Montesquieu ha muerto”, dicen que dijo Alfonso Guerra, que ya tiene sus propios evangelios apócrifos y leyendas de jinete sin cabeza. Guerra siempre fue el predicador con pistolas, mientras que Felipe era como el Corazón de Jesús andaluz, ajarronado y algo sexuado, de aquel socialismo de comodita. Guerra predicaba, azotaba y ejecutaba, con su cara de dominico de la Inquisición, a la derechona o a lo que estorbara, incluidos banqueros o jueces. En 1985, aprovechando una ambigüedad de la Constitución, ajustició al poder judicial cambiando la ley para que las Cortes eligieran a todos los vocales del CGPJ. Decían que era lo democrático (lo siguen diciendo), pero como expresa la frase de Guerra, o de su versión evangélica, en realidad se habían cargado la división de poderes. Sánchez, ahora, aún quiere ir más lejos que aquel felipismo todopoderoso, omnipresente, papista y cowboy.

Sánchez e Iglesias nos han puesto camino de Hungría o Polonia quizá para que no le repitan más lo de Venezuela

Si Guerra mató a Montesquieu, Sánchez está dispuesto a recoger su calavera terriza y convertirla en su farol mexicano o en su orinal de príncipe. Hasta ahora, los miembros del CGPJ se elegían a pachas por los partidos, pero al menos había que pactar para llegar a la mayoría cualificada de tres quintos. Ahora, Sánchez y los suyos pretenden que baste la mayoría absoluta. Es decir, que en la práctica, la misma mayoría que sustente al Gobierno podrá elegir a todos los jueces del CGPJ. Estas cosas sólo ocurrían, por ejemplo, en Polonia o Hungría, esos países chungos con su autoritarismo frígido y antiguo y su ultraderecha con serpientes en la calva. Países, gobiernos y actitudes que, por cierto, tanto escandalizan a la izquierda. Y a los editorialistas y columnistas de la prensa del Movimiento (así llamaba Makinavaja a El País). El sanchismo nos está convirtiendo en uno más de esos países chungos, sospechosos, radiactivos y putinescos.

Guerra mató a Montesquieu como con su bota campera de la voluntad popular, pero es verdad que nadie más ha hecho nada por revivirlo. Desde entonces, el órgano de gobierno de los jueces no deja de soportar una fea tensión entre la profesionalidad y la sospecha. A este sistema de pachas y custodia para el CGPJ, a echar la timba periódica para elegir a sus vocales, incluso se le llamaba y se le sigue llamando “pacto por la justicia”, con ese sarcasmo que usa a veces el poder en sus eufemismos. Ni el purgante Aznar, ni el santo Zapatero, ni el rumiante Rajoy hicieron nada por mejorar la apariencia de independencia del poder judicial (la independencia real ya es otra cosa). Sólo UPyD y Cs han planteado alguna reforma seria, que el academicismo partitocrático, fácilmente soponciable por estos descocos, por supuesto nunca llegó a considerar.

Guerra y González no son nadie, apenas unos espantapájaros de pana, al lado de Sánchez e Iglesias, que nos han puesto camino de Hungría o Polonia quizá para que no le repitan más lo de Venezuela. Pero todos los autoritarismos se parecen, lo de que sean tropicales o eslavos ya es más bien sólo cuestión de gustos en coctelería. El caso es que los mismos que piden no judicializar la política piensan colocar a la mayoría del CGPJ silloncito a silloncito, como una casita de muñecas. Si la Fiscalía depende de quien depende, ¿por qué no va a depender todo lo demás? El caso es aún más descarado con Iglesias, apurado y empeñado en la urgencia casi urinaria de la renovación de unas instituciones en las que no cree, que considera corruptas. Pero el apremio no es otro que evitar cualquier control a su poder. Y con la oposición expulsada del sistema, de su extraña democracia censitaria (“no volverán a sentarse en un consejo de ministros”, aseguró Iglesias al PP), ya poco más queda para controlarlos salvo la dura ley.

Los jueces no son sicarios ni cucarachas robots, o al menos no frecuente ni fácilmente, como los médicos no son asesinos. Pero esta promiscuidad rozadiza entre los partidos y la judicatura, esa sostenida sospecha en cada frufrú de sus nombres susurrados, sigue siendo una mancha en nuestra democracia, además de una carga para la propia reputación de los jueces. Sánchez asegura que cambia la ley porque el PP bloquea la renovación del CGPJ. Es cierto lo del bloqueo, interesado y calculador. Pero la alternativa no puede ser que el CGPJ se lo haga casi enterito Sánchez con un par de llamadas a la pizzería y al club Frankenstein. Sí podría servir lo de limitar los cometidos y potestades del CGPJ cuando está en funciones, para obligar al acuerdo. Pero eso seguiría dejando a Montesquieu en esa tumba como una fiambrera de tortilla que hizo el PSOE de los ancestros y que nadie más ha movido. Otra reforma más profunda es necesaria, al menos si la necesidad que nos ocupa es la salud democrática, no el éxito de la franquicia del sanchismo.

Confía uno en que Europa no permita esta locura, y de hecho a Europa van a recurrir los jueces, que se presienten ya como mariposas negras pinchadas. Hablan por ahí de España como “Estado fallido” y no me extraña, viendo que esto puede terminar en uno de esos países gobernados como un equipo de fútbol o una discoteca rusa. Vamos hacia Hungría o hacia Polonia, hacia la Moncloa o Galapagar como una cabaña de Putin con osos y Natachas.

Montesquieu ha muerto”, dicen que dijo Alfonso Guerra, que ya tiene sus propios evangelios apócrifos y leyendas de jinete sin cabeza. Guerra siempre fue el predicador con pistolas, mientras que Felipe era como el Corazón de Jesús andaluz, ajarronado y algo sexuado, de aquel socialismo de comodita. Guerra predicaba, azotaba y ejecutaba, con su cara de dominico de la Inquisición, a la derechona o a lo que estorbara, incluidos banqueros o jueces. En 1985, aprovechando una ambigüedad de la Constitución, ajustició al poder judicial cambiando la ley para que las Cortes eligieran a todos los vocales del CGPJ. Decían que era lo democrático (lo siguen diciendo), pero como expresa la frase de Guerra, o de su versión evangélica, en realidad se habían cargado la división de poderes. Sánchez, ahora, aún quiere ir más lejos que aquel felipismo todopoderoso, omnipresente, papista y cowboy.

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