El anuncio de Pablo Casado de vender la que ha sido sede del partido durante los últimos 38 años tiene algún sentido pero no sirve de ninguna manera para escapar del examen de los errores cometidos por él mismo y por la dirección nacional del PP en la campaña de las elecciones catalanas.

La noticia ha servido, eso sí, para acaparar los titulares de la prensa y los  primeros minutos de los informativos de radio y televisión durante el día de ayer, pero para poco más.

Desde luego, no va a servir para hacer de pantalla que proteja al partido actual de los efectos de la catástrofe catalana ni tampoco de las consecuencias que tendrán inevitablemente en la reputación del PP, también en el PP de hoy, quiéralo o no Pablo Casado, las sentencias que se vayan a dictar en los casos Kitchen, Púnica o Lezo, que están ya en los tribunales.

Tampoco va a poder Pablo Casado llevar a cabo su pintoresca pretensión de no responder de ahora en delante de “ninguna cuestión pasada que corresponda a una acción personal que […] haya podido perjudicar [al partido]. No nos lo podemos permitir”, como dijo ayer el presidente del Partido Popular.

No, lo que no pueden permitirse es no dar la cara, aunque sea para condenar los hechos, sobre todo los asuntos turbios en los que participó en el pasado su partido, porque, que nosotros sepamos, el PP sigue siendo el partido del señor Casado.

Si quiere que toda la corrupción del pasado que ha acabado saliendo a la luz no le toque ni de lejos, lo que tiene que hacer entonces es fundar un partido distinto, con otro nombre y otro CIF. Pero ni siquiera eso le va a librar a él y a su cúpula directiva de zafarse del hecho de ser unos políticos que crecieron bajo las siglas del PP.

Si Casado quiere que toda la corrupción del pasado no le toque ni de lejos, lo que tiene que hacer entonces es fundar un partido distinto, con otro nombre y otro CIF

La declaración de ayer de Pablo Casado parece propia de un ser inmaduro, de alguien a quien le falta un hervor para ser definitivamente adulto, del niño que se tapa la cara y cree que así se ha escondido de la vista de los demás.

No se trata de salir corriendo para que el coco no te alcance, se trata de enfrentarse a él y saltar por encima de su sombra con argumentos, estrategias políticas y mensajes claros, contundentes, sugestivos e ilusionantes para un público que, salvo los más jóvenes, tiene plena conciencia y memoria clara de la historia del PP, de sus aciertos y de sus errores.

Lo que debería hacer Pablo Casado es no rehuir un examen crudo y a fondo de los fallos cometidos en Cataluña y de las razones por las que, del millón largo de electores que votaron en 2017 a Ciudadanos, no haya habido ni uno solo –es una manera de hablar- que haya pasado a engrosar la lista del PP en las elecciones de febrero de 2021 a pesar de que el partido naranja ha perdido por el camino alrededor de 950.000 apoyos, que se dice pronto.

Es más, está obligado a preguntarse también por qué, con ese inmenso caudal de posibles votos a la deriva, su partido no solo no ha conservado los escasos 185.000 apoyos que consiguió en 2017, sino que ha perdido 84.000. Eso no se tapa vendiendo Génova.

El hecho es que el PP no ha sido capaz de enviar un mensaje convincente a nadie situado a su derecha, cuyos votos se han ido todos a Vox, ni tampoco a su izquierda, cuyos votos no se han ido a PSC, que apenas los ha incrementado en 45.000 desde las elecciones de 2017.

Es decir, que el Partido Popular no ha sido capaz de atraer a una parte al menos de los dos millones y medio de abstencionistas –un millón y medio más que en las elecciones de 2017- que en esta convocatoria electoral se han quedado en su casa, muchos de los cuales, dicen las encuestas, son contrarios a las tesis independentistas y, por lo tanto, potenciales votantes de los partidos constitucionalistas entre los que está de manera preeminente el PP. Eso tienen que mirárselo a fondo.  

Y no valen Bárcenas y la conspiración de la Fiscalía, el CIS y los medios de comunicación como explicación simple y tramposa de este fracaso en Cataluña que, por cierto, va a lastrar muy grandemente sus posibilidades de disputar al PSOE el poder en las próximas generales.

Un partido con un proyecto sólido de país, transmitido con convicción y eficacia, puede aguantar el ataque de Bárcenas -que al final quedó en nada- y continuar su andadura en la campaña electoral sin tener que adoptar esa posición humillante que adoptó al final de la campaña Casado en su entrevista en la cadena de radio RAC1, en la que sólo le faltó pedir perdón a la audiencia por la actuación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad ante el referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017. Seguramente los posibles votantes del PP no dieran crédito ese día a lo que estaban oyendo, y seguramente también muchos de ellos decidieron en ese instante dar la espalda a ese partido.

No es así como se convoca en unas elecciones a los ciudadanos catalanes del centro y de la derecha. No es así como se crece como partido moderado, que no quiere decir indefinido ni inconsistente. No se escude la dirección nacional del PP en Bárcenas para explicar su fracaso, que es única y exclusivamente suyo.

Es verdad que inmediatamente después de que el ex tesorero del partido hiciera públicas las primeras amenazas de destapar grabaciones que implicaban al ex presidente Rajoy en el cobro de dinero en B y otras corruptelas, los sondeos registraron una caída a plomo de las perspectivas electorales, ya de por sí escasas, del PP en las elecciones catalanas. Pero eso fue un efecto de muy breve duración y los datos de los sondeos fueron remontando con el paso de los días. No es ahí donde se encuentra la explicación de su fracaso electoral.

Vender Génova a irse a otra parte puede ser una buena idea pero ya se pueden ir olvidando de que marchándose del lugar van a quedar borradas para ellos todas las huellas del pasado

Vender Génova a irse a otra parte puede ser una buena idea pero ya se pueden ir olvidando de que marchándose del lugar van a quedar borradas para ellos todas las huellas del pasado. Porque los tribunales se van a encargar de recuperar esas huellas y traerlas de nuevo al presente más inmediato.

Los hijos no tienen por qué ser deudores de los errores o de los crímenes de sus padres, eso es verdad. Pero cuando uno se ha declarado orgulloso heredero de sus predecesores, como ha hecho repetidamente el hoy presidente del Partido Popular, tiene que asumir también que algún precio habrá de pagar por las deudas que sus ancestros han dejado pendientes. Éste es el caso.

Y será el actual partido el encargado de repetir tantas veces como sea necesario que la dirección de hoy nada tiene que asumir de las irregularidades cometidas hace años además de reiterar hasta la saciedad su compromiso con la limpieza en la actuación contemporánea de la formación política. Pero intentar salir corriendo para que la sombra del pasado no les alcance no les va a servir de nada.

Y aplazar el examen de los errores cometidos tampoco. Los miembros de la dirección nacional del PP tienen pendiente una revisión rigurosa, profunda, valiente y lo más cruda posible de las equivocaciones en las que sus miembros han incurrido en esta ocasión. Sin ese ejercicio obligado no serán capaces de enderezar ni su mensaje ni su estrategia para el futuro.  

Y correrán entonces el riesgo de aproximarse, no de manera inmediata pero sí poco a poco, a la irrelevancia política. Y si no lo creen, que observen lo que está pasando con Ciudadanos.

El anuncio de Pablo Casado de vender la que ha sido sede del partido durante los últimos 38 años tiene algún sentido pero no sirve de ninguna manera para escapar del examen de los errores cometidos por él mismo y por la dirección nacional del PP en la campaña de las elecciones catalanas.

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