En la aldea de mis abuelos cada vez que alguno se iba a hacer las américas se plantaba una palmera en el jardín. Al principio no existían las fotos y cuando estas llegaron no había dinero para más que un retrato el día de tu boda.

La mitad de mi familia se fue buscando en el otro lado del Atlántico un lugar más agradable, una vida más cálida. Mi abuelo durante muchos años ha ido contando sus historias. Lo hacía con cajas llenas de cartas, las que recibía su abuelo, luego su padre e incluso las suyas, que aunque ya en su época se hacían bastante más fotografías que hoyos en el jardín, es de lo poco que guarda de sus hermanos y sus primos. Siempre hablando de las palmeras.

Y ahí se queda, sin reconocer muchas veces a su hijos, pero entonces llegan las fotos

Ahora cumple 90 años, lo hace con la cabeza en aquellos días. Dicen que la memoria es como una cebolla, que a medida que te haces mayor pierdes las capas de fuera, las nuevas. Él vuelve a su niñez, a su adolescencia y, sobre todo, a sus primeros años trabajando. Revisa esos folios que le han acompañado tantos años y que mis tíos han ido ampliando cuando a él ya le fallaba el pulso. Y ahí se queda, pensando que sus nietos, con los que tanto jugó, son algo parecido a sus compañeros de promoción. Sin reconocer muchas veces a sus hijos.

Pero entonces llegamos nosotros con las fotos. Le enseñamos a sus hijos de pequeños en el jardín, jugando alrededor de la palmera que un día plantaron sus padres por el hijo que se les fue y que aún permanece en pie, a su nietos, subidos en el cortacésped con él como piloto, a su mujer embarazada. A mi abuela haciendo de todo.

Son estas fotos, estas exposiciones que le montamos de vez en cuando las que nos lo traen de nuevo. Con ellas se acuerda de las últimas décadas, se emociona porque ha sido muy feliz. Sin ellas no podríamos convencer a mi abuelo de que el niño que corre ahora por su salón es su bisnieto. De que las cartas que guarda tienen más años que cualquiera de nosotros. Tampoco de que tiene 8 hijos, que sigue viviendo en la aldea donde nació y que tuvo grandes amigos que le acompañaron siempre.

Saquen fotos de todo. Como hizo mi abuelo Tito desde que le pusieron una cámara en las manos. Porque, como él, podrán volver a sus alegrías, a sus miedos. Porque al coger los álbumes del salón, mi abuelo, recupera años de vida. Porque al salir al jardín y ver su palmera, ya no le entra angustia al no recordar quién es el que se ha ido.

En la aldea de mis abuelos cada vez que alguno se iba a hacer las américas se plantaba una palmera en el jardín. Al principio no existían las fotos y cuando estas llegaron no había dinero para más que un retrato el día de tu boda.

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