La gente en Nochebuena espera que el Rey, con postura de cuentacuentos y fondo de frutas de Aragón, haga de cura castrense, o de capitán de trasatlántico, o les alegre el día, o les dé la razón, o los vuelva más republicanos, según. Pero el Rey sólo lee discursos de graduación, que es para lo que está. Al Rey, que es alguien que tenemos siempre ahí como vestido de marinerito institucional, no se le puede pedir que haga el trabajo de los políticos, ni el de los ciudadanos. El Rey no es un jefe ni un padre, no nos puede decir qué hacer ni cómo solucionar la papeleta, sólo puede leer el menú de la democracia, que siempre es el mismo, con mayúsculas de carta de parador nacional.

Antes, el discurso del Rey solía criticarse por cursi, turronero y hasta hortera. Con su luz de cabello de ángel, con su belén de talabartero, con su mueble de librero viejo, las obviedades y los topicazos parecían cantados por coros de ardillitas. Ahora, esas obviedades, esas postalitas, esas palabras que ya vienen con campanillita e insulina, como “concordia”, “generosidad”, “respeto”, “entendimiento”, “solidaridad”, “igualdad”, “libertad” (las he sacado del discurso de este año), suenan revolucionarias, escandalosas, incluso insultantes. Sobre todo, para los indepes (que han dicho que era un mitin de Vox), los nacionalistas, los esencialistas y los que andan pendientes de que su cerro o su ingle o su deje tengan consideración diferencial.

Un Rey con discurso universalista y casi masónico sigue siendo un rancio, un carca y un franquista con cojón de charol

Felipe VI ya es un revolucionario. Y es que ahora todo lo común es un insulto, una blasfemia y, paradójicamente, una discriminación. Insistir en la igualdad o la concordia es toda una provocación, todo un motín, cuando sólo existen los legítimos derechos de los que son diferentes, es decir, de los que se definen a sí mismos a partir de derechos que ellos tienen pero los otros no. Y esto, parece, es lo democrático y hasta lo de izquierdas, mientras que un Rey con discurso universalista y casi masónico sigue siendo un rancio, un carca y un franquista con cojón de charol.

El PNV se ha mosqueado porque el Rey no mencionó al País Vasco, no vaya a ser que a los vascos los confundan con los palentinos y tengan que valérselas por ahí sólo con derechos de palentino, que les suena a tener derechos de portugués. También Torra se ha enfadado porque el Rey habló de Cataluña como una “preocupación”, cuando todos saben que allí la única preocupación la causa el Estado español empeñándose en que la ley se cumpla y en que la ciudadanía siga siendo ciudadanía en Reus, Capdepera o Trebujena. Es curioso cómo estos indepes, estos republicanos (falsos republicanos) suelen quejarse de que el Rey ha sido poco político, o sea poco Rey. Son republicanos que creen que el Rey tiene que hacer política, que tiene que manejar su poder y su magia medievales, dormir con la corona puesta y ordenar a los políticos y a los poderes del Estado qué hacer, así con un bastón con dedito.

Sánchez anda a lo suyo, cargando sus trineos de espejos, desodorante y espumillón, y ya sólo tenemos al Rey defendiendo las obviedades democráticas

El Rey hace el discurso de siempre como el mazapán de siempre, es todo lo demás lo que se ha movido, hasta conseguir que un discurso como de la Coca Cola resulte revolucionario. El posmodernismo sanchista lo ha conseguido. Un Sánchez, por cierto, al que no se le ve. Tendría que ser él, más que el Rey como haciendo de Bill Cosby navideño, el que defendiera el imperio de la ley, la igualdad de los ciudadanos y la honra de una de las democracias más avanzadas del mundo. Pero Sánchez no chista mientras Torra dice que lo que preocupa en Europa es España, que “vulnera los derechos humanos”. Torra, a quien se le ha permitido dirigir Cataluña como un estanquito totalitario, el que niega los derechos ciudadanos y políticos de más de la mitad de sus habitantes, se pone a hablar de “derechos humanos” y es cuando nos damos cuenta de que Sánchez va a consentir todas las humillaciones hasta que pueda llamar otra vez tranquilo al colchonero presidencial, que ya es como un panadero real.

No sólo se trata de la situación en Cataluña, es que Sánchez está permitiendo que los modelos totalitarios del independentismo nos vayan infectando. Se presiona a la abogacía del Estado o a la Fiscalía (que ya sabemos de quién depende), y el Estado se debilita con esas posturas (Batet o Celaá) que defienden que la ley se acomode al delincuente o que advierten de la aciaga herencia de la sentencia del Supremo. Eso sí mina la democracia, no un condenado que cumple prisión como condenado, ni negarse a que exigencias sentimentales de una minoría acaben con los derechos cívicos de todos.

Sánchez anda a lo suyo, cargando sus trineos de espejos, desodorante y espumillón, y ya sólo tenemos al Rey defendiendo las obviedades democráticas, un popurrí navideño que la alienación política sanchista ha convertido en subversivo. El Rey sale en Nochebuena y ya no esperamos ver una bandera con roscón ni a las muñecas de Famosa. Ahora, Felipe VI parece entre revolucionario y hare krishna.

La gente en Nochebuena espera que el Rey, con postura de cuentacuentos y fondo de frutas de Aragón, haga de cura castrense, o de capitán de trasatlántico, o les alegre el día, o les dé la razón, o los vuelva más republicanos, según. Pero el Rey sólo lee discursos de graduación, que es para lo que está. Al Rey, que es alguien que tenemos siempre ahí como vestido de marinerito institucional, no se le puede pedir que haga el trabajo de los políticos, ni el de los ciudadanos. El Rey no es un jefe ni un padre, no nos puede decir qué hacer ni cómo solucionar la papeleta, sólo puede leer el menú de la democracia, que siempre es el mismo, con mayúsculas de carta de parador nacional.

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