Confiar en que España tendrá alguna vez una televisión estatal que vuele libre requiere de grandes dosis de vino peleón. La clase política no destaca especialmente por su brillantez, como tampoco por su integridad ni por su altura de miras. De ahí que no quepa esperar que los partidos vayan a asimilar que los medios de comunicación públicos pueden llegar a ser un buen antídoto contra la manipulación. Máxime en un momento en el que los niveles de intoxicación son muy altos y los ciudadanos buscan oxígeno.

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