Carmen Calvo no tiene picos, fases, desescalada ni cura. Calvo es la pureza de un ser edénico, transparente como un ala de hada, como una gota sobre un nenúfar. Hay quien puede pensar que Calvo es como el libro de colorear de la tontería política, un ser deshabitado salvo por la posibilidad del garabato infantil y la metedura de pata, pero no. Calvo es la verdad política y la lleva enseñando toda la vida con ilustraciones tan irrefutables como las de Coco, que no eran infantiles sino sólo irreductibles, axiomáticas y fundacionales. Por ejemplo, que “el dinero público no es de nadie”, de ahí que los políticos lo gasten como lo gastan. Calvo es conceptismo político con disfraz de Pixie y Dixie. Y lo ha vuelto a demostrar definiendo el sanchismo como quien define el naranja con una naranja.

Espinosa de los Monteros había hecho una de esas preguntas con sonido de balín que no están pensadas para ser respondidas, sino sólo para ser repelidas: “Señora vicepresidenta, ¿piensa el Gobierno hacer algo por restituir la credibilidad de las instituciones del Estado?”. Carmen Calvo se levantó de su escaño con levedad, como un gurú se levanta de su cojín o de su aura, apelotillados ambos de verdades universales y moralejas con animales del bosque, y sentenció: “No hay que restituir lo que no ha existido”. Torció la boca hacia abajo, con esa asumida tristeza del maestro ante la ignorancia de lo evidente, y se volvió a sentar. Los suyos tardaron en aplaudir, procesando gramática, política y filosóficamente la máxima. Pero aplaudieron, aplaudieron rendidamente, como se aplaude siempre la sabiduría simple, bella y natural, radiante como un sol platónico. No había que restituir una credibilidad que nunca había existido. Y así es, con este Sánchez poniendo lo mismo generales, fiscales, periodistas o científicos de plomo, como en su maquetita de tren o de Waterloo.

Sólo nos queda Carmen Calvo, que no sabemos por qué, por designio o por vanidad, dice unas verdades apoteósicas, escandalosas y tranquilísimas, como de reina madre

Habrá quien diga que el sanchismo sólo puede expresar la verdad a través del lapsus. Eso le ocurrió a aquel mando de la Guardia Civil que reconoció trabajar para contrarrestar el clima contrario a la gestión del Gobierno con el virus, y que luego se atragantó con esas palabras como con las estrellas espueladas de sus galones y pasamanerías. Pero yo creo más bien que Calvo volvía a decir la verdad como un geniecillo condenado a decir la verdad. Como cuando dijo que el feminismo era algo socialista, porque ciertamente lo es, en un sentido mercantil y manufacturero. La izquierda verdadera nunca supo hacer del feminismo un auténtico negocio, eso lo consiguió primero el socialismo, y no precisamente el histórico. Lo hizo el socialismo andaluz, con la propia Calvo inventando la guerra lingüística, cultural y floral para que votaran eternamente a Chaves maestras, funcionarias, actrices con festivalillo y amas de casa con coro en la Casa del Pueblo. Y luego, el socialismo zapaterista, que inventó ese feminismo suvenir, con ministras jarroncitos del feminismo, que vendía mucho, como Avon con sus chicas de Avon.

Sí, lo de Calvo sólo era la verdad, una verdad que los ilusos toman por lapsus de ministra torpe, gafe o ya gagá de haber pasado por todos los socialismos y todos los oficios del socialismo, que en realidad sólo es un oficio, el de socialista, te toque hacer de cultureta almodovariana o de menestrala presidencial. Calvo es de lo poco que nos queda para hacer de este PSOE algo inteligible. Sánchez no puede decir la verdad porque ya no sabríamos qué es verdad. Ni siquiera podemos intuir la verdad negando lo que está diciendo en ese momento, porque lo volverá a negar luego y tampoco será verdad entonces. Sánchez ha inventado la mentira poliédrica o polimórfica o multidimensional, a la que no se le puede dar la vuelta en este universo. Quizá es una cosa cuántica, quizá en Sánchez la mentira y la verdad están superpuestas y por eso unas veces se manifiesta social liberal, otras rojo, otras caudillo y otras princesito, igual que se nos manifiesta, según, en chaqué de Bugs Bunny con chaqué, en helicóptero de papa, en chaleco de Cousteau o en chándal de María del Monte. Sánchez ha invalidado el discurso político porque ya no responde a las leyes de la lógica, de la política ni de Einstein. Para desentrañarlo sólo nos queda Carmen Calvo, que quizá tiene un automatismo con la verdad como aquel guardia civil lo tenía con la mano a la visera, un automatismo como de retroceso de cañón. Sólo nos queda Carmen Calvo, que no sabemos por qué, por designio o por vanidad, dice unas verdades apoteósicas, escandalosas y tranquilísimas, como de reina madre. Es la última socialista fiable, la última política transparente, como una burbuja conservada en ámbar. Cuando el debate se vuelve borderline, a veces la miro, allí en su escaño como al baño María, y pienso que puede levantarse en cualquier momento y definirnos otra vez, exactísimamente, a Sánchez, al PSOE y a la política, como si ella fuera Tales o quizá Coco.

Carmen Calvo no tiene picos, fases, desescalada ni cura. Calvo es la pureza de un ser edénico, transparente como un ala de hada, como una gota sobre un nenúfar. Hay quien puede pensar que Calvo es como el libro de colorear de la tontería política, un ser deshabitado salvo por la posibilidad del garabato infantil y la metedura de pata, pero no. Calvo es la verdad política y la lleva enseñando toda la vida con ilustraciones tan irrefutables como las de Coco, que no eran infantiles sino sólo irreductibles, axiomáticas y fundacionales. Por ejemplo, que “el dinero público no es de nadie”, de ahí que los políticos lo gasten como lo gastan. Calvo es conceptismo político con disfraz de Pixie y Dixie. Y lo ha vuelto a demostrar definiendo el sanchismo como quien define el naranja con una naranja.

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