A lo mejor han oído hablar de un famoso experimento de psicología iniciado en la década de los sesenta en la Universidad de Stanford por Walter Mischel y conocido como el test de marshmallow. El estudio consistía en ofrecer a niños de 4 años una recompensa inmediata a modo de nube de azúcar o la posibilidad de obtener doble gratificación si eran capaces de esperar 15 minutosaislados en una sala.La espera se producía sin más distracción que el premio y un espejo a través del cual eran observados y grabados para deleite del público en general.

Apenas un tercio de los niños eran capaces de esperar más de 15 minutos y lo conseguían logrando distraer su atención de la gominola en cuestión. Posteriormente,se llevó a cabo un seguimiento en el tiempo de los participantes en estos experimentos y se observó que el grupo con mayor autocontrol – aquel que sabía postergar la gratificación personal para obtener posteriormente un mayor premio - se distanciaba en muchos aspectos y de manera notable del grupo de aquellos que mostraban menores dosis de disciplina personal. A modo de conclusión, las personas que sabían esperar tenían al cabo del tiempo mejor rendimiento académico y profesional, mayor aptitud intelectual, mejor estabilidad emocional y más éxito social.

Me pregunto qué ocurriría si se llevase a cabo este mismo experimento hoy en día, ¿creen que el porcentaje de personas capaces de esperar sería mayor?

Seguro que no, las generaciones que aparecen ante nuestros ojosparecen cada vez más blandas y están arruinadas por una educación sobreprotectora que no los prepara para el mundo real.

Pero no elucubremos, con el sobresalto que nos ha generado la aparición del COVID-19, se ha iniciado de nuevo el experimento. Ya conocen el premio, saltarnos el confinamiento, obtener la posibilidad de salir a dar un ansiado paseo al sol o un premio mucho mayor si esperamos: lograr controlar un huracán que se ha llevado por delante a muchos seres queridos, que está afectando con severidad a muchas personas que literalmente se juegan la vida y que está amenazando el futuro económico de muchas familias.

Pues bien, sólo llevábamos unas semanas de encierro y parte de la población no podía aguantar, les parecía una situación insoportable, ya fuera en nombre de sus hijos, del amante, del deporte, de las mascotaso de cualquier otra excusa. Incluso ahora, una vez relajadas las medidas nos seguimos saltando las normas, pero eso sí, a las ocho aplaudimos todos.No me creo que no seamos capaces de darnos cuenta de que esperar no es un gran castigo, los únicos que de verdad sufren, son los que han perdido a alguien cercano o los que no podrán recuperarse del daño económico que la pandemia está ocasionando, ¿de verdad no somos capaces de aguantar un poco más sin salir a dar un paseo o hacerlo con los protocolos que nos están indicando?

No lo achaquen a nuestro carácter indómito, pues somos bien borregos para otros menesteres, simplemente se carece dela disciplina y del aguante necesario para hacer frente a la vida ypeor aún,se carece de algo que está estrechamente vinculadoal autocontrol y que afecta a los demás: el criterio o el buen juicio que diría Baltasar Gracián,que no es más que la habilidad que te permite adelantarte a los acontecimientos y valorar las consecuencias de tus actos. Falta el estoicismo necesario para entender que la vida es una carrera de largo recorrido en la que hay que sufrir, al menos un poco, para llegar a buen término, si por el contrario se insiste en elegir el atajo y el camino corto, sólo se consigue una cosa, adivinen: una única gominola.