Las falleras ya lloran dentro de su vestido, como Vírgenes dolorosas. Mientras aquí seguimos pensando en si veremos pasar la caperuza de los nazarenos o la del médico de la peste, Merkel nos ha despertado con su predestinación calvinista, dura y vigorosa, como las duchas frías o el clavecín de Bach. Entre el 60% y el 70% de los alemanes se infectará (en algún momento), ha avisado al mundo. “No hay vacuna, ni tratamiento. No hay inmunidad. La única forma de lidiar con la crisis es ganar tiempo, impedir que todos los contagios se produzcan simultáneamente”.

Merkel ha apelado a la responsabilidad personal y a la política racional, pero aquí seguimos apelando al magisterio infalible y sentimental del partido o del horóscopo del día o de una ciencia de paleto, misteriosa, salvadora, ininteligible. Sánchez nos dice que estamos en manos de la ciencia igual que antes nos decían que estábamos en manos de Dios esas monjas con tocas aladas y el crucifijo del cuello metido en la palangana. Pero la ciencia ya sabe lo que va a pasar, lo sabe Merkel y nos lo ha dicho de esa manera a la vez consoladora y fatal que tiene la cultura protestante. Aquí, sin embargo, los científicos que paga el Gobierno para darnos el parte se comportan como un marino que atiende al viento o a su Virgen también marinera, como si el virus de repente fuera a amainar o a traer una nube fresca. O sea, se comportan igual que los políticos, pero con jerga farmacológica y peluca de científico de dibujito.

La política siempre va por detrás del proyectil y del pájaro y de la catástrofe, siempre llega tarde, siempre comienza por la negación y sigue por la excusa

Contra el trueno hiperbóreo de Merkel, seco como su árbol tronchado, tenemos la expectativa mediterránea y milagrera, expresada en esta frase perfecta de Sánchez: “Haremos lo que haga falta, cuando haga falta y donde haga falta”. O sea, todavía no saben qué hace falta, ni cuándo hará falta, ni dónde hará falta. Corea del Sur lo sabe, nosotros no. Es como ver que el virus sigue sus curvas matemáticamente, como un proyectil, pero comportarse como si fuera un pájaro que vuela y que todavía puede irse o anidar en una teja o convertirse en broche. La ciencia no dice “ya veremos qué va haciendo la bala y actuaremos en consecuencia”. Eso sólo lo dicen los políticos, y los científicos políticos. La política siempre va por detrás del proyectil y del pájaro y de la catástrofe, siempre llega tarde, siempre comienza por la negación y sigue por la excusa y termina en lo irremediable. Al menos aquí, claro, donde el político siempre está esperando un milagro que lo salve, como el marinero de copla con capilla de torero.  

No fue la ciencia, no fue una ecuación diferencial ni la simulación de un ordenador cuántico ni un comité de sabios ilustres de miopías y lamparones los que permitieron manifestaciones, mítines y paelladas un día y al siguiente tocaron la campana a la hora justa, como la cocinera. Fue la política, claro. Y es la política la que sigue esperando el milagro, no contra el virus sino contra su propio fracaso, contra cualquier señal de debilidad, incompetencia o falta de control. Es como si lo peor de ese virus ventoso fuera que se le volara el flequillo a Iván Redondo o se le volvieran las solapas a Sánchez, con ese ridículo de que se te vuelva el paraguas. Como siempre, no es que los políticos (o sus científicos de calculadora y cinco bolis en el bolsillo, como un científico de sketch) no sepan qué hay que hacer, sino cómo hacerlo y ganar las próximas elecciones, según la famosa frase de Juncker, si no me equivoco. 

Detrás de la ciencia de Sánchez sólo está Sánchez, eso es lo que pasa. La única ciencia que está dando la talla es la ciencia a pie de cama, la que no trabaja con futuribles borrascosos ni con nobeles de tintero en la camisa, sino con lo que tiene y cuando lo tiene, como un médico de pueblo. En los hospitales donde no anochece nunca, con sol de fluorescente y sueño bisiesto y ozono en las venas, es donde se está dando la batalla. Más caso habría que hacer a los profesionales con jeringuilla y orinal que a esos médicos de óleo de corte, dirigidos por comités políticos que tienen etiqueta de baile y programa de comercial de sondeos.

La OMS ya ha declarado la pandemia y aquí estamos nosotros esperando el porvenir como nuestra eterna lotería de estampitas y amarres. Hay un lugar entre la histeria y la incompetencia, y es el que creo que ha ocupado Merkel. Merkel, con una especie de teología de palo, como toda la teología alemana, no nos está preparando para el infierno, sino para el mundo. Nos dice que hace falta responsabilidad en la ciudadanía pero también sinceridad y determinación en los gobernantes. Pero aquí manda el tacticismo político y todo lo demás es alarmismo y lobo del cuento del lobo, de Pedro que no quiere ser el del lobo. La verdad es que yo, ahora, prefiero la supuesta teología de banco duro a la supuesta ciencia de aguja blanda.

Las falleras ya lloran dentro de su vestido, como Vírgenes dolorosas. Mientras aquí seguimos pensando en si veremos pasar la caperuza de los nazarenos o la del médico de la peste, Merkel nos ha despertado con su predestinación calvinista, dura y vigorosa, como las duchas frías o el clavecín de Bach. Entre el 60% y el 70% de los alemanes se infectará (en algún momento), ha avisado al mundo. “No hay vacuna, ni tratamiento. No hay inmunidad. La única forma de lidiar con la crisis es ganar tiempo, impedir que todos los contagios se produzcan simultáneamente”.

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