Uno de los principios básicos del progreso en todas las áreas de la vida es el de la competencia. A lo largo de la historia, se dan casos en que esto da paso a rivalidades que, con el tiempo, se van acrecentando hasta dar origen a verdaderas guerras intelectuales entre dos posturas opuestas y contrincantes.

En el mundo de la economía académica sobran ejemplos de teorías, escuelas y postulados tan enfrentados como aparentemente irreconciliables que defienden su preminencia para resolver las dificultades prácticas que la realidad financiera despacha sin aviso ni miramientos.

El ámbito de la gestión de activos financieros no ha sido nunca ajeno a este fenómeno y las dos escuelas principales del mismo, la de la gestión activa y la de la gestión pasiva, han defendido sus bondades a capa y espada y, no en pocas ocasiones, a base de erosionar sus recíprocas debilidades. Dos mundos, en aparente oposición, que requieren ser puestas en contexto.

Para poder profundizar en estas luchas intestinas conviene, pues, definir ambas escuelas y su funcionamiento. La gestión activa de activos financieros es aquella en la que el gestor selecciona las inversiones según su criterio, experiencia y ciencia respaldado por toneladas de estudios y un ejército de analistas con el objetivo de superar la rentabilidad del mercado.

En la pasiva el papel del gestor se diluye y lo que se pretende es obtener una rentabilidad equivalente a la de un índice de referencia, replicando su evolución a través de un software, automatización o inteligencia artificial.

Históricamente, la gestión activa fue la reina indiscutible del manejo de las inversiones

Históricamente la gestión activa fue la reina indiscutible del manejo de las inversiones y el trampolín de fulgurantes figuras de la industria que manejaban miles de millones en los vehículos que pilotaban, empujados con la gasolina de unos mercados tan alcistas que hasta un mono lanzando dardos sobre el Wall Street Journal era capaz de batir al mercado por goleada.

Este experimento aleatorio, realizado a mediados de los años 70 del siglo pasado, demostró que la rentabilidad anual de "la cartera del mono" superaba a la de la inmensa mayoría de los más reputados fondos de inversión contra los que competía y favoreció el surgimiento de una manera de invertir replicando índices bursátiles de cualquier tipo con comisiones mucho más bajas y sin el componente emocional de la intervención humana. Nacía la inversión pasiva o indexada.

Ambos mundos han convivido en un juego de opuestos civilizados durante los últimos 40 años sin hacerse demasiado caso ni tampoco demasiado la puñeta. No fue hasta hace cinco, en los que el inversor de inversores, el hombre que tiene más millones que células en su cuerpo, el multimillonario Warren Buffett, abrió la caja de Pandora de la gestión, al declarar que había recomendado a su mujer invertir la mayor parte de su fortuna en un fondo indexado (de gestión pasiva) al S&P 500 si le ocurriese algo a él.

Tras semejante espaldarazo del Jerjes de Omaha, y en solo cinco años, la gestión pasiva, aquél minúsculo David a la sombra del gigantesco Goliath, no ha hecho más que comerle terreno a la gestión activa y por primera vez en la historia ya hay más dinero en fondos indexados pasivos de bolsa americana que en vehículos gestionados activamente.

La gestión pasiva, hasta hace cuatro días el enemigo a batir entre las gestoras de fondos, ha llegado para quedarse y dar la batalla frente a una gestión activa en horas bajas y que solo en contadas excepciones justifica unas comisiones elevadas frente a unos resultados pírricos cuando no vergonzantes.

Por poner un ejemplo, la rentabilidad media de los fondos de inversión en España en los últimos 15 años ha sido tan solo del 2,39% frente el 4,55% de los bonos del estado y el 5,34% del Ibex 35. En ese mismo período temporal, menos del 9% de los fondos comercializados en España generaron rentabilidades superiores a las comisiones cobradas por su gestión, superiores en muchos casos al 2%.

Ante este panorama a la cuota de mercado de la inversión pasiva en Europa, y sobre todo en España, solo le queda crecer de forma sostenida e imparable a pesar de la bancarización que constriñe la industria de la inversión colectiva en nuestro país y que actúa a modo de escudo frente a los mandobles del espadón pasivo.

El ataque de la gestión pasiva se ha recrudecido espoleado por el fenómeno low cost que todo lo impregna

El ataque pasivo se ha recrudecido espoleado por el fenómeno low cost que todo lo impregna y del que la industria financiera no es ajena. Sin duda esto favorecerá el cambio de tercio de lo activo a lo pasivo y también que se desenmascaren aquellos fondos que cobrando comisiones como si realizasen gestión activa, invierten mecánicamente y tan pegados a los índices (closet indexers) que constituyen un gato por liebre financiero absolutamente injustificable.

En el lícito juego de opuestos, no todo vale y vender gestión activa operando pasivamente sin aportar valor, devolviendo poco menos de la rentabilidad de un índice y generando comisiones tan solo para los departamentos de bolsa, no parece una práctica del todo convincente para apuntalar la antigua preponderancia de la escuela activa.

No obstante no creo que el fenómeno deba ser analizado ni categorizado como el de dos modelos de negocio o dos mundos que compiten a cara de perro, irreconciliables e incompatibles. Estos dos mundos que desde siempre no se tocaban, si se tocaban no se comunicaban, y si se comunicaban no se entendían, pueden ser perfectamente compatibles y un sumatorio ganador en términos de diversificación y rentabilidad financiera para los inversores.

Para ello conviene con transparencia absoluta que las gestoras ofrezcan el valor exacto de la gestión activa de sus fondos con un ejercicio tan sencillo como eficaz: ofreciendo una comparativa entre la rentabilidad conseguida y la que se hubiese conseguido sin mover la cartera. Solo así se justificaría el precio pagado, los retornos conseguidos y la reducción del riesgo inversor.

A la gestión pasiva le convendría una mayor humildad y un desmarque de un excesivo sesgo de infalibilidad

La gestión pasiva también debe hacer sus deberes y sacar a la luz la infinidad de fondos que ofrecen falsa gestión activa. Fondos que internándose en el territorio enemigo de las orillas pasivas son simples versiones de gestión low cost con mínima o nula acción en favor de sus partícipes. También le convendría una mayor humildad y un desmarque de un excesivo sesgo mesiánico de infalibilidad de sus practicantes, pues a base de tanta narrativa triunfadora sus argumentos pierden cierta credibilidad.

En cualquier caso y por mucho que algunos medios se emperren en vender esta competencia como una guerra de estilos de gestión necesitada de vencedores y vencidos, entre dos mundos estancos e independientes, no creo que aquí tenga cabida el antagonismo y sí la comprensión entre dos sistemas que, llevados a su mejor versión, fomenten los mejores resultados en términos de rentabilidades y un trasvase de mejores prácticas de dos realidades vividas desde experiencias opuestas pero del todo reconciliables.

No estando nadie en posesión de la piedra filosofal de las rentabilidades futuras que no les obliguen a elegir un bando en este conflicto inexistente. Ni todos los gestores activos son devoradores de inversores, ni todos los gestores pasivos samaritanos extremos. Para batir al mercado acudan a la batalla con las mejores tropas de estos dos mundos. Dos mundos entre los que no cabe conflicto ni guerra interna, sino una normal coexistencia y una sana competencia sin vencedores ni vencidos.


Carlos de Fuenmayor es consejero senior de AXA Exclusiv