Si prueba de cargo es aquella con “suficiencia incriminatoria que es susceptible de destruir la presunción de inocencia del acusado” (RAE), los datos del INE de defunciones por semanas, estadística novedosa que se ha empezado a publicar por la pandemia de coronavirus, y que Eurostat recopila para casi todos los países europeos, demuestran de manera inapelable cuatro hechos de gran importancia para evaluar la gestión pública de  la primera -y catastrófica- oleada de Covid-19:

-En España hubo muchos más muertos por coronavirus que los admitidos oficialmente.

-Entre los países europeos más afectados pasó como con los pimientos de Padrón, “unos ocultaron el total de muertos reales sobre el coronavirus ed otros non”. Y “unos gestionaron relativamente bien la endiablada emergencia sanitaria ed outros non”.

-Las autoridades españolas -nacionales y de las autonomías más afectadas- manejaban toda la información necesaria y suficiente para haber alertado debidamente a la población e iniciado el confinamiento y las restricciones drásticas a la vida social de 7 a 10 días antes de lo que se hizo, cosa que habría salvado la vida de decenas de miles de compatriotas, y nos habría ahorrado mucho daño económico.

-La epidemia en España estaba agotada de mes a mes y medio antes de que se levantasen las durísimas limitaciones impuestas por su causa a la libertad de los españoles.

Muchos miles de muertos más por CV que los oficiales en España (y Reino Unido)

En la primera oleada de Covid-19, de marzo a mayo, la diferencia entre el total de fallecidos con respecto a los años previos en España fue muy superior al número oficial de muertos por coronavirus, tanto a nivel nacional como en las CCAA más afectadas. Frente a lo “normal” sin coronavirus, habrían muerto de más en ese dramático trimestre en España un número de personas que oscilaría entre algo menos de 40.000 y algo más de 50.000, y no las 28.000 y pico reconocidas oficialmente como fallecidas por Covid.

Solo con esos datos del INE/Eurostat de fallecidos por cualquier causa por semanas no es posible cuantificar los muertos de más que hubo por Covid y causas indirectas (pacientes con otras patologías que fallecieron al no ser atendidos por el colapso hospitalario), porque las defunciones, de un año a otro en cualquier período de tiempo, fluctúan de forma aleatoria en varios puntos porcentuales, y esa fluctuación es mayor en promedio cuanto más corto sea el período de referencia. Además, tienden a crecer en torno a un 1% anual, por el progresivo envejecimiento de la población. Pero es indudable que, en el recuento oficial español de defunciones por Covid en su primera oleada, más que un simple gato, hay león o puma encerrado. O como mínimo,un enorme y macabro gatazo.

Algo similar ocurrió en el Reino Unido, con una sobremortalidad marzo-mayo de 2020 vs 2019, en proporción a los fallecidos totales y a la población del país, prácticamente idéntica a la española, lo mismo que la diferencia relativa entre esa sobremortalidad y el recuento oficial de fallecidos por coronavirus. Tomando como cifra de base la sobremortalidad “bruta” interanual de fin de febrero a fin de mayo, tanto España como Reino Unido habrían tenido en torno a un muerto “coronavirus causa” por cada mil habitantes (y no los 0,6 oficiales), y se colocarían a la cabeza del mundo en este indeseado ranking. Por CCAA, en España, la mayor sobremortalidad marzo-mayo de 2020 vs el mismo período de 2019 se dio en Castilla La Mancha, con 2,7 muertos por mil habitantes, seguida de Madrid con 2,4. Cataluña tuvo 1,7.

En otros países europeos muy afectados se ha ocultado menos, poco o nada

En contraste, entre los países europeos con varios o muchos miles de muertos por coronavirus, los gobiernos de Alemania, Francia y Bélgica han debido de decir en lo esencial la verdad sobre la magnitud de la tragedia en sus respectivos países, porque no hay diferencias reseñables entre los muertos que han declarado por el coronavirus de Wuhan y la sobremortalidad visible en sus datos de defunciones totales en el período marzo-mayo de 2020, comparados con los del año anterior.

Es más, en los casos alemán, francés, alemán y belga, los muertos oficiales por Covid de marzo a mayo son más que la sobremortalidad respecto a 2019 en ese mismo período de tiempo. Los gobiernos de Italia y Holanda, y en menor medida, de Suecia, podrían haber dejado de reconocer un apreciable número de fallecidos por Covid, o haber dicho en lo esencial toda la verdad. La diferencia entre su sobremortalidad total en los meses de plomo y los muertos reconocidos por covid es sustancial, pero no supera márgenes de fluctuación interanual relativamente normales para el período de referencia, por lo quesus maquillajes estadísticos, de haberlos habido, serían mucho menores que los de sus colegas español y británico.

Chapeau a la gestión alemana de la crisis sanitaria

Con los datos conocidos de mortalidad en la mano, brilla con luz cegadora la eficacia alemana en esta ordalía, porque su número de muertos por millón de habitantes habría sido la décima parte del español o el británico, además de apreciarse la honradez de sus autoridades en la comunicación de las cifras de fallecidos. Es cierto que otros países como Portugal, Grecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca, Austria, Polonia, Chequia, Hungría y otras naciones del Este europeo han registrado asimismo muchos menos fallecidos que los países europeos más afectados (con España y Reino Unido a la cabeza en muertos por millón, seguidos de cerca por Bélgica, y tras ellos a buena distancia Suecia, Holanda y Francia).

