Sánchez ya tiene una resucitada, un milagro para ser santo de la pandemia, como un San Pancracio obrero que también viene con jeringa. Ha aparecido de repente una señora que murió por el virus, y a la que ya se le hizo su entierro con todos sus avíos, con su ataúd lleno de lluvia gallega como un cántaro y con sus cruces de hórreo como un homenaje de templarios. La resiliencia es poca cosa cuando ya puedes resucitar. Pronto se podrá dar la vuelta a las estadísticas y hasta a los vaticinios de Simón, ronco, almohadillado y fallón como un pitoniso de la TDT. La verdad es que la señora no ha resucitado, claro. Lo que ocurre es que en las residencias todos los viejitos parecen el mismo viejito, como si llegados a una edad se transformaran en tortugas de terrario y también fueran manejados como tortugas de terrario. Hubo un error y la difunta era otra señora, aunque tampoco creo que eso sea suficiente para evitar que la fama de Sánchez se agrande con otro falso milagro.

Estamos esperando milagros pero los milagros no existen, sólo los tramposos que trafican con ellos como con falsas reliquias de cajón de carpintero. Quedaba bonito un milagro con una anciana, un milagro como de segunda vida para esta gente que ya ha dado toda su vida. Quedaba bonito una abuela que de repente se alza de entre los muertos en su butaca, como una faraona, como una Dama de Baza, crujiente de abanicos y encajes de piedra, de grandes y viejos pendientes y rodetes. Pero no, nadie está resucitando a nuestros mayores muertos por las residencias, si acaso sólo los recogen como troncos, convertidos ya en carne de madera, confundiéndolos con otras maderas, con sus propios carruajes o sillas de madera, a los que se les pone una etiqueta parecida a otra etiqueta y se les apila más para un cementerio de barcos o de mecedoras que para un cementerio humano.

No ha resucitado nadie o a lo mejor sí, porque la muerte administrativa es otra muerte en vida, como es una muerte en vida estar ahí en esos morideros de la vejez, todos esos viejitos que se van muriendo por un pico, como se quema por un pico una cortina o una barca o una pantufla. Al Gobierno se le pierden incluso los muertos más recios, se le pierden grandes y pesados ataúdes que no llegamos a ver porque se van pronto en sus galeones fantasmas, como ataúdes de conquistadores. Con más razón se le pierden un viejito muerto u otro viejito muerto, que son sólo como hojas, que sólo llenan los ataúdes como de hojas. Son los muertos más leves, muertos que se utilizan además para tranquilizarnos. Muere un viejito y nos parece el viento en el visillo, pero muere un bombero o un tenista y se cae en su ataúd como todo un árbol talado.

La mujer no estaba muerta ni estaba resucitada, sólo estaba viva sin que lo supiéramos, como lo están muchos de nuestros ancianos en esas residencias donde se les va la vida y también se les va el nombre, que es casi peor

Los muertos ya no salen en el telediario sino como números, y los números no suenan a muerto más que las primeras veces. Luego, sólo suenan al cupón del día o a inventario de una mercería, como si en vez de muertos fueran botones. Menos aún, insisto, pesan los números o los botones que dejan los ancianos, los muertos leves, los muertos huecos en que se quedan los ancianos, esa cáscara después de haberse vaciado en vida. O sea, que al final está bien que salgan los muertos siquiera como resucitados, como falsos resucitados o falsos muertos, para que podamos ver a un muerto aunque no esté muerto, para que nos hagamos una idea de qué pinta tiene un muerto cuando ya no hay muertos, sino curvas que Simón quiere doblar como un arco de Ulises y que Sánchez quiere obviar yéndose de campaña como de campamento.

Ya hemos tenido una resucitada, que era gallega como si fuera cosa de brujas, como si hubiera aparecido, tras el entierro, una bruja con un haz de leña a la espalda riendo tras las cruces y fuentes y curvas de piedra de Galicia. Cosa de brujas, más que cosa de Sánchez. Sánchez, en realidad, no hace milagros, sólo vende santería y rifas de naipe y nos dice que son ciencia o que son progresismo. No ha sido magia ni ciencia, hemos tenido una resucitada falsa pero veraz, que ha servido para que seamos conscientes de los muertos y más de los viejitos muertos, que sólo salen en las estadísticas y en las noticias para compararlos, como decía, con el bombero muerto o con la patinadora muerta, muerta en la flor de la vida sin poder ir a su olimpiada.

La mujer no estaba muerta ni estaba resucitada, sólo estaba viva sin que lo supiéramos, como lo están muchos de nuestros ancianos en esas residencias donde se les va la vida y también se les va el nombre, que es casi peor. Ha resucitado una señora viva y yo diría que eso puede ser una resurrección de verdad, o sea que a lo mejor vuelve a estar viva para su familia, vuelve a tener su vida y su nombre cuando quizá sólo era una hora de la pastilla o un sitio en una esquina, como si ya sólo fuera una comodita o un arpa. Ha tenido que resucitar una anciana viva para que nos demos cuenta, a pesar de la propaganda y del olvido, de que sigue habiendo muertos. Algunos se habrán dado cuenta, incluso, de que sigue habiendo viejitos vivos.

Sánchez ya tiene una resucitada, un milagro para ser santo de la pandemia, como un San Pancracio obrero que también viene con jeringa. Ha aparecido de repente una señora que murió por el virus, y a la que ya se le hizo su entierro con todos sus avíos, con su ataúd lleno de lluvia gallega como un cántaro y con sus cruces de hórreo como un homenaje de templarios. La resiliencia es poca cosa cuando ya puedes resucitar. Pronto se podrá dar la vuelta a las estadísticas y hasta a los vaticinios de Simón, ronco, almohadillado y fallón como un pitoniso de la TDT. La verdad es que la señora no ha resucitado, claro. Lo que ocurre es que en las residencias todos los viejitos parecen el mismo viejito, como si llegados a una edad se transformaran en tortugas de terrario y también fueran manejados como tortugas de terrario. Hubo un error y la difunta era otra señora, aunque tampoco creo que eso sea suficiente para evitar que la fama de Sánchez se agrande con otro falso milagro.

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