No se asusten, el título del artículo es tan solo un reclamo para atraer la atención del lector. No regresaremos al 36 no, pero solo porque las condiciones sociales y económicas de la España de entonces no se parecen en nada a las actuales. Hoy, mal que bien, todos los españoles comemos tres veces al día y tenemos algo perder. Desgraciadamente sí hay algo prácticamente idéntico a aquella España de la década de los treinta: el odio cerval y el resentimiento que profesan la izquierda y los separatistas a los partidos de derechas. De nuevo la imagen cainita que durante siglos nos caracterizó y que tan bien representó Goya en su “duelo a garrotazos”. Una imagen que ha sido constante en los dos últimos siglos de nuestra historia con la muy honrosa excepción de los cuarenta años de vigencia de la Constitución de 1978 que ahora pretenden echarse por tierra.

Las intervenciones de los portavoces durante el debate de investidura y los pactos alcanzados previamente por el PSOE con sus futuros socios de Gobierno nos retrotraen al ambiente guerracivilista de la década de los treinta del siglo pasado. Una situación alentada entonces por el PSOE más radical de Largo Caballero tras el fracaso de su golpe de Estado de 1934 y que se acrecentó desatada, ya en abierto enfrentamiento especialmente con los falangistas, hasta desembocar en un “Gobierno” del Frente Popular incapaz de asegurar la vida y la propiedad. Un ambiente de odio y resentimiento tal, que solo podía desembocar en una guerra civil y en una dictadura de uno u otro signo.

Cuando parecía que, tras años de alternancia tranquila en el poder gracias a una democracia asentada en la Constitución de 1978, derecha e izquierda eran capaces de convivir en armonía, llegó un personaje como Zapatero para estropearlo. Desenterró el odio y la revancha a base de una manipulada memoria histórica y pactó con la organización terrorista que había puesto en jaque a nuestra democracia durante muchos años.

Son los votos de ETA los que deciden quién va a gobernar a 47 millones de españoles

Hoy un aventajado alumno de aquel nefasto presidente se ha permitido dar una vuelta de tuerca más y lo ha hecho de la manera más indigna y bochornosa. No solo ha pactado su elección con la extrema izquierda, con los golpistas de ERC y con los independentistas del PNV, sino que ha hecho descansar su elección en el brazo político de la organización terrorista que asesinó a 856 de nuestros compatriotas. Para vergüenza de socialistas conviene recordar que, de los 856 asesinados, catorce fueron militantes y cargos públicos del PSOE. Mientras Sánchez agradecía públicamente el apoyo de Bildu y sus compañeros del PSOE aplaudían de manera entusiasta desde el escaño, los familiares de las víctimas habrán llorado de impotencia e indignación. Porque ésta y no otra es la realidad, son los cinco votos de EH Bildu los que hacen a Sánchez presidente. Son los votos de ETA los que deciden quién va a gobernar a 47 millones de españoles.

Convendría que algún colaborador leal de Sánchez, si alguno le quedara, se atreviera a sugerir a su ególatra jefe que leyera el discurso de otro socialista en un momento trágico de nuestra historia. Contribuiría de este modo a intentar frenar el desastre al que nos conduce una persona cegada por la ambición. Aquel socialista Se llamaba Manuel Azaña y era presidente de la Segunda República. Lo pronunció en el ayuntamiento de Barcelona el 18 de Julio de 1938 tras dos años de guerra civil. Y lo hizo con la claridad de juicio de quien asume las consecuencias de haberse equivocado amparando que se hiciera política desde el odio y la radicalidad, exactamente los mismos pilares sobre los que Pedro Sánchez construirá su Gobierno.

No fue una arenga a las tropas, sabía que perdían la guerra, que en realidad era toda España la que la había perdido. Pretendió por tanto sacar alguna lección del desastre para las generaciones futuras. Entre otras cosas afirmó lo siguiente  “…Cuando la antorcha pase a otras manos , a otros hombres, a otras generaciones, que les hierva la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelva a enfrentarse con la intolerancia y con el odio y con al apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección : la de esos hombres que han caído magníficamente por un ideal grandioso  y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos. Paz, piedad y perdón”.

No se asusten, el título del artículo es tan solo un reclamo para atraer la atención del lector. No regresaremos al 36 no, pero solo porque las condiciones sociales y económicas de la España de entonces no se parecen en nada a las actuales. Hoy, mal que bien, todos los españoles comemos tres veces al día y tenemos algo perder. Desgraciadamente sí hay algo prácticamente idéntico a aquella España de la década de los treinta: el odio cerval y el resentimiento que profesan la izquierda y los separatistas a los partidos de derechas. De nuevo la imagen cainita que durante siglos nos caracterizó y que tan bien representó Goya en su “duelo a garrotazos”. Una imagen que ha sido constante en los dos últimos siglos de nuestra historia con la muy honrosa excepción de los cuarenta años de vigencia de la Constitución de 1978 que ahora pretenden echarse por tierra.

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