El Real Madrid ha sacado seis puntos de seis posibles tras sus exhibiciones en la Champions y contra el Atlético. Lo cual es un desarrollo de los acontecimientos desconocido hasta el momento. Podemos estar ante una nueva cepa como la del Reino Unido, tan contagiosa como la del Reino Unido y tan misteriosa como la del Reino Unido. El equipo, desde luego, parece fuera de control a ratos y hay quien empieza a tomar medidas drásticas para su contención, como lo de poner un pelele de Laporta en las proximidades del andamiado Bernabéu. Lo suyo habría sido rotular un avión de los que aterrizan por ahí cerca de Valdebebas, con los guiris asomando su cabeza presuntamente vírica por las ventanillas como hoyuelos en el rostro de Joan. Habría acojonado más.

El aficionado asistía a las oportunidades marradas como el Gobierno a los aviones de las aerolíneas low cost, sin saber por donde se colaría el virus del empate

277 vuelos británicos han aterrizado en España este fin de semana y 277 goles o así debió fallar el Real Madrid en su partido contra el Eibar. El equipo de Zidane epató a la audiencia con uno de esos partidos entre orgásmicos y angustiosos, con el elogio peleándose en la boca con la blasfemia y una amenaza de muerte en cada uy como un concierto de Raphael. El aficionado asistía a las oportunidades marradas como el Gobierno a los aviones de las aerolíneas low cost, sin saber por donde se colaría el virus del empate.

Pudo ser en ese mano a mano de Rodrygo, mal planteado como un charter de Doncaster a Murcia. O en algún pase de la muerte de Mendy, templados con la fuerza suficiente para llegar de Edimburgo a Fuerteventura. El Eibar, un equipo construido en nuestras imaginaciones como rudo y un poco tosco, sacaba ratos para correr como un gamo, como lo haría un tipo de Leeds que pierde su avión hacia Alicante.

Al final el virus lo tenía el Madrid en casa, en el codo de Sergio Ramos, que se habría tosido en el codo o vete a saber. La cosa pareció penalti en las muchas tomas que se pudieron ver por televisión, pero la PCR salió negativa como la de Umtiti hace siete días.

Como el protocolo para señalar las manos es incomprensible como uno del ministerio de Sanidad, el árbitro aplicó el criterio de prudencia y no quiso estropear el espectacular partido del Real Madrid en un lance tan bobalicón.

Después el equipo de Zidane sentenció el choque en el estilo que ya acostumbra, a imitación de los epílogos de las películas de héroes, cuando una última amenaza intenta coger por sorpresa al protagonista, que se deshace de ella con un gag humorístico o un definitivo punchline genial antes de los títulos de crédito.

La trama ya la había desarrollado antes Benzema, que debería ser ministro de algo. Fue una exhibición rotunda, como una destilación de todas sus artes. Marcó el 0-1, dio el 1-3 y aislado del mundo, mientras Europa se iba al carajo, se inventó en el 0-2 una jugada por línea de fondo como la de aquella vez en el Calderón para regalarle un golazo a Luka Modric, que completó otra noche pornográfica. A su ritmo bailan todos, contagiándose el fútbol como una orgía de Bruselas. A ver cuando llega la Policía.