Sánchez, plateado de ausencia y suave de hilo, como las cuberterías buenas, salió por fin para decir una obviedad: que en una democracia la violencia es inadmisible. Luego volvió a su cajón o a sus entrepaños a hacer de presidente candelabro, o sea a no hacer nada salvo encabezar los salones. En una democracia la violencia es inadmisible, pero en su Gobierno, a su lado, en un sillón como de antipapa, están Iglesias y su partido, que no sólo se hacen los longuis para no condenarla, sino que alientan a los “jóvenes antifascistas” con un entusiasmo curiosamente mussoliniano. Podemos anima a la vez a la violencia y a la moderación, defiende igual la libertad de expresión que el que los medios tengan que pasar por su despacho de abad, y abandera la democracia rechazando la separación de poderes... A Sánchez ninguna de estas contradicciones le inquieta y decir obviedades como la que ha dicho ya le ha satisfecho y le ha cansado, como un viejo rey que sale al balcón.

La violencia es un escenario en el que Podemos puede parecer justiciero y Sánchez puede parecer escandalizado, cosa que les viene bien a los dos. Las llamas hacen buenas fotos, son como puestas de sol para los guerrilleros y son como un Guernica para las almas sensibles. Tiene cierta razón Podemos, aunque con truco, cuando dice que centrarse en la violencia tapa los problemas de fondo. La violencia lo simplifica todo, pero eso, la simplificación, es lo que quieren ellos, como todo populismo (el de Iglesias y el de Sánchez). La calle contra el Estado es una simplificación, la pedrada como alegoría de la libertad, como si fuera algo de Banksy, es una simplificación. Y digo que tiene truco porque la violencia le ofrece a Podemos un foco agigantado sobre ese problema al que se refiere (supuestamente, la libertad de expresión), y a la vez hace que no se trate con la luz de la razón, sino con la luz romántica de las llamas. Las llamas no sólo no entorpecen ni ocultan, sino que les da la iluminación teatral ideal, lo mismo para la lágrima que para el puñal.

Es revelador que para Sánchez la violencia es inadmisible a la vez que socia, aunque es cierto que si Sánchez se preocupara por las contradicciones, estallaría

Tanto Iglesias como Sánchez son políticos romanticoides y góticos que arden en su propia sentimentalidad igual que las cartas de amor. Pero los sentimientos, soponcios y heroicidades que nos quieren vender no pueden venderlos en un debate racional, lógico, en el que sólo saldrían sus contradicciones. Por ejemplo, Podemos pide libertad para este Hasél que va diciendo y cantando que hay que matar a cierta gente, y hasta cómo habría que hacerlo, e Iglesias pedía que se “naturalice” el insulto, pero Irene Montero puso una demanda sólo por un poemilla satírico que no mencionaba bombas ni tiros ni piolets, sólo “bragueta”, picantón como un cuplé. Su libertad de expresión, que es sólo para ellos, no es algo muy académico ni muy defendible, como se ve. Sánchez tampoco puede salir a defender nada sin enfrentarse a su propio yo haciéndole burlas desde las entrevistas y la hemeroteca, así que dice lo de la crispación, o la ultraderecha, que son sus llamas sentimentales. 

La luz de las llamas suaviza las contradicciones de Iglesias y de Sánchez, igual que a los amantes se las suaviza la chimenea gótica o la farola ferroviaria o la vela asalmonada. Las llamas convierten a Podemos en justiciero, porque un justiciero no se limita a aprobar leyes o a soltar discursos, sino que tiene que sacar un filo, una cuerda, una tubería desenterrada, un maniquí del poder ardiendo como una María Antonieta de museo de cera. Podemos ni siquiera puede hacer leyes porque le salen leyes contra sí mismas, contra otras leyes, contra la lógica o contra la gramática, pero sí puede ponerse al lado, siquiera de perfil, de un Zara que arde como una cúpula. Sánchez tampoco puede hacer mucho contra el bicho, contra la crisis, contra los indepes, pero puede salir como de su sagrario de guapo a decir unas obviedades sobre la democracia que sólo ante la luz de las llamas parecen graves sentencias o admoniciones.

Yo no me creo del todo el mal rollo en el Gobierno porque a los dos les beneficia el conflicto, la tensión, esta especie de tragicomedia romántica que es su coalición. Al menos, les beneficia de momento, aunque Sánchez puede que se vaya acercando a ese punto en que le convendrá más deshacerse de Iglesias que mantenerlo a su lado en la mesa, como un tragafuegos. En este sentido, también que se queme Iglesias en su discurso de fuego, como un dragón pinchado, favorece a Sánchez, que quizá por eso lo dejó sollamarse tres días antes de salir de su torreón rosáceo, con el fuego ya poniéndole al presidente angulosidades viriles de un George Clooney bombero. Gamberros vestidos de autoestopista o de rave raptan a maniquíes, se llevan engarzados collares y zapatos como un perrillo que revuelve el cuarto, prenden fuego a contenedores como a galeones, y hasta cuelgan en efigie