Zapatero ha terminado en Venezuela como podría haber terminado en cualquier otro sitio donde fueran apreciados su misionerismo sandalio, su pacifismo de apache con nubarrón, su faquirismo reptante y su soberbia de redentor con arpillera. Yo creo que Zapatero es un pobre hombre abrumado por la necesidad desesperada de ser reconocido como santo, como santo absoluto e incluso como único santo del mundo. Conocemos santos conquistadores, santos encamados, santos futboleros como el papa, santos de la papilla y santos del bibliazo, pero solo Zapatero aspira a ser algo así como la Virgen María de los santos, más allá de la santidad, del pecado, de la sospecha, del rencor; sólo comprensión, caritas y un regazo igual para los pajarillos que para la coronilla de los tiranos. Maduro, claro, lo que ha visto ahí es un tonto de tocomocho, un tonto de trompetilla, un tonto de carricoche.
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