Don Juan Carlos hace un buen pavo de Navidad, con su apalomada pechuga borbónica, sus entorchados de fideo gordo y su cubertería de anclas. Hay que reconocer que el rey emérito es alguien que invita a la ceremonia del trinchado republicano, como una novia invita a la ceremonia de desnudarla. Los republicanos se han encontrado con un rey codicioso, vanidoso y golfales, ahí sobre un lecho de uvas y brandi, con la corona del reino como esos gorritos que se ponen en las patas de las aves asadas. A ver qué va a hacer el republicano sino trincharlo sobre sus propias panoplias de plata. Pero el caso es que no se trata de don Juan Carlos, bamboleante de doblones y colgajos como un cofre pirata. Tampoco se trata de la monarquía, institución entre decorativa, excesiva y académica, como un ballet ruso. Ni siquiera se trata de Ayuso, que últimamente me sirve para rematar los párrafos como con revolera de bata de cola. Lo principal es que no se trata de republicanismo, así que la ceremonia trinchante se convierte en otra cosa.
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