Enhorabuena, señor Casado. Hablar claro, fijar posición, ser contundente con aquello en lo que uno cree son atributos escasamente frecuentes en la política. Si, además, se hace con brillantez oratoria exenta de descalificaciones e insultos y se transmiten con pasión las convicciones, el discurso se convierte en una rara avis parlamentaria como a la que asistimos la pasada semana y que muchos califican como un terremoto político del que el Partido Popular sale consolidado (al igual que su presidente) como verdadero líder de la oposición. Un auténtico tiro por la culata del líder de Vox, que pretendía asaltar esa posición y que a resultas de la claridad y contundencia de Pablo Casado queda noqueado, perplejo y maniatado en la esquina más derecha del ring en que hemos convertido la política.

Sin embargo, son muchas también las voces de votantes y simpatizantes del Partido Popular a quienes el discurso ha causado una profunda desesperación y frustración ante la también clara satisfacción que a socialistas y podemitas seguro causa la nueva fragmentación, esta vez rozando la ruptura, que la posición expresada por Casado impone en la derecha del arco parlamentario.

No caiga en la autocomplacencia de los que le adulan por el discurso o las aviesas felicitaciones de los oponentes de la izquierda que gobierna (la centrada y la extrema)

Todo juegos y cálculos electorales de unos y otros. Doctores peleándose por el diagnóstico y medicación de un paciente enfermo de Covid que exhausto y hastiado yace en la cama inerme contemplando sus discusiones entre dolores y desesperación. Ese paciente no es otro que España y los españoles. En el debate contemplado y de la moción de censura surgen, no lo dudo, ganadores y perdedores políticos, pero solo un perjudicado, un cuerpo renqueante que es el de España, del que el Covid no es más un síntoma. Sí, un síntoma de que nuestro modelo de estado, nuestra joven, pero ya obsoleta política en democracia es la enfermedad real.

Este paciente que ha pasado rápidamente de ser el de mayor crecimiento de la eurozona, la California de Europa, hasta la nación emprendedora que propugnaba algún secretario de estado, a ser el país más impactado por la crisis, el más infectado por el virus y que, a pesar de tener dieciocho doctores y recetas diferentes, no consigue levantar cabeza y va de estado de alarma en estado de alarma. Algo habrá mal o ¿es el destino? O mejor: ¿es el pretendido incivismo de los ciudadanos el que causa la situación mientras sigue sin haber PCR en los aeropuertos, los rastreadores no terminan de aparecer y son de ámbito regional para una pandemia que no entiende de autonomías y la tecnología en la que tanto confiamos no se pone a funcionar?

Seño Casado, enhorabuena, buen discurso y declaración de intenciones sin duda, pero no deje que se conviertan en fuego fatuo (en literatura, el fuego fatuo tiene a menudo significado metafórico, describiendo cualquier esperanza o meta que guía a alguien pero que es imposible de alcanzar). No caiga en la autocomplacencia de los que le adulan por el discurso o las aviesas felicitaciones de los oponentes de la izquierda que gobierna (la centrada y la extrema).

Cambiar el rumbo de España electoralmente, y lo saben bien, solo se consigue haciendo que votantes que giraron a la izquierda o que de verdad lo son crean en un proyecto, integrador, ilusionante y se centren. Que también se centren los enfadados que giraron a la ultraderecha. Los españoles, todos, no queremos que ganen unos u otros, queremos que se solucionen los problemas estructurales en los que estamos cayendo: un modelo de estado y autonómico que requiere de revisión y puesta a punto, una administración pública eficaz , eficiente y al servicio del crecimiento, unas universidades y modelo educativo de futuro que nos preparare para la nueva economía, una eficaz sanidad que se ha mostrado más vulnerable de lo que pensábamos, una economía más fuerte y equilibrada entre sectores donde la industria y la tecnología ganen peso, donde lo público y lo privado trabajen juntos por el mismo objetivo y no sean antagónicos como a veces se pretende. Leyes electorales que corrijan las vulnerabilidades que ya hemos aprendido en estos cuarenta años de nuestro modelo, una justicia rápida, eficaz e independiente...

Necesitamos, queremos un cambio de rumbo y eso solo se puede hacer con PP y PSOE sentados en una mesa para hablar de lo urgente y también lo importante

Y todo eso, lo sabemos lo españoles, solo se consigue con un acuerdo entre las dos Españas que algunos insisten en crear y arrinconar en las esquinas derecha e izquierda del ring. Solo se consigue con un PSOE y un PP generosos, con horizonte de futuro, con visión de España y no electoral que deciden sentarse juntos. Que aparcan por un momento sus diferencias y acuerdan unas nuevas reglas para después volver a la contienda electoral con el paciente ya recuperado, más fuerte. La escora simultánea hacia babor y estribor a la embarcación no la hace virar. En el mejor de los casos la mantiene inmóvil cuando no parte el barco por la mitad. Necesitamos, queremos un cambio de rumbo y eso solo se puede hacer con PP y PSOE sentados en una mesa para hablar de lo urgente y también lo importante.

Por eso, el alabado discurso se quedó a medio camino. Era una gran oportunidad para rematar la jugada y retratar también al Gobierno ofreciendo de manera sincera, abierta y honesta una mano tendida para ambos partidos trabajar desde el centro sin ultraderechas o ultraizquierdas en lo que queremos los españoles. Que juntos redefinan las reglas del juego, reinicien el juego tras profundos acuerdos y reformas tan necesarios. Me dirán que habrían recibido el No es No por respuesta y hasta eso hubiese sido positivo.

Reiterar machaconamente la necesidad de un acuerdo PP-PSOE para mí es parte de la solución. Nadie, ni partidos ni gobiernos pueden luchar contra las olas de las bases, de los votantes reclamándolo. No habrá líder que lo resista mientras todos asistimos al deterioro de la situación. Repítanlo de manera incesante hasta que cale y cause efecto. Ilusiónenos con un proyecto de país que no tenemos, cuéntennos hasta dónde estarían dispuestos, juntos, a llegar en las reformas, véndanos ilusión y futuro. Hasta que el No es no se convierta en una mueca ridícula de quien no tiene más armas ni creencias.

Eso es lo que queremos muchos españoles y no otra cosa. Lo demás… Fuego fatuo.

Enhorabuena, señor Casado. Hablar claro, fijar posición, ser contundente con aquello en lo que uno cree son atributos escasamente frecuentes en la política. Si, además, se hace con brillantez oratoria exenta de descalificaciones e insultos y se transmiten con pasión las convicciones, el discurso se convierte en una rara avis parlamentaria como a la que asistimos la pasada semana y que muchos califican como un terremoto político del que el Partido Popular sale consolidado (al igual que su presidente) como verdadero líder de la oposición. Un auténtico tiro por la culata del líder de Vox, que pretendía asaltar esa posición y que a resultas de la claridad y contundencia de Pablo Casado queda noqueado, perplejo y maniatado en la esquina más derecha del ring en que hemos convertido la política.

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