Se diría que Abascal va detrás de Donald Trump como detrás de una mamá pata, por ahí por la política y por Twitter. Yo ya he comentado aquí que el líder de Vox está más cerca de ser nuestro Borat que nuestro Trump, pero él sigue detrás de esa mancha amarilla de plumón y graznidos, llamado por la naturaleza y por esa inigualable cadencia de ancas. Abascal no tiene el dinero, el imperio, los apoyos ni la desvergüenza de Trump, pero puede tirar de bulos y conspiraciones e intentar copiarlo en las redes y en la tribuna mientras espera que la América del peto vaya inspirando a la España del peto. Abascal ya remató su moción de censura (o moción de su censura) con eso de “Dios bendiga a España”, queriendo poner cara de dólar a su cara de duro antiguo. Ahora, tras la noche electoral, ha estado haciéndole el coro a Trump. Un coro de polluelo, claro, que daban ganas de darle alpiste o migajón.

El tuit de Abascal tampoco era en principio muy llamativo ni original, o sea que aprovechaba a Trump para su potaje habitual, declarando la “ignorancia y la manipulación de los medios, politólogos y encuestadores” y su rendida admiración por alguien que “puede sentirse ganador por seguir en pie contra todos”, que así es como se ve él, por supuesto. Abascal puede parecer un imitador de Elvis de Trump que le hubiera salido en Móstoles, pero es que Trump ya no es el Trump de las pasadas elecciones y Abascal no sé adónde pretende acompañarle con la imitación, con la gansada o con el caos. Estas elecciones americanas no son unas elecciones más, ni siquiera son como las anteriores. No se juega tanto una presidencia espeluznante o caricaturesca como la posibilidad de que Estados Unidos, que llegó a la democracia antes que Francia y sin guillotina, termine en república bananera. 

Abascal no es Trump y no creo que llegue a estar donde Trump aquí en España. Pero tampoco hace falta eso para contribuir a que el caos vaya resultando un camino más apetecible que la democracia

Trump no es el mismo, aunque siga con sus andares y su parpeo, porque ha cruzado una línea impensable: declararse ganador antes del recuento por correo y acusar de fraude al Partido Demócrata. Hasta un comentarista de la Fox se sorprendía de esta acusación sin más pruebas que el berrinche, y se le quedaban unos ojos como de la gente de la Fox que sacan los Simpson. Trump puede atrincherarse en el poder igual que esos dictadorzuelos de purazo, cerco sobaquero y maletín reventón que pintan las películas americanas. Puede atrincherarse con todo el poder institucional e incluso trasladar el conflicto a las calles. Y esto ya va más allá de que un niño millonario en ego y dinero, como un niño millonario en chocolate, se siente en el Despacho Oval para jugar; va más allá del baboso cogeculos y más allá de las derechas rancias y populistas.

Aunque Trump y Abascal abominen de los falsos augures, lo que iba a pasar en estas elecciones sí lo predijo Bernie Sanders (peligroso comunista, dirían los dos) ante Jimmy Fallon: “Éste es el miedo. Bien podría ser que, a las 10 en la noche electoral, Trump vaya ganando en Michigan, Pensilvania, Wisconsin, y entonces saldrá en televisión diciendo: ‘Gracias por reelegirme, americanos. Se acabó’. Pero al día siguiente se contarán los votos por correo [que usan sobre todo demócratas], y resultará que Biden gana en esos estados... Entonces Trump dirá: ‘¿Lo veis? Os lo dije. Todo era fraudulento y no vamos a dejar la oficina’”. De momento, así está sucediendo.

El país que inventó la democracia moderna podría venirse abajo con sus altivas águilas y sus montes con perfil de camafeo y peluca de minué, así que mejor no pensar qué podría ocurrir aquí, donde apenas la hemos tenido 40 años y la gente aún no sabe ni lo que es: hay republicanos sin res pública, conflictos de legitimidades entre administraciones y poderes, parlamentos que empiezan a ser pesados o decorativos, saboteadores en los ministerios o en sus gallineros, y salvadores de la patria con la patria como mera novia cadáver de sus tatarabuelos. Abascal hace populismo fake de whatsapp y de montería, polariza España con herrumbre, chistes de Torrente, conspiraciones de Anacleto y odio a gremios enterizos, sean periodistas o políticos o camioneras. Aun con folclore de españolito, eso era más o menos lo mismo que hacía Trump hasta que pudo hacer algo más. La polarización, la deslegitimación, el fraude, el caos... A ese discurso del nuevo y aún más monstruoso Trump, que parece de El mensajero del miedo, le da palmas palmípedas Abascal. De eso se trata, del caos, que acepta a todos los extremismos. Abascal palmotea pero el que se beneficia es Sánchez, claro. Abascal no es Trump y no creo que llegue a estar donde Trump aquí en España. Pero tampoco hace falta eso para contribuir a que el caos vaya resultando un camino más apetecible que la democracia. Y nuestra democracia no tiene, como la americana, la edad de una peluca de minué. Ni siquiera tiene la de un tupé de Elvis. Ni la de una peluca yeyé.

Se diría que Abascal va detrás de Donald Trump como detrás de una mamá pata, por ahí por la política y por Twitter. Yo ya he comentado aquí que el líder de Vox está más cerca de ser nuestro Borat que nuestro Trump, pero él sigue detrás de esa mancha amarilla de plumón y graznidos, llamado por la naturaleza y por esa inigualable cadencia de ancas. Abascal no tiene el dinero, el imperio, los apoyos ni la desvergüenza de Trump, pero puede tirar de bulos y conspiraciones e intentar copiarlo en las redes y en la tribuna mientras espera que la América del peto vaya inspirando a la España del peto. Abascal ya remató su moción de censura (o moción de su censura) con eso de “Dios bendiga a España”, queriendo poner cara de dólar a su cara de duro antiguo. Ahora, tras la noche electoral, ha estado haciéndole el coro a Trump. Un coro de polluelo, claro, que daban ganas de darle alpiste o migajón.

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