Con la llegada al Gobierno de todos los progresistas de España están quedando al descubierto su principios ideológicos y afanes políticos, que con carácter descriptivo pero no exhaustivo cabe reseñar así:

  • La libertad y la responsabilidad personal, propia de personas adultas, se intenta por todos los medios –los educativos los más importantes– que quede en manos del Estado, lo que da lugar a un mundo de derechos sin deberes con la consecuente infantilización de la sociedad.
  • La igualdad se antepone a la libertad, lo que conduce inexorablemente al reino de la mediocridad.
  • La buena educación se desprecia por elitista, mientras que el esfuerzo, el rigor, la disciplina, el trabajo bien hecho y los méritos se expulsan de la educación pública.
  • La argumentación de base empírica, sostén epistemológico de la ciencia y el progreso, se sustituye por conceptos ideológicos históricamente fracasados.
  • La política deviene el arte de inventar derechos particulares de colectivos “diferentes” que la inmensa mayoría social no demanda, sin reparar en la ley natural ni el coste económico de satisfacerlos.
  • La democracia se hace asamblearia, y de este modo trata de oponerse y vencer a la ley, para derivar  hacia modelos totalitarios enemigos de la libertad ciudadana.
  • La creación de riqueza se considera tácitamente un delito que hay que perseguir restringiendo mediante la represión normativa y fiscal el desarrollo de la función empresarial.
  • Las nuevas generaciones están condenadas a hacerse cargo del despilfarro sin fin del gasto público que es imposible que puedan ni votar ni disfrutar.
  • Los individuos pierden el derecho de ser libres de buscar su propia felicidad, ya que esta debe ser una responsabilidad el Estado, que “sabe” como construir a un “nuevo hombre” mediante procesos de ingeniería social que comienzan en la escuela y prosiguen a través de una creciente dependencia de un Estado de Bienestar cada vez más adocenante.
  • El crecimiento económico, genuina fuente de todo bienestar material y objetivo económico de los gobiernos responsables, queda supeditado a caprichosas políticas económicas que lo cercenan.
  • La eficiencia del gasto público propia de cualquier administrador responsable no forma parte ni del vocabulario ni de la gestión de los progresistas; la consideran una excentricidad liberal.
  • La mejora de la productividad, asociada necesariamente a la innovación y la cualificación de los trabajadores, se hace cada vez más difícil por los crecientes obstáculos a la libertad de mercado y el deterioro de la educación.
  • La creación de empleo, esencial para la dignidad de las personas y para la creación de riqueza, se ve constreñida por regulaciones de origen totalitario que conllevan a que la relación contribuyentes/perceptores fiscales sea una de las mas bajas del mundo civilizado.
  • El marco político constitucional de origen liberal se pretende mutarlo hacia otro totalitario y ajeno a la cultura política de los países civilizados, mediante el incumplimiento de la ley y de las sentencias judiciales, la eliminación de la división de poderes y la persecución de la libertad individual.
  • La nación -mas antigua del  mundo- no existe y en su lugar se inventa una insólita federación –de nacioncillas– que habiendo servido siempre en la historia para unir aquí se postula para separar; el mundo al revés
  • Los valores morales que han cimentado la distinguida personalidad de Occidente: el cumplimiento de la promesas, el respeto a la verdad, la confianza social, etc. se relativizan hasta desvanecerse.

Frente a este listado de principios, hechos y prácticas consuetudinarias que perfilan la personalidad de las sociedades: ¿cuántos países libres y prósperos que podamos admirar se ven retratados en ellos? La respuesta no puede ser más categórica: ninguno.

¿Y cuantos países que hayan adoptado tales prácticas políticas y sociales han visto declinar su libertad, su economía y su bienestar? Todos, incluidos  los biensabidos casos de Argentina y Venezuela como paradigmáticos y admirables ejemplos para una muy influyente parte del Gobierno. 

Cuando la crisis sanitaria y la económica que le sigue deberían obligar a plantearnos nuestro porvenir lógicamente alineados con nuestros socios europeos, sacamos a pasear nuestra castiza diferencia, en este caso tratando de importar los “exitosos” modelos hispanoamericanos antes reseñados.

Al parecer, nuestros preclaros gobernantes piensan que a base de pasar curso sin aprobar, de cobrar por no trabajar, alentar el secesionismo, indultar a los golpistas, santificar el feminismo, subir los impuestos a los que todavía trabajan y fomentar la cultura del patinete alcanzaremos alguna vez la verdadera modernidad.

¿Qué ha sido de aquella izquierda que construyó un Estado de Bienestar responsable? ¿Cómo puede haber abandonado un modelo de economía inclusiva orientada al pleno empleo, para practicar otra  socialmente excluyente, que castiga fiscalmente a las comunidades que mejor administran sus economías, mientras que defiende a los reaccionarios independentistas y a todos los que quieren volver por los mas peregrinos caminos a la edad de piedra?

Para Kant, “la especie persona es un ser libre por naturaleza, autoconsciente, que actúa de acuerdo a la razón y regida por la ley moral”. ¿Qué ola de irracionalidad arrastra a tantos españoles a votar por opciones políticas que abogan por acabar con el más fértil periodo de nuestra historia? ¿O es que quizás no acaban de creérselo pese a que todos los datos disponibles lo atestiguan?

¿Cómo puede ser que el progresismo bienintencionado español del pasado siglo que abogaba por la educación como ascensor social quiera ahora regresar a un nuevo analfabetismo cultural e incluso digital? ¿Quizás para perpetuarse en el poder al estilo bolivariano?

¿Cómo puede ser que el progresismo bienintencionado español del pasado siglo que abogaba por la educación como ascensor social quiera ahora regresar a un nuevo analfabetismo cultural e incluso digital?

La explicación filosófica de este trastorno moral nos la ofrece de nuevo Kant con su concepto heteronomía que aplica a “quien no actúa en obediencia a los dictados de la razón sino, …de la pasión, del miedo, o con la esperanza de recibir una recompensa”. De este modo el individuo “se sitúa fuera del orden moral, privado de libertad, servil, disminuido de su verdadera personalidad y en su respeto por sí mismo”.

Hubo un tiempo en el que la cultura española del progreso era racional y compartida con los países más admirables, hasta que la alianza populista que hoy gobierna la ha subvertido situándola justo en las antípodas de aquellos.

La aspiración ampliamente compartida de la sociedad española de convergencia con Europa en términos políticos, económicos y sociales, que funcionó admirablemente bien hasta la llegada de Zapatero al poder, ha venido desvaneciéndose desde entonces. Salvo el corto periodo de tiempo de Rajoy, desde entonces siempre hemos registrado divergencias en: renta per cápita, nivel de empleo y deuda pública con Europa, batiendo records estremecedores. A estos graves retrocesos se sumaron el inventado y  luego precipitado secesionismo catalán, una infausta memoria histórica para resucitar viejos demonios y una creciente segmentación social en todo tipo de caprichosas identidades a la carta.

Con la actual alianza política que gobierna sobre las bases descritas, o la sociedad española no heteronómica despierta pronto y vuelve a votar mayormente, como en el pasado, por partidos y políticas convergentes con Europa y la unidad de España, o regresaremos a ser el país socialmente dual –una característica típica del tercer mundo- que habíamos dejado atrás desde hace setenta años y al reino de taifas que abandonamos pioneramente hace mas de cinco siglos.

Con la llegada al Gobierno de todos los progresistas de España están quedando al descubierto su principios ideológicos y afanes políticos, que con carácter descriptivo pero no exhaustivo cabe reseñar así:

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