A Jonathan le rebosa el entusiasmo dando las gracias a los autores que van a presentar a su librería. Es la Delirio de Móstoles, en la calle Sevilla. Allí está él, luchando porque los libros por los que apuesta sean contados por sus escritores. Emocionado al decir porqué ha elegido a este o al otro, porqué lo considera importante, bueno, maravilloso. Yendo a buscar a los vecinos al bar de al lado cuando comienza la presentación.

No van muchos escritores. Ni a ese lado de la M30 ni al lado contrario. Ni escritores, ni pintores, ni artistas… la cultura se centra en la almendra central y todos aquellos que se alejan en Cercanías piden algo de atención. «El prestigio museístico, teatral, cinematográfico de la capital era un prestigio con el cinturón apretado, en concreto, el cinturón de la M30», aseguraba en Yorokobu en 2016 Esteban Ordónez Chillarón. Y poco ha cambiado en estos tres años.

Pasa en Madrid como en cualquier sitio. En mi pueblo, Betanzos, quitaron los cines hace años. Es un pueblo bastante grande y si quieres ir a ver una película el cine más cercano te pilla a 20 minutos en coche. Igual ocurre con el arte, las exposiciones o son de artistas con ciertos vínculos con el lugar o no ocurren.

Hay miles de medianas actividades que no salen de los núcleos fuertes ni a dar un paseo

Pensamos en la cultura como algo global, sobre todo porque viene del pueblo y resulta que se queda atrapada en las ciudades. No digo que la exposición de los dibujos de Goya tenga que hacerse en mi pueblo, tampoco que Amenábar vaya a Móstoles a presentar su película; pero hay miles de medianas actividades que no salen de los núcleos fuertes ni a dar un paseo.

El otro día las redes sociales lanzaban el mensaje de cuidar las librerías. De no comprar en Amazon, que hace una competencia desleal a la hora de vender libros, de salvar a la que tienes cerca de casa. Se nos olvidaron las que están cerca de otros, por los libreros y por los lectores que no tienen, muchas veces, ni la opción de pedirlo por internet.

Se nos olvidó que cuando un autor acude a lugares como este les salva la semana, incluso el mes. Que necesitan de ellos, muchas veces, para poder mantener a esa comunidad fiel. Para que el lector siga leyendo. Para que cuando Jonathan les llame salgan rápidamente del bar y entren en su librería.

A Jonathan le rebosa el entusiasmo dando las gracias a los autores que van a presentar a su librería. Es la Delirio de Móstoles, en la calle Sevilla. Allí está él, luchando porque los libros por los que apuesta sean contados por sus escritores. Emocionado al decir porqué ha elegido a este o al otro, porqué lo considera importante, bueno, maravilloso. Yendo a buscar a los vecinos al bar de al lado cuando comienza la presentación.

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