Habrán visto que no hay más rastreadores, ni más médicos, ni más test, ni más trenes, ni más recursos ahora que el Gobierno ha “tomado el control”, que decía Illa cerrando el puño como Darth Vader o como alguien que ha atrapado una mosca hortelana o funeraria. El Gobierno se ha limitado a poner una gran cadena de convento o de mirador alrededor de las ciudades y a quitarles una hora de la cena, la hora ya del pacharán, poca cosa. Pero esa cadena suya, quizá sólo indiscriminada, es igualitaria, no como aquélla de Ayuso por la que protestaban, que debía de ser un cordoncillo de clase, como de reclinatorio ducal. Aun con la audacia y la eficacia de estas medidas, hay gente que se ha reunido en La Toja para seguir pensando, por si acaso. La Voz de Galicia tituló, con entusiasmo: “Las mejores mentes reflexionan en A Toxa sobre la respuesta a la pandemia”. Entre ellas, Feijóo, Moreno Bonilla o García-Page. Y Sánchez. Las mejores mentes, y con olor a sales y lavanda. Cómo no entusiasmarse.

Aquí no sabremos arreglar pandemias, pero sí organizar excursiones y masajes. Y La Toja es un lugar de excursiones y masajes. A lo mejor el españolito cabreado, tieso, cagado y anonadado piensa que las grandes mentes que se tendrían que reunir con urgencia y a pensión completa para reflexionar sobre el bicho tendrían que ser científicos. Pero el españolito se equivoca porque aquí nadie va a hacer caso a un científico, ni a cien que se reunieran en un gran castillo erizado de truenos y de interruptores diferenciales antiguos, enormes y llovidos como puentes levadizos. Me refiero a que ningún político les va a hacer caso, mucho menos dejarlos tomar decisiones, mucho menos invitarlos a La Toja para que los pongan en evidencia en vez de estar ellos recibiendo masajes de chocolate y piedra pómez.

Oponerse a Sánchez ya es ser el propio virus. Ésa es la conclusión científica de un fin de semana de respirar jabón, o simplemente la de toda esta crisis

A La Toja van matrimonios que tienen pack con barco y mariscada y ya, si eso, luego se pasa a la gran crema mental, intelectual o jabonosa española. O sea, políticos, burócratas y empresarios de mucho peloteo mutuo, de mucho sarao y mucho roneo, charlando de sus cosas como marineros, entre pipas y nudos y mentiras de pescador. O sea, los ya citados barones de porrón, por ejemplo, más Felipe González, que es un clásico como Doña Rogelia, o Mariano Rajoy, ya patrimonio nacional como un soso y tenaz puente romano. Suele venir bien un toquecito internacional, muy apreciado siempre en la provincia, algo con sonoridad geopolítica pero cercano a la vez, como el presidente portugués, o algún señor de la UE que venga ya con sonotone de traducción simultánea como si viniera con escafandra, aunque luego sean Borrell o De Guindos. Por supuesto, también grandes o floridos empresarios, de nuestras pequeñas Siete Hermanas petroleras o financieras o ingenieras, más alguien que trabaje en alguna piscina de bolas de Google, para ir de modernos.

Son gente muy diferente pero como de la misma pecera o el mismo teatrito, la pecera o el teatrito españoles, abombados, cabeceadores, coloridos y muy de colofón gastronómico más que científico, intelectual o cultural. Pero son la gente que aquí se considera que tiene que reflexionar no ya sobre la pandemia, sino sobre cualquier cosa, y tienen entrenadas la corbata para hacer círculos con el pensamiento y las gafas para ir deslizándose por los razonamientos, muy nasales. En realidad no necesitamos eso ahora, es decir lo de siempre. Nos hace falta algo muy distinto, más ante el fracaso, pero aquí siempre ponemos lo que nos sobra, como la cocinera del tabernón que somos. Si nos sobran políticos de empanada, políticos de empanada; si nos sobran viejas glorias, presidentes que ya parecen Naranjito, como González, pues viejas glorias; si nos sobran señores de puerta giratoria, como botones del dinero, pues esos señores, que son siempre entreministros, entrecomisarios o entreconsejeros de algo que da igual en realidad. Ésas son nuestras mejores mentes, o las que importan. Para una pandemia o para lo que sea.

La guinda de la España del pasteleo de carrito de postre, de la política como aquellos carnés de baile antiguos, tenía que ser por supuesto nuestro presidente. Extrañamente risueño, quizá por tomar el control simbólico de Madrid sin más que hacer con el virus lo mismo que Ayuso pero al patadón; contento y gustándose al estar entre las mejores mentes, que ya se conocían como de pensar el dominó en el casino, Sánchez aportó su ciencia. Dijo que una de las caras del virus es la “antipolítica”, sin que se le cayera la suya, su cara o su antipolítica. “Se engañan aquellas fuerzas políticas tradicionales (¿?) que piensan que pueden obtener algún rédito de la división, del enfrentamiento, de la confrontación”. Parecía que se lo decía al azogue de sus propios ojos, fríos o calientes según, como dados. O quizá a Ábalos o a Lastra. Pero se lo decía a la oposición. Y no como cinismo, sino como ciencia.

No verán ahora más rastreos, ni más médicos, ni esos criterios claros y técnicos que reclaman los científicos ninguneados, a los que no invitan a estos saraos de patricios como una sauna de patricios. Oponerse a Sánchez ya es ser el propio virus. Ésa es la conclusión científica de un fin de semana de respirar jabón, o simplemente la de toda esta crisis. La conclusión que nuestras mejores mentes pueden ofrecer. Y quizá la que nos merecemos.

Habrán visto que no hay más rastreadores, ni más médicos, ni más test, ni más trenes, ni más recursos ahora que el Gobierno ha “tomado el control”, que decía Illa cerrando el puño como Darth Vader o como alguien que ha atrapado una mosca hortelana o funeraria. El Gobierno se ha limitado a poner una gran cadena de convento o de mirador alrededor de las ciudades y a quitarles una hora de la cena, la hora ya del pacharán, poca cosa. Pero esa cadena suya, quizá sólo indiscriminada, es igualitaria, no como aquélla de Ayuso por la que protestaban, que debía de ser un cordoncillo de clase, como de reclinatorio ducal. Aun con la audacia y la eficacia de estas medidas, hay gente que se ha reunido en La Toja para seguir pensando, por si acaso. La Voz de Galicia tituló, con entusiasmo: “Las mejores mentes reflexionan en A Toxa sobre la respuesta a la pandemia”. Entre ellas, Feijóo, Moreno Bonilla o García-Page. Y Sánchez. Las mejores mentes, y con olor a sales y lavanda. Cómo no entusiasmarse.

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