Junqueras ha salido de la cárcel para dar clases, pero la verdad es que para eso tampoco hacía falta abandonar la celda, que él ya estaba convirtiendo como en la Altamira de una nueva civilización a base de muescas y auroras. En la cárcel él ya era pedagogía, él ya era ejemplaridad, él ya era una sabiduría de suspiritos y orgullosas soledades, como la de un bibliotecario solterón. Él enseñaba sólo con la postura, con la disposición, con la actitud, como un Buda levantando una mano, igual que aquella enfermera que te pedía silencio en los carteles de los ambulatorios de antes, con la cariñosa amenaza de la aguja detrás. Junqueras hasta enseñaba allí a los presos, enseñaba cosas de gente con gafas, que a los presos les servía más que nada para reírse de nuevo, como en el colegio y en la calle, de los que llevan gafas.

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