Ex Bosé. Sí. Me niego a soltar al que fue uno de los iconos de la revolución juvenil de los vaqueros y el “soy así” en tiempos de transición del blanco y negro al color. Ahora casi siento que es al revés, que vuelvo a aquel enorme televisor Vanguard de válvulas que tardaba en encenderse casi lo mismo que yo en asimilar que ese Miguel de las portadas de prensa es el mismo de las portadas de los discos que revolucionaron por modernos la música en España.

Ahora toca elegir canción para la lista. Me viene el baladón Linda, ingenuo y arrogante como los que lo escuchábamos. Rechazo tirar de evidentes: Bandido no, por favor. Siempre se recurre a ella. Don diablo se ha escapado y Sevilla es tan original como desfasada. La mayoría de las canciones de este post-bohemio han envejecido mal. No diré que como él, que para gustos los colores.

Ya sé. Voy a una de las de acordes mágicos. Acudo a una de esas valentías que se permitía el hijo de “Dominguín” los días que se levantaba torero y desafiaba al Miura de las discográficas que solamente pensaban en vender. Una de esas que bien merecería haber sido una espléndida cara B en el momento en el que todavía existían los singles de 45 r.p.m.

1996. La complejidad de un ya muy exitoso y llena-estadios líder de unas y otros se hacía patente en un álbum cuyo nombre lo decía todo: Laberinto. Nada más poner la aguja sobre el “Long Play”, desata su poesía el nativo de Aries, siempre influido por una vida poco convencional y un buscarse a sí mismo que intuyo que rara vez encontró respuesta.

De poesía hablo, porque hay que ser poeta y tierno para dejar una rúbrica tan transparente en los sentimientos como esta:

Me primavero y me otoño
me estío y me invierno
me adapto con serenidad.

Me quedo con esto último y me lo repito una y otra vez, sin convencerme. Ojalá. No cuela.

Sigo escuchando. Detecto que hay arte, sobre todo, cuando coge de la mano a un ser invisible, intangible a los ojos de la prensa rosa, de la amarilla, de los curiosos, y hasta de los alguna vez entrevistadores que observan expectantes como yo. 

Porque en un mundo que va
a la velocidad del rayo
aguanto el vuelo más
si me agarro de tu mano
acompáñame hasta donde pueda llegar

Oh. Si además añade el productor acordes mágicos y una segunda voz (femenina, sea dicho) a la obra, realmente consigue adentrarse en los mares del sur de la melancolía de cualquiera con cierta, muy cierta, sensibilidad.

En esas imágenes en blanco y negro reconozco a Bosé. Todos lo hacemos. Y también reconocemos un mundo que va, girando implacable, dejando muertos y más muertos a cada vuelta. Así de crudo, señor Bosé. Me dirijo a uno que afirma ser usted ahora.

No reconozco en lo más mínimo ya al ahijado de Visconti, al siempre elegante hijo de miss Italia, al Supermán animado por Camilo que supo adaptarse al tiempo que le tocó vivir, con valentía, siempre, pero sabiendo en qué mundo vive. Ese mundo que va y no va a detenerse por ninguno de nosotros.