Hay que reconocerle a Pablo Iglesias que ha trabajado intensamente para servirle en bandeja a Pedro Sánchez los 188 votos con los que ha sacado adelante los Presupuestos. Le ha hecho el trabajo sucio de pactar con los separatistas de ERC y los proetarras de Bildu una serie de cesiones cuyo coste político habría sido de difícil digestión para los votantes habituales del Partido Socialista pero que al líder de Podemos no le supone ninguna merma en su perfil político sino, al contrario, él cree que le benefician de cara al futuro.

Así que se deben calificar estos Presupuestos como los de “Pedro Sánchez y Pablo Iglesias” porque, efectivamente, lo son. Ahora bien, todas las cesiones inaceptables que ha firmado simbólicamente pero de mil amores el líder morado ahora tienen que ser asumidas y puestas en práctica por el propio Gobierno. Y ahí no van a caber muchas resistencias por parte de los ministros socialistas porque la sartén por el mango está ya en manos del vicepresidente de este Gobierno de coalición, y no lo va a soltar.

Porque gestión, lo que se dice gestión, Pablo Iglesias no tiene ninguna. Simplemente su vicepresidencia está ayuna de resultados propios. Ha estado, eso sí, reclamando, azuzando, presionando, exigiendo, afeando, incluso reprochando a los demás compañeros del Gobierno su propia indolencia a la hora de conseguir los resultados que a él le parecían convenientes. Pero sin dar palo al agua en lo que se refiere a la gestión de su departamento. Es lo que mi padre llamaba con socarronería de gallego “trabajar de ojo”. Es decir, hacer de vigilante del trabajo de los demás. De capataz, pero con todo el poder delegado que le ha otorgado el jefe Sánchez.

En eso se ha distinguido Pablo Iglesias durante los últimos meses de esta legislatura, a eso ha dedicado sus esfuerzos dentro del ámbito del Consejo de Ministros. Pero lo que le ha convertido en el verdadero e indiscutible gallo del corral ha sido la connivencia de Pedro Sánchez en las negociaciones con aquellos dirigentes de partidos con los que el PSOE no habría firmado jamás hace tan sólo dos años nada parecido a un pacto que pretendiera dar la vuelta al espacio de convivencia común que amparaba hasta ahora la Constitución de 1978.

Lo que ha hecho Pablo Iglesias ha sido firmar el vuelco del pacto constitucional con aquellos que siempre han estado en contra de él: los separatistas, a los que les “importa un comino la gobernabilidad de España”, como explicó desde la tribuna del Congreso de los Diputados la señora Montserrat Bassa, de ERC, y a aquellos que lo que pretenden es poner en marcha un proceso constituyente sobre la base de que España, “antes de que sea roja, tiene que estar rota” que fue lo que explicó el ex miembro de ETA Arnaldo Otegi a sus conmilitones en una intervención de 2016 pero que Bildu ha actualizado y ha vuelto a hacer circular por las redes en estos días.

Lo que ha hecho Iglesias ha sido firmar el vuelco del pacto constitucional con aquellos que siempre han estado en contra de él

Ésta es la cosecha de Pablo Iglesias, de la que está profundamente satisfecho porque le convierte en el capitán de ese movimiento de partidos no sólo contrarios a la España constitucional sino dispuestos a derribarla desde sus cimientos, movimiento al que él mismo pertenece y al que puede favorecer con sólo ejercer su influencia desde su puesto privilegiado de la vicepresidencia del Gobierno.

Desde ahí va a seguir movilizando a esas fuerzas y empujando al presidente y al resto de ministros a recorrer el camino que él vaya trazando porque no en vano él es el autor de ese éxito del Gobierno con la aprobación de unos Presupuestos que le garantizan a Sánchez la permanencia en el poder hasta que se agote la legislatura. Por eso la ministra de Hacienda, acudió a aplaudirle cuando terminó la votación: fue una demostración de vasallaje, exactamente lo que él va a reclamar constantemente a partir de ahora.

Pablo Iglesias no se ha metido a discutir las cuentas. Lo que ha hecho es ofrecer cesiones políticas extrapresupuestarias a cambio de unos votos que le eran imprescindibles a un presidente que previamente ya había optado por recorrer la senda de la izquierda radical y del separatismo a pesar de que tenía otra opción a su alcance. No puede caber duda, por lo tanto, de que su apuesta es deliberada y libre.

Veremos de todos modos qué hace Pedro Sánchez cuando la balsa del paro se abra y salgan en aluvión como cuando se rompe una presa los 750.000 trabajadores que ahora mismo están en los ERTE. Veremos qué hace cuando se compruebe por la vía de los hechos que los ingresos previstos en estos Presupuestos son una carta a los Reyes Magos que nunca llegó a su destino y haya que pintar el dinero para cubrir todos los compromisos de gasto asumidos en estas cuentas del Estado. Veremos qué hace cuando se vea que ni siquiera con la inmensa ayuda proveniente de la Unión Europea se tapan los gigantescos agujeros que se le van a abrir a la economía española.

Pero mientras tanto nos enfrentamos a esa realidad tenebrosa, el señor Iglesias ha hecho ya su agosto: le ha comido la merienda y el proyecto de país, si es que alguna vez tuvo alguno, a la parte socialista del Ejecutivo y al propio presidente, al que le ha garantizado lo único que quería y le preocupaba, según él mismo dijo: las siglas PGE, Presupuestos Generales del Estado, lo que, traducido, significa permanencia en La Moncloa hasta 2023.

Todo lo demás, me refiero a trazar las líneas maestras del proyecto político para España, eso se lo ha quedado Pablo Iglesias en solitario y ya sabemos hacia dónde pretende dirigirse en compañía de sus socios: hacia la ruptura y demolición de la unidad y la convivencia entre españoles, hacia ese "horizonte de una república plurinacional", que es lo que esas palabras significan.  

Mientras tanto, los diputados del otro lado del hemiciclo continúan engolfados en la bronca. Muy alentador.

Hay que reconocerle a Pablo Iglesias que ha trabajado intensamente para servirle en bandeja a Pedro Sánchez los 188 votos con los que ha sacado adelante los Presupuestos. Le ha hecho el trabajo sucio de pactar con los separatistas de ERC y los proetarras de Bildu una serie de cesiones cuyo coste político habría sido de difícil digestión para los votantes habituales del Partido Socialista pero que al líder de Podemos no le supone ninguna merma en su perfil político sino, al contrario, él cree que le benefician de cara al futuro.

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