No faltarán quienes digan que este titular es muy facilón, que la circunstancia me lo “pone a güevo”, que no soy original, y qué se yo. Pero ya verán cómo es cierto, que no soy original, porque muchos acudirán a lo de mi titular.

Y es que, lo queramos o no, la Corona española, como Institución, tiene un virus muy potente, inoculado en sus entrañas por determinados comportamientos del Rey emérito -y, en algunos casos, por personas aledañas- que va presentando crisis sucesivas y recurrentes.

La decisión del Rey Felipe VI que se nos acaba de anunciar y que consiste en retirarle a su padre la asignación de dinero público y, también, en renunciar a la herencia que pudiera corresponderle de su progenitor es algo más que un gesto. Es, como poco, una estricta confesión de desconfianza y de profunda intranquilidad de nuestro monarca respecto de la conducta de su predecesor. Esto, hasta los monárquicos más recalcitrantes y convencidos, me lo tendrán que reconocer.

Más la pregunta es: ¿funcionará el “cortafuegos” que se practica? Y es que, además, la pragmática -aunque muy facilona -jugada de hacer público esto en plena crisis del coronavirus no va a disuadir a los republicanos (especialmente a los de la “felicísima república catalana y al Socio de Gobierno de Pedro Sánchez) de hurgar en la abierta herida, echando todo el acíbar del caso. Por eso, los consejeros estratégicos del actual Rey harán muy bien, -si quieren cumplir adecuadamente con su misión de preservarlo de sus enemigos- en tener descontada la peor, que no es otra que la de que esos enemigos se van a cebar en el VI de los felipes.

Los que quitaron la espoleta de la bomba Villarejo quizá nos expliquen (ellos o algún sagaz investigador periodístico) qué les llevó a una maniobra tan peligrosa, a sacar el genio de la botella, o a imitar a aquella mujer maravillosamente hermosa y fantásticamente idiota, llamada Pandora, que el inconmensurable Zeus le regaló al titán Epimeteo, hermano de Prometeo (el que nos dio el fuego a los hombres -bueno, y a las mujeres-), sí, ¿se acuerdan? La que abrió el tarro (que no sé por qué todo el mundo dice que era una caja), y de allí salieron todos los males.

Mitologías aparte, a mí que no me venga nadie a decir que todo lo de Villarejo se empezó a hacer por servir a la justicia. ¡No confundamos! Lo anterior no equivale a decir que lo que se esté haciendo ahora no sea para servirla; yo me refiero a los condicionantes iniciales de haber despertado la “fiera”. Ahí tienen los periodistas un grandísimo filón informativo que explotar y, por cierto, de gran trascendencia política.

Pero, volviendo al virus de la Corona, no seré yo quien critique el gesto del actual Rey de España, porque, muy probablemente, es lo único que tiene ya a su alcance hacer. Lo que no sé -y pagaría un potosí, si lo tuviera, por saberlo- es el contenido de las conversaciones que ha debido haber entre padre e hijo (si es que han conversado directamente y no por persona o personas interpuestas); porque ese tráfico de comunicaciones ha tenido que ser muy duro, a la par que sustancioso.

El próximo día 23 se habría celebrado, si no hubiera venido la suspensión de todos los juicios, uno muy especial, el que se deriva de la querella por delitos de calumnia interpuesta por el ex jefe del CNI, Félix Sanz Roldán, contra el ex comisario Villarejo. Ese juicio podría haber sido (podrá ser si llega a celebrarse) muy importante, de mucho interés, al menos, en el “universo” de los españoles. Porque estoy convencido de que, más allá de sus irregularidades, el ex comisario Villarejo no hizo lo que quiera que haya hecho totalmente a espaldas de muchos e importantes dirigentes políticos, policiales, y de los servicios de inteligencia.

No es tampoco fácil el trabajo que tiene entremanos el Ilmo. Sr. Magistrado-Juez D. Manuel García Castellón, titular del Juzgado de Instrucción Central nº 6 de la Audiencia Nacional, porque el Fiscal suizo que anda tras la pista de los cien millones provenientes de Arabia Saudí hasta una cuenta a la que parece no ser ajeno del todo el Rey Emérito, ese fiscal puede no entender mucho de inviolabilidades de la Corona Española (o, en este caso, de la “ex Corona”). Lo que tengo claro es que, si se quiere parar esto, los suizos “se venden muy caros”.

Yo no soy un monárquico acérrimo; pero lo que sí que soy es muy refractario a tener una república con un presidente florero, tipo Italia, Alemania, Israel y otros. Para eso, prefiero tener un Rey ¡y punto! Cosa distinta es que queramos -y que lo podamos hacer pacíficamente- tener una república con un Presidente que podamos elegir directamente, que mande realmente (aunque no venga de la Realeza), y que se juegue los cuartos políticos cada cierto tiempo en las urnas. A eso sí que me atrevería a jugar; pero a aventuras que, además, sean coyunturales e interesadas como las de Podemos o las de los separatistas, ¡ahí que no me busquen!.

No sé si Don Felipe le ha comunicado esto con mucha antelación a Pedro Sánchez; pero, si no ha sido así, si se lo ha soltado a bocajarro, ¡vaya semanita que lleva “El Presi”, con su esposa y dos ministras infectadas de coronavirus y, ahora, teniendo que domar los efectos de este virus de la Corona.

En cuanto al futuro del Rey emérito, los españoles (no sé si otros habitantes del Planeta también) somos muy dados a encumbrar y, en horas veinticuatro -o menos- dejar caer hasta el precipicio más hondo. Cuánto no se habrá ensalzado a Don Juan Carlos a lo largo de todo este tiempo. Cuánto no se ha mirado para otro lado ante sus “desvíos” sentimentales (que a mí, lo de las entrepiernas de la gente, por muy principal que sea, me importa poco). Cuánto no habremos hecho loas incansables de él hablando por boca de ganso. Pues bien: en estos momentos, lo que yo le deseo a Don Juan Carlos es que haga un esfuerzo de transparencia, que se plantee (si es que hay algo de verdad en lo que de él se dice) cómo hace posible que le funcione el cortafuegos a su hijo. Porque, si no, es posible que, antes que el coronavirus, se los lleve por delante a todos ellos este Virus de la Corona.

No faltarán quienes digan que este titular es muy facilón, que la circunstancia me lo “pone a güevo”, que no soy original, y qué se yo. Pero ya verán cómo es cierto, que no soy original, porque muchos acudirán a lo de mi titular.

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