Sánchez se va ahora de gira por España, una gira en realidad como británica, entre reina de Inglaterra y los Stones. Los Stones se iban de tournée con sus morritos, su avión güisquería, sus sacos de huesos y su sangre perfundida (decía la leyenda urbana que se cambiaban la sangre de vez en cuando, en ceremonias entre lo vampírico y lo egipciaco). Por su parte, Isabel II se iba a dar moral a las colonias animándolas con sus graciosos sombreritos, lo único gracioso que ha tenido. Los Stones conseguían hacer diabluras con sus huesos de arena y sus labios de hierro candente, e Isabel II conseguía mantener unido lo que quedaba de Imperio, tozuda, sosa y ceremonialmente, como sus rodillitas. Eso quiere hacer Sánchez, aunque él sólo pone los morritos. Lo demás lo aportamos nosotros, del avión a los huesos, de la sangre a las reverencias de camello.

Sánchez no tiene tiempo para ir al Congreso, que le parece una fastidiosa temporada de ballet, algo para ir cada dos meses como mucho, a dejar caer un guante de poder sobre el palco como el que concede una oreja a la orquesta. Pero sí tiene tiempo para hacer de monarca o de rockstar por ahí por el folclore y la horticultura de las autonomías, como si todavía hubiera que ir en barco de vapor a hacerse ver por las tribus y por el Nodo. Quiero decir que en el Congreso se hace más que de viajecito y que un comité de expertos sirve más que un comité de bienvenida. Claro que para eso hace falta querer hacer cosas, no buscar la foto de novio alelado que dejan todos los políticos recibiendo llaves de ciudades, siempre como de torreón de don Mendo, y bendiciendo tablas de quesos. 

Cuando no se sabe hacer nada, es justo cuando hay que parecer que se hace. Sánchez tiene que moverse o terminará oliendo a pastillita Juanola como Illa

Estamos en lo peor de la epidemia, que puede ser el mejor momento para hacer giras de la real gracia o de la real gana, del ego y de las grupis (los barones regionales hacen muy bien de grupis, con sus desmayitos y sus peticiones agitando el sostén como de náufraga). Ni la gente ni las autonomías saben muy bien qué hacer ni cómo hacerlo, cuándo encerrar al personal o cuándo cerrar las barberías, porque Sánchez no dice nada, sólo sale en la tele como en playback, o moviendo la mano de bailarina de cajita de música en unos atriles como tocadores. Esta gira, que Sánchez baje del helicóptero como una infantita o un rambo y se vaya a los pueblos a salvarlos con su propia mano de noble o de cazador de leones, es justo lo que necesita su noble inactividad para parecer actividad.

La misión o la excusa es, dicen, evaluar ese plan de recuperación, resiliencia o resucitación o como lo llamen. Pero este plan sólo significa políticamente una cosa: dinero. Así que Sánchez se va por toda España no para evaluar nada, como si fuera un perito que tiene que meterse en el pantano o en el encofrado, sino porque viene anunciando dinero, y nada es mejor recibido que el dinero. Sánchez puede ser ahora, pues, alguien en un viaje de jeque, con peloteo de jeque, con caspa de lentejuela de oro de jeque, con propinaza de jeque, en vez de ser lo que parece ahora, alguien que se esconde en el bolsillo de Illa, un bolsillo que uno imagina triste y sólo con una cajita de pastillas Juanola (hay quien tiene pinta de llevar pastillas Juanola como hay quien tiene pinta de llevar navaja).

Sánchez, mezcla de rapero blanco a lo Vanilla Ice, de jeque futbolero, de reina con bolsito mágico de Mary Poppins y de Virgen de los mares, no sólo va a hacer una gira para ser recibido por los presidentes y los gaiteros, sino que irá seguro a que lo envuelva eso que llaman la sociedad civil. O sea, todo el clientelismo abigarrado de asociaciones, casinos, sindicatos, círculos mercantiles, oenegés, liceos, cooperativas, gremios, montepíos, cenáculos, cofradías, hospicianos, colegiados, peñistas, sabios, ascetas, futurólogos, poetastros, cineastas, beatos, sablistas, piadores y gente que está en general a la cola de lo suyo. Y eso no es una sola foto llegando como Marilyn, sino muchas fotos, fotos con todos y en cada sitio, como las fotos que tenía que hacerse Chiquito de la Calzada. Y él allí, como Mr. Marshall o como el papa, atendiendo a gente con encorvadura piadosa, anhelante, exagerada, agradecida, granjera.

Sánchez se va de gira con sus morritos y nuestra sangre, como los Stones o como un tuno de medicina; se va de gira como una reina transoceánica, en pías misiones de su propia gloria. No hay mejor momento que el peor momento. Cuando no se sabe hacer nada, es justo cuando hay que parecer que se hace. Sánchez tiene que moverse o terminará oliendo a pastillita Juanola como Illa. Si no puede mover a los expertos, ni a la ciencia, ni a la economía, hay que mover el esqueleto, la propinilla y la mano con resorte de los príncipes, que está entre el milagro, el solo de guitarra y la peineta.

Sánchez se va ahora de gira por España, una gira en realidad como británica, entre reina de Inglaterra y los Stones. Los Stones se iban de tournée con sus morritos, su avión güisquería, sus sacos de huesos y su sangre perfundida (decía la leyenda urbana que se cambiaban la sangre de vez en cuando, en ceremonias entre lo vampírico y lo egipciaco). Por su parte, Isabel II se iba a dar moral a las colonias animándolas con sus graciosos sombreritos, lo único gracioso que ha tenido. Los Stones conseguían hacer diabluras con sus huesos de arena y sus labios de hierro candente, e Isabel II conseguía mantener unido lo que quedaba de Imperio, tozuda, sosa y ceremonialmente, como sus rodillitas. Eso quiere hacer Sánchez, aunque él sólo pone los morritos. Lo demás lo aportamos nosotros, del avión a los huesos, de la sangre a las reverencias de camello.

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