Lo más interesante de la reunión este pasado jueves de la Junta Directiva Nacional del Partido Popular es la decisión anunciada por su presidente Pablo Casado de iniciar el curso político con un "proyecto claro" además de otras características.

Porque, independientemente de que haya cesado a la portavoz de su grupo parlamentario y de las razones que subyacen bajo esa decisión, lo más complicado de ese partido para volver a gobernar de nuevo alguna vez en España es que no se sabe cuál es exactamente su proyecto político para el país y cuáles son las grandes líneas sobre las que va a discurrir su actuación de aquí al cierre de la legislatura.

Más sentido que el de estabular las distintas ramas, o talantes, o modales, o comportamientos, que se dan dentro del PP y adjudicar a cada una de ellas el sello de duros, blandos, sorayistas, marianistas, aznaristas o nuñezfeijóoistas, tendría el de trasladar a la opinión pública el proyecto del PP para los próximos años convulsos y aún más allá.

No se puede desde la dirección del PP tachar a la antigua portavoz de dura o intransigente cuando lo que estaba defendiendo era la formación de un gobierno de concentración

Y si eso es lo que se va a abordar a partir de ahora bienvenido sea porque la verdad es que en su intento de distanciarse de Vox pero al mismo tiempo atraer a los votantes de ese partido a las filas populares se ha creado a los españoles de centro derecha una confusión considerable que no permite detectar en las filas de la formación de Casado un perfil de auténtico liderazgo político, de alternativa real y factible al actual gobierno.

No se puede desde la dirección del PP tachar a la antigua portavoz del grupo parlamentario de dura o intransigente cuando lo que estaba defendiendo -lo hizo incluso desde antes de las elecciones generales de noviembre- era la formación de un gobierno de concentración PSOE-PP que cerrara el paso a la tentación de Pedro Sánchez de pactar con la ultraizquierda de Podemos y los independentistas. Y por el mismo motivo no se puede calificar de moderada la postura de Pablo Casado cuando defiende ante la directiva de su partido su negativa en redondo a pactar con el presidente del Gobierno.

Ciertamente, los dos -Álvarez de Toledo y Casado- coinciden en señalar el gran obstáculo para cualquier tipo de acuerdo con Pedro Sánchez. Dice él: “No hay pacto posible con quienes piden la abdicación del Rey, la independencia de Cataluña y el blanqueamiento de los batasunos”. Dice ella: para impedir que el presidente del Gobierno se apoye en quienes piden la abdicación del Rey, la independencia de Cataluña y el blanqueamiento de los batasunos lo único rotundamente efectivo es ofrecer al PSOE un acuerdo con el PP.

La diferencia entre estos dos planteamientos no tiene que ver con una ideología que ambos comparten sino con los objetivos que cada uno busca. Casado quiere ganar las elecciones antes que ninguna otra cosa y para eso le es imprescindible presentarse como una alternativa de gobierno, no como él mismo dice, como "una muleta" para que el PSOE sobreviva en el poder. En definitiva quiere gobernar, no ayudar al otro a que gobierne.

Lo decisivo es estructurar un mensaje potente que no parezca salido del argumentario de los servicios de comunicación del partido y que convoque a los españoles a una tarea conjunta

Y Álvarez de Toledo a lo que apunta primero, antes que a ninguna otra cosa, es a solucionar los graves problemas que se le plantean al país -y los que se le van a plantear- si esa coalición con la ultraizquierda de Podemos y esas negociaciones con el independentismo catalán, ahora frustradas por la pandemia y por las perspectivas electorales en Cataluña, se llega instalar definitivamente como fórmula de gobierno en España para los próximos cuatro años.

Lo que quiero decir es que esa cuestión de la moderación y la radicalidad en el seno del PP y del giro de su presidente hacia mayores posiciones de centro ha sido hasta ahora fundamentalmente un problema de estrategia, no de ideología. Y en última instancia un problema de formas.

Ahora lo que les queda pendiente a los dirigentes de ese partido es articular un mensaje coherente, perfilado, creíble y dentro de lo posible estimulante, que atraiga de nuevo en torno a sus dominios tanto a sus partidarios como a sus antiguos votantes desencantados por la falta de un perfil decidido y reconocible.

Los nombres tienen una importancia evidente, indiscutible, pero sólo relativa. Lo decisivo es estructurar un mensaje potente que no parezca salido del argumentario de los servicios de comunicación del partido y que convoque a los españoles a una tarea conjunta hacia unos objetivos claros y entendibles. Y eso es precisamente lo que el viene faltando a este equipo salido del congreso extraordinario del PP de julio de 2018, hace ahora dos años.

Lo que ha dicho José Luis Martínez-Almeida el viernes pasado tiene todo el sentido: "No podemos mirar a la izquierda ni a la derecha. Tenemos un proyecto propio, un rumbo propio con los españoles como horizonte". Muy bien, pues que se vea.

Porque no se trata de volver a cometer el error de pensar que con unos determinados nombramientos, o directamente con unos determinados fichajes, se transmite un mensaje. Porque no es verdad. Sólo se transmite una intención, cosa que puede acabar en la nada más absoluta si no se proporciona a quien recibe el encargo de defender los principios y las estrategias del partido un bagaje lo suficientemente sólido y continuado como para conformar de una vez el perfil de una formación no sólo con aspiraciones sino con posibilidad y capacidad suficiente para convertirse, ya que no en socio de un gobierno de concentración, al menos en una alternativa creíble y fiable de gobernación, de jefatura y de autoridad.

José Luis Martínez-Almeida, Cuca Gamarra, Ana Pastor, Elvira Rodríguez, Marga Prohens y todos quienes van a ocupar desde ahora nuevas responsabilidades en el seno del PP no servirán para llevar a Pablo Casado a La Moncloa si sus esfuerzos no se asientan sobre un mensaje firme, estable, solvente, vigoroso y atractivo para ese sector de la población al que el PP quiere atraer de nuevo hacia sus filas.

Todos los movimientos que no se atengan a eso serán, una vez más, fuegos artificiales que deslumbren en el momento pero que pronto se apagan.

Lo más interesante de la reunión este pasado jueves de la Junta Directiva Nacional del Partido Popular es la decisión anunciada por su presidente Pablo Casado de iniciar el curso político con un "proyecto claro" además de otras características.

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