El tuit de Albert Rivera pidiéndole a Cristina Morales que quemase los 20.000 euros del Premio Nacional de Narrativa me ha parecido el mejor final para el mes de las autoras. Si alguien no sabía quien era Morales, tan joven, tan ella, tan todo, Rivera se ha encargado de resolverlo. También ha dejado entrever que, para él, el galardón no sólo tendría que valorar la calidad y originalidad de una novela, sino, además, analizar la ideología de su autor. Ahora hay cinco meses de cola en las bibliotecas para poder leer un libro de Morales.

El otro día alguien me dijo que si no estaba harta de leer libros escritos por mujeres. Menudo boom, añadió, parece que ahora solo se pueden publicar y comprar novelas o ensayos de autoras. Supongo que estaría aturdido con tanto hashtag de este octubre reivindicativo, con tanta tipa contando lo que llevaba años callando porque pensaba que no le iba a interesar a nadie, con una mujer, rapada y sin miedo a decir nada, ganando el Premio Nacional.

En una sociedad que sin darse cuenta te sitúa en un lugar, en ellas me hallé en todos

Leería a muchas más mujeres si tuviese el tiempo para hacerlo. También leo a muchos hombres. Pero en ellas me encontré. En ellas me hice, me creé, me quise. En una sociedad que sin darse cuenta te sitúa en un lugar, en ellas me hallé en todos los que yo quería estar y en los que no.

Gracias a estas mujeres no me dio miedo sentirme triste cuando tuve a mi hijo, tampoco me dio miedo ponerme a escribir. Me sentí protagonista, cuando me habían dicho que era mejor ser discreta. Vi que cualquier cosa era posible y dejé de sorprenderme cuando eran ellas las que lo conseguían.

Descubrí que podía hablar en alto de esa sensación constante de ser un fraude, de ese síntoma de la impostora, "porque es algo que nos ocurre a todas", como me dijo la escritora y periodista Noemí López Trujillo. Encontré en Anaïs Nin la lujuria en primera persona, en Svetlana Aleixeévich la necesidad de narrarlo a través de nuestra voz, en Mary Karr la vida, en Mary Beard la fuerza. Todo estaba en los poemas de Alejandra Pizarnik o de Sylvia Plath, la derrota absoluta en los de Alfonsina Storni. Hasta J.K. Rowling y su Hermione ayudaron a las niñas de mi generación a tener un referente más fuerte.

Y no nos vayamos tan lejos. Esther Vivas o Nuria Labari te sirven, con sus libros de maternidad, para apoyarte cuando piensas que todo lo haces mal, porque te han dicho cómo tenía que ser y a ti te está pasando todo lo contrario.

Y así, miles de ellas, como faro de costa para todos nosotros

Lees a Sally Rooney y qué liberación. Areilis Uribe y su Quiltras te resitúa. María Sánchez te abre la mente con su Tierra de mujeres. Siri Hustvedt te enseña que da igual que tu espejo sea Paul Auster, que tú puedes ser igual y hasta mejor. Y así, miles de ellas, como faros de costa para todos nosotros. Como normalización de temáticas, de ansias, de miedos, de necesidades, de equivocaciones. También como ejemplo de que la literatura en femenino es igual de brillante y, a veces, incluso más.

En octubre se han reivindicado autoras porque aún faltan muchas. Porque recuperamos a aquellas que olvidamos, a todas las que la sociedad dejó en un segundo plano o trató con indiferencia cuando sus libros deberían haber llenado escaparates y estanterías. Porque, como bien explicaron Soledad Puértolas y Luna Miguel, que acaba de publicar El coloquio de las perras recuperando a muchas escritoras latinoamericanas, en una entrevista a El País por el día de las escritoras: "Si algo es femenino es humano".