Mariano Rajoy fue un señor del Greco funcionario, que estuvo y quedó como una sombra en la pared de su presidencia conventual. Desde la pared, desde su marco de madera gruesa y claveteada de portón de iglesia, desde su gorguera como el rosal de la propia barba, él estuvo mirando con pupila lenta o fija, como los cuadros, la política, la vida y toda España. Esos recuerdos de ventanuco, esas memorias desde la pared, las va a publicar en un libro ahora, para diciembre, cuando empiezan a caminar las muñecas de Famosa y se venden los perfumes baratos y las novelas gordas y coloridas como cajas de cereales.

Uno tiene curiosidad por estas memorias, que deben de ser algo así como unas memorias solipsistas, España y la política como puro pensamiento, como paisaje mental. Rajoy gobernaba sin moverse, eran la política, las crisis, las desgracias e incluso las soluciones las que pasaban a su lado, como la gente en una pinacoteca. Rajoy medía el viento con un dedo gallego y marinero y surfeaba la política. Si acaso abría ese paraguas de hombre de mucho paraguas que parece él, o lo cerraba, según la meteorología. Eso era el arriolismo, religión de la paciencia o de la pachorra. Las cosas caían por su propio peso, Rajoy caía en la larga siesta de los cuadros, y uno no sabe si la crisis se superó o simplemente pasó como las borrascas. Quizá sólo se trataba de no hacer lo que hizo Zapatero. O Rajoy sólo fue un cabañuelista que acertó o medio acertó por casualidad, aplicando ciencia de viejas.

Rajoy, desde la pared (incluso su famoso plasma, que no era de plasma, era otra pared) solventó más o menos la crisis, pero dejó pudrirse lo de Cataluña. Y también dejó pudrirse lo de su partido, entre los mensajes obscenos de Bárcenas y la desatención a la ideología en favor de un sentido común o medianero y de una tarea mecanográfica o ditera de gobernar que no resultaban atractivos. Era un orador sólido, irónico y hasta retorcido, cuando no se liaba en los retruécanos, eso sí. Pero todo terminaba remitiendo siempre a su estatismo y a su serena contemplación de España desde una mirilla o un torno de monja o una pecera, desde su cuadro en una habitación de tinteros y arpas.

Rajoy publica su libro como hacen todos los presidentes, desde su cuadro, lo que pasa es que en su caso el cuadro era de verdad, el cuadro era él

Rajoy ha decidido publicar su libro de memorias como hacen todos los presidentes, desde su cuadro, lo que pasa es que en el caso de Rajoy el cuadro era de verdad, el cuadro era él. Lo va a hacer después de rectificar “sus fundadas prevenciones contra esta incursión en el mundo de la escritura”, ha dicho, cosa que no termino de entender, porque ya publicó otro libro en 2011, que era una cosa entre la propaganda electoral y el calendario fotográfico. Quizá se refiere al pudor presidencial, que debe ser diferente al pudor del candidato. El pudor que no tuvo Sánchez, publicando unas memorias entre Dickens y el youtuber.

Todos los presidentes deben tener su libro, creo yo, no por entender España sino por entenderlos a ellos. Con Sánchez funcionó y así supimos que era una especie de Hanna Montana trepa. Con Felipe González vimos que es como una naviera de la socialdemocracia. Con Zapatero, que está entre Oz y Jodorowsky o Krishnamurti, que yo los confundo. Y Aznar simplemente tiene demasiados libros, es un gurú con la franquicia del bigote o de la ausencia del bigote, bigote que se quita y se pone como las gafas, para hacer sabiduría nueva en cada portada. Lo de Rajoy tiene pinta de petición de indulgencia con la mano en el pecho, claro, por no defraudar al Greco. Ninguno son Azaña, ni Churchill, pero esta pinacoteca de presidentes iluminadores o consoladores ayuda a entenderlos a ellos y a entendernos a nosotros ante ellos.

Rajoy dice que tenía que escribir este libro para que nadie contara por él lo que pasó. Desde la pared siquiera, espero que Mariano Rajoy nos explique lo de Bárcenas más allá de esa jura de Santa Gadea que hizo en su ocasión. Y la moción de censura, que dejó que ocurriera como mirando a la lluvia hacer cartas de suicida en los cristales de un mesón. Que nos explique lo de Soraya y lo de Cospedal, por qué la guerra, por qué no tenía más herencia para el PP que esa sombra en la pared de señor emparedado en su retrato, la hacienda pobre de su mancha. Que nos lo explique no para saber la verdad, quién se atreve a eso, sino al menos para entender por qué no se bajó nunca del cuadro ni para apagar las luces al marcharse definitivamente a esas profundidades de luto y franela del Greco.