Illa y Simón sospecharon o aún sospechan de los datos de Madrid, por buenos, no por ninguna otra razón. No es que los datos se contradigan, como les contradecían a ellos las simples sumas y los muertos y hospitalizados que se les caían de la tumba o de la cama de un día para otro (recuerden cuando llegaron a resucitar a 200 muertos del tirón, como en un milagro de Cecil B. DeMille). No, es la sospecha pura, así, como una puñalada de celos en los ojos. Esto no es nada científico, pero recordemos que ellos nos hablaban de un comité científico que no existía, e incluso de una Ciencia de mayúscula latina y piedra, como en la fachada de un museo, cuando sólo se trataba de ellos mismos reunidos con sus subordinados, monosabios y becarios de fotocopia. A Illa y Simón se les levanta una ceja de sospecha o sólo teatralidad, como a un mentalista. A ellos, que han pintado acuarelas y han tapado hoyos y han rellenado alfombras de barreduras con tantos datos y realidades, yo creo que se les ha quedado ya la cara de sospecha, intensidad y teatro kabuki igual que a Iker Jiménez, o sea de oficio.

Desde el comienzo, Illa y Simón no han hecho otra cosa con las cifras y la realidad que escapismo, malabares, acertijos y globoflexia. Los números, los difuntos, los infectados, los mapas o las gráficas los barajaban, los escamoteaban, los pasaban por el pasapurés, les daban la vuelta en directo como un sombrero de copa o te los presentaban como un caniche rosa y flotante. Ha sido una misión en pareja, como la de los trileros o, mejor, los payasos. En este caso, un payaso augusto y un payaso vagabundo, según los roles tradicionales del gremio. Para Illa y Simón, el virus ha sido una piel de plátano con la que resbalaban día tras día para luego sonreír o llorar por todos los ojales y margaritas de sus caras de témpera y cuarteado.

Desde el comienzo, Illa y Simón no han hecho otra cosa con las cifras y la realidad que escapismo, malabares, acertijos y globoflexia

Recuerden que aquí no tendríamos “más allá de algún caso diagnosticado”. Recuerden que no sólo las mascarillas pasaron de inútiles a obligatorias, sino que llegaron a reconocer que si no se recomendaron en su día fue porque no había. Recuerden que esa ciencia tan volátil de las mascarillas la aplicaron también a los test, que servían o no servían o había o no había, un poco todo a la vez. Recuerden que a Simón le llegaban muertos sin etiqueta o sin cajón y que él lo justificaba con ocurrencias, como que serían de infartos o accidentes de tráfico. Otros simplemente se le perdían y él los llamaba “desubicados”, allí en un limbo entre el ministerio y San Pedro. Aburre ya el popurrí de Simón, como aburría la gallina Turuleca, tan tierna como falsa. Illa, por su parte, venía a decir lo mismo que Simón pero con una oscura balada de saxofón.

Sospechan de las cifras, en fin, o de la ausencia de cifras (las de los nuevos test de antígenos), precisamente los que inventaron no incluir aquellos nuevos test rápidos, o sea ese asterisco que te advertía que allí sólo constaban vivos, muertos o zombis con PCR positivo. Sospechan los que no sospecharon nada cuando lo advertía la OMS, o el propio departamento de Seguridad Nacional, que por cierto ahora lleva Iván Redondo (Redondo igual le pone un filtro de Instagram a Sánchez para dejarlo guapo que le pone el mismo filtro a toda nuestra seguridad nacional para lo mismo). Sospechan los que no sospecharon nunca nada, de tal manera que ya siempre fueron por detrás del virus, tarde, torpe y mal, como persiguiendo a un Pokémon imposible.

Yo aún conservo la hoja de cálculo en la que empecé a anotar los números de la epidemia, a hacer gráficos, a trazar curvas de interpolación esperanzadas e infantiles. Lo dejé cuando los datos ya eran incomprensibles, cuando los totales no coincidían con los parciales, cuando los asteriscos y las intersecciones de categorías y circunstancias hacían ya imposible saber qué pasaba ni quién estaba vivo o muerto o en capilla. Ya miraba los datos y curvas que daba Sanidad como si fueran horóscopos. Un día, toda la gráfica en la que se diferenciaban sintomáticos y asintomáticos simplemente se invirtió. Era como si antes hubiéramos estado mirando el negativo de una foto de playa con cielos negros y ojos demoníacos y nos ofrecieran de repente la apacible estampa vacacional. ¿Cuál era la verdadera? Yo ya sólo atiendo a las cifras de ingresados y de muertos, sabiendo que vienen con retraso o incluso con errata, pero con una especie de flor para mí, flor pobre, cementerial y sincera que agradezco.

Illa y Simón sospecharon o sospechan de Madrid, aunque han terminado admitiendo los datos y la mejoría. Ni siquiera en eso pueden mantener mucho tiempo la palabra, la coherencia, la misma tabla de multiplicar. Illa y Simón sospechan como los mentirosos. Yo sigo viendo a dos tipos con nariz roja a los que se les caen entre los dedos los contagios y los muertos, una y otra vez, como se le caían las partituras a Buster Keaton en Candilejas. Illa y Simón sospecharon o sospechan, y no es por la ciencia, como nada de esto. Es que lo menos que le puede ocurrir a un lugar que ha sido declarado culpable por decisión política es que resulte sospechoso. Siendo ya Madrid culpable, la sospecha hay que tomarla como una cortesía.

Illa y Simón sospecharon o aún sospechan de los datos de Madrid, por buenos, no por ninguna otra razón. No es que los datos se contradigan, como les contradecían a ellos las simples sumas y los muertos y hospitalizados que se les caían de la tumba o de la cama de un día para otro (recuerden cuando llegaron a resucitar a 200 muertos del tirón, como en un milagro de Cecil B. DeMille). No, es la sospecha pura, así, como una puñalada de celos en los ojos. Esto no es nada científico, pero recordemos que ellos nos hablaban de un comité científico que no existía, e incluso de una Ciencia de mayúscula latina y piedra, como en la fachada de un museo, cuando sólo se trataba de ellos mismos reunidos con sus subordinados, monosabios y becarios de fotocopia. A Illa y Simón se les levanta una ceja de sospecha o sólo teatralidad, como a un mentalista. A ellos, que han pintado acuarelas y han tapado hoyos y han rellenado alfombras de barreduras con tantos datos y realidades, yo creo que se les ha quedado ya la cara de sospecha, intensidad y teatro kabuki igual que a Iker Jiménez, o sea de oficio.

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