Sus gobiernos no lo han hecho mal, ciertamente. Pero también son países menos poblados -salvo Polonia-, que pudieron haber tenido la suerte de estar aún con pocos contagios cuando cundió la alarma italiana por el Covid, y en general son lugares más periféricos en los flujos internacionales de viajeros en invierno, menos conectados al resto del mundo que otros más afectadas por la pandemia. Así, por ejemplo, con la misma población, Andalucía -muy conectada en verano por el turismo, más periférica en invierno en cuanto a flujos de viajeros- ha tenido menos muertes por millón de habitantes que Suiza, una nación muy conectada internacionalmente, que ha manejado con seriedad y resultados relativamente menos malos esta crisis sanitaria. Alemania, en cambio, es un país muy (densamente) poblado, envejecido e hiperconectado, las tres variables sociodemográficas que más favorecen a priori un drama mayor por coronavirus. Y ahí están los alemanes, con apenas un muerto por CV por cada 10.000 habitantes, y no uno por cada 1.000 como España o el Reino Unido.

La pandemia estaba desbocada en España a primerísimos de marzo

En la Comunidad de Madrid, la sobremortalidad se disparó la semana del 9 al 15 de marzo. Como la inmensa mayoría de los fallecidos por Covid tardan al menos una semana en morir desde que notan síntomas de la enfermedad, y unas dos semanas o más en promedio, la avalancha de nuevos enfermos, hospitalizados -y primeros muertos- en la semana del 2 al 8 de marzo tuvo que ser impresionante, y probablemente también ya lo fue desde finales de febrero. ¿Por qué no comenzaron 7 a 10 días antes el confinamiento y las restricciones a la vida social, cuando los datos disponibles no dejaban ya lugar a dudas de la que nos había caído encima, y con Italia ya en el precipicio? ¿Por qué no se avisó sin ambages bastante antes a la población española de que corría un serio peligro con las pautas habituales de contacto social?

En la primera semana de marzo, el total de casos conocidos en España -la punta del iceberg de la epidemia- se duplicaba cada 1,5 a 2,5 días, lo que implicaba, de seguir creciendo a ese ritmo de forma indefinida, que TODA ESPAÑA estaría contagiada entre finales de marzo y mediados de abril, por la magia de las progresiones geométricas, como en el cuento del tablero de ajedrez en el que en cada casilla se duplicaba el número de granos de trigo (para ilustrar lo que esto significa: muy posiblemente no se ha cultivado aún tanto trigo en toda la historia de la humanidad para los 64 escaques de ese tablero).

Si España hubiera entrado en cuarentena de 7 a 10 días antes, con muy alta probabilidad se habrían salvado decenas de miles de vidas, y la caída de PIB por la tragedia sanitaria -la mayor del mundo desarrollado hasta ahora- habría sido apreciablemente menor. Y tanto por la avalancha de enfermos graves como de muertos en Madrid, desde finales de febrero y principios de marzo, nuestras autoridades sanitarias pudieron ver que empezaba una ola “coronavírica” de tamaño tsunami. La gráfica siguiente lo muestra con claridad. En ella están en color rojo las semanas con gran sobremortalidad, solo explicable por el Covid; en amarillo, la barra de las semanas en las que puede haber sobremortalidad por Covid y por razones aleatorias; y en verde, las semanas sin sobremortalidad apreciable.

A finales de abril la epidemia se había agotado

Viendo los datos de sobremortalidad en 2020 respecto a 2019 por semanas, se puede apreciar con toda claridad que, a finales de abril, el azote de la pandemia en España ya no era ni una tenue sombra de lo que fue un mes antes. Desde los diez días centrales de mayo, no hubo ya apenas sobremortalidad. Por lo tanto, desde una a tres semanas antes, el número de nuevos enfermos tuvo que ser muy escaso y decreciente. Esto lleva a cuestionar la conveniencia de las dos o tres últimas prórrogas del Estado de Alarma, una medida excepcional, con enorme coste económico y en derechos y libertades de los españoles.

Queda ahora esperar a que se publiquen en el futuro las estadísticas detalladas de defunciones por causa de muerte, para afinar en el análisis somero que se recoge este artículo, sujeto a los márgenes de error derivados de las fluctuaciones aleatorias de las muertes totales, que pueden variar de un año a otro, para arriba o para abajo, un 5% a 8%en trimestres como marzo-abril-mayo, y mucho más en intervalos semanales. Pero las conclusiones “fuertes” que se exponen en este artículo sobre qué gobiernos han sido más veraces y cuáles no, cuáles han gestionado mejor la pandemia, y cuándo empezó y se agotó la avalancha de casos reales en España, con los datos manejados, parecen muy sólidas.

Finalmente, en la oleada de verano de 2020 en España, afortunadamente -hasta ahora, toquemos madera-, el ritmo de crecimiento de los fallecimientos por Covid-19 es muchísimo más lento, y los niveles aparentes de mortalidad en contagiados son mucho menores, que en la primavera de 2020. Tomemos todos los ciudadanos las precauciones personales para que siga siendo así, que nuestras autoridades esta vez sí den la talla, y que esta segunda oleada tienda a decaer en septiembre, por favor.


Alejandro Macarrón Larumbe es ingeniero y consultor empresarial, y director de la Fundación Renacimiento Demográfico.

Si prueba de cargo es aquella con “suficiencia incriminatoria que es susceptible de destruir la presunción de inocencia del acusado” (RAE), los datos del INE de defunciones por semanas, estadística novedosa que se ha empezado a publicar por la pandemia de coronavirus, y que Eurostat recopila para casi todos los países europeos, demuestran de manera inapelable cuatro hechos de gran importancia para evaluar la gestión pública de  la primera -y catastrófica- oleada de Covid-19:

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