A trancas y barrancas Pedro Sánchez se ha consolidado en el poder. Su trayectoria nos muestra a un político con enorme determinación, una capacidad sobresaliente para superar las dificultades y con un sentido práctico que trasciende las coordenadas ideológicas.

Tan sólo hace cuatro años casi todo el mundo le daba por muerto tras presentar su dimisión después de un tormentoso Comité Federal (celebrado el 1 de octubre de 2016, una fecha que ningún socialista olvidará) en el que Sánchez perdió su batalla frente a la entonces presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz.

En las elecciones del mes del 26 de junio de 2016 Mariano Rajoy logró para el PP 137 escaños (un 33,03% de los votos) y, aunque contaba con el apoyo de Ciudadanos para su investidura (32 escaños), no podía ser investido sin la abstención de los diputados socialistas. La guerra de Sánchez contra Díaz se centró precisamente en rechazar esa posibilidad. Pero perdió.

El 29 de octubre, 70 de los 85 diputados socialistas se abstuvieron y Rajoy pudo así ser investido presidente. Pero 15 de ellos siguieron la consigna del "No es no" que había propugnado el líder caído.

La gestora creada tras la crisis del Comité Federal barrió para casa; es decir, a favor de Díaz. Todo estaba listo para que la líder del PSOE de Andalucía le diera la puntilla al irredento Sánchez en las primarias que habrían de celebrarse en mayo de 2017. Y ahí, ¡oh, sorpresa!, ganó Sánchez contra todo pronóstico. Las bases se rebelaron contra el aparato y el ex secretario general renació de sus cenizas para diseñar un partido en el que ya no cupiera la posibilidad de derribarle de nuevo.

Como a todos los hombres de poder, y Sánchez lo es, hay un momento en el que son tocados por la suerte. Ese golpe de la fortuna le llegó al líder socialista cuando en su partido comenzaban a aflorar críticas a su gestión. Nos situamos en mayo de 2018 cuando una sentencia de la Audiencia Nacional sobre Gürtel dio la oportunidad a Pablo Iglesias de proponer -por segunda vez- una moción de censura contra Rajoy. Nadie daba un duro porque la moción saliera adelante. Sobre todo porque para que eso sucediera eran necesarios los cinco votos del PNV que acababa de dar su visto bueno a los presupuestos del Gobierno justo unos días antes.

El desgaste de UP le sirve al PSOE para mantener casi intactas sus expectativas. Mientras no hay una alternativa real, Sánchez seguirá gobernando

Sánchez tenía poco que perder apoyando la moción. De hecho, era una oportunidad para sacudirse el letargo de un año baldío. Perder no era una humillación. Ganar era tan sólo un sueño.

La carambola salió y Sánchez gobernó en minoría hasta después de las elecciones de noviembre de 2019, tras las que se vio obligado a pactar un gobierno de coalición con Unidas Podemos. Ese acuerdo pone de relieve hasta qué punto Sánchez es capaz de supeditar sus principios a la consecución de sus objetivos.

El gobierno de izquierdas, compuesto por socialistas, independientes, populistas y comunistas, con el inestimable apoyo de los independentistas de ERC y Bildu (brazo político de ETA), ha tenido que afrontar la mayor crisis sanitaria vivida en España desde hace un siglo. 2020 ha sido el año de la coalición y el año del coronavirus, que ha ensombrecido cualquier otro aspecto de la gestión del gobierno.

A pesar de haber sido un año duro, tal vez el más difícil de los últimos 40 años, en el que a los más de 80.000 muertos que seguramente se sumarán como consecuencia del Covi-19, y a los cientos de miles de afectados por la enfermedad, hay que agregar una crisis económica sin precedentes, el PSOE parece no sufrir el desgaste de una gestión que, como mínimo, ha sido muy deficiente.

La media de las encuestas, como este lunes publicamos en El Independiente, le dan al Partido Socialista tan sólo una ligera erosión de poco más de medio punto sobre el resultado obtenido hace un año (120 escaños y 28,25% de los votos).

El desgaste recae de forma exclusiva en su socio de gobierno: UP cae punto y medio (del 12,97% al 11,47%), según la media de las últimas once encuestas privadas publicadas en España.

Vistos los resultados del partido capitaneado por Pablo Iglesias en los comicios de Galicia y el País Vasco, tal vez ese desgaste que reflejan los sondeos se quede corto. El caso es que Unidas Podemos es la víctima real de la coalición. Esa es la verdadera fuerza de Sánchez. El trasvase de votos que poco a poco se va produciendo desde UP al PSOE, y que enmascara la pérdida de votos de los socialistas por el flanco del centro, es lo que explica que este partido permanezca inamovible como una roca a pesar de la tormenta.

A Sánchez la fórmula le funciona. El molesto ruido que hacen los ministros de UP -y, sobre todo, el vicepresidente segundo- le sirve al presidente para moldear su imagen de gobernante que mantiene el timón.

Esa capacidad para colocarse por encima de la melé, impartiendo justicia como el rey Salomón, hoy te premio a ti, Calviño; mañana te doy un caramelito a ti, Iglesias, es lo que le permite a Sánchez mantenerse en el poder. Lo que le caracteriza no es su ideología, que algunos tildan de radical, sino su capacidad para la supervivencia, independientemente de otras consideraciones políticas.

Iglesias no sólo le proporciona a Sánchez los 35 escaños que logró UP en noviembre de 2019 (tras un continuado descalabro desde los 72 escaños de 2016), sino que le facilita pactar con los independentistas y con Bildu, lo que le ha permitido sacar adelante los presupuestos con una holgada mayoría.

El presidente tiene así asegurada una legislatura, aunque sea cabalgando sobre una amalgama de partidos que sólo comparten con el PSOE su rechazo enfermizo a la posibilidad de que gobierne la derecha.

Ese es precisamente el segundo factor que permite a Sánchez otear un horizonte relativamente despejado: la división de la derecha. Aunque la media de los sondeos de empresas privadas le da a la suma de la derecha seis puntos más que a la suma de PSOE y UP, es muy improbable que esa mayoría dé al traste con el gobierno de coalición. No sólo porque PP, Vox y Ciudadanos no sumarían escaños para derrocar a Sánchez en una hipotética moción de censura, sino porque una coalición de intereses con la vista puesta en un pacto de gobierno es, hoy por hoy, imposible. La demostración más clara de que eso es así la tuvimos en la votación de la moción de censura presentada por Vox el pasado mes de octubre.

Pablo Casado no quiere ni oír hablar de un acercamiento a Santiago Abascal, e Inés Arrimadas prefiere caminar sola, aunque sea a riesgo de que Ciudadanos desaparezca.

No se puede producir un desgaste significativo del principal partido del gobierno mientras que no haya una alternativa real en la oposición. Por ello, los embates de la crisis que nos esperan en 2021 tan sólo provocarán rasguños en las expectativas electorales de Sánchez.

El presidente, ya lo ha demostrado, es maestro en navegar en aguas turbulentas. Por ahora, la oposición tan sólo es capaz de provocar olitas de playa. Otra cosa es que la nave vaya a la deriva. Pero de eso hablaremos otro día.

A trancas y barrancas Pedro Sánchez se ha consolidado en el poder. Su trayectoria nos muestra a un político con enorme determinación, una capacidad sobresaliente para superar las dificultades y con un sentido práctico que trasciende las coordenadas ideológicas.

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