la raza. La pulcritud de la mentira. El vídeo del jefecillo era también, en este sentido, perfecto.