La nueva normalidad era al final un estado de alarma de seis meses. Pedro Sánchez volvió a salir trabado de banderas, plisados y estampillas, como un gaitero de funeral militar, para pedirnos otra vez sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor, todo eso que suele pedir él a los demás igual que un Churchill de hamaca y cocotero, pero ahora por seis meses. Seis meses, nos espera una larga noche polar con el sol arrestado por los municipales. Seis meses y un día, una condena, es lo que nos cuestan las vacaciones de Sánchez, su olvido del virus. Sus vacaciones no sólo cuando se fue para oírse a sí mismo como a un sirenito dentro de las caracolas marinas, sino cuando volvió haciendo ya sólo politiquilla, pendiente de sacar en globo a los presos indepes, de los tablaos republicanos, de los cepos de ratón para jueces o de la Cleopatra yacente y retadora que es Ayuso.
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