Soy una seriéfila empedernida. Lo reconozco. Disfruto y me evado muchas noches viendo dos capítulos de la serie que proceda. Normalmente me olvido de quién soy o a qué me dedico. Cosa que no ocurrió ayer.

El 17 de enero se estrenó en Netflix la segunda temporada de Sex Education, una serie que a priori no prometía mucho por tener pinta de ser la típica serie de adolescentes sin chicha ninguna. De pura casualidad, probablemente por no encontrar otra cosa más interesante en la parrilla, un día empecé a verla, casi avergonzada por perder el tiempo. Héteme aquí que la serie me resultó curiosa, divertida. Un capítulo más. Y poco a poco me fui enganchando a esta historia fresca con actores excelentes, que da una visión muy realista, tierna y sin complejos sobre el sexo.

La devoré en pocos días, como se devora lo que te gusta mucho, quedándome con ganas de más.

Pasan los meses y Netflix viene a hacernos la cuesta de enero un poco más amena, ofreciéndonos la segunda temporada. ¡Al ataque! Me dispongo a disfrutar de los buenos ratos que me esperan. Primer episodio, segundo…. Y llega el sexto y me encuentro con uno de los mejores ejemplos gráficos de lo que supone, en este caso para un psicólogo, no ser consciente de la importancia de la protección de datos de sus pacientes.

No quiero hacer spoilers porque soy la primera que huye de ellos como de la peste, pero no puedo dejar pasar esta oportunidad para llamar la atención sobre este tema, puesto que son muchos los psicólogos que me han pedido presupuesto para adaptar sus consultas al nuevo reglamento de protección de datos, sin llevarlo a cabo finalmente, porque les parecía un gasto innecesario. “Si total, lo tengo todo apuntado en una agenda…”.

¿Quién iría a la consulta de un psicólogo si supiera que sus miedos, angustias, fobias y deseos pudieran ser expuestos a ojos de terceros?

Sin entrar ahora a profundizar en el asunto, porque este artículo más que jurídico es anecdótico, lo que es evidente para todos, sobre todo para los profesionales que trabajan cuidando de nuestra salud, es que están tratando nuestros datos más sensibles. Aquellos que sólo ellos, precisamente por su profesión, deben conocer porque el paciente así lo ha decidido. ¿Quién iría a la consulta de un psicólogo si supiera que sus miedos, angustias, fobias y deseos pudieran ser expuestos a ojos de terceros?

Cuando la ley exige que en aquellas clínicas donde haya más de un profesional de la salud es obligatorio contar con un Delegado de Protección de Datos, es porque los que la han redactado tienen muy claro que en esa clínica se están tratando muchos datos, muy sensibles, que de ninguna manera pueden dejar de estar protegidos. Si no es obligatoria la asistencia de ese Delegado en los casos en los que los profesionales trabajan de manera autónoma, es porque se supone que son lo suficientemente responsables como para contar con un protocolo adecuado, adaptado a su actividad individual.

Pero, me temo, no es el caso de muchos de ellos. Y las consecuencias de no hacerlo las podéis ver, claramente, en los capítulos seis y siete de la serie de moda.

A pesar de que no me dejaron evadirme como otras veces los disfruté, como siempre.

Maite Sanz de Galdeano (@maitesdg) es abogada especializada en Derecho Digital y Delegada de Protección de Datos.

Soy una seriéfila empedernida. Lo reconozco. Disfruto y me evado muchas noches viendo dos capítulos de la serie que proceda. Normalmente me olvido de quién soy o a qué me dedico. Cosa que no ocurrió ayer.

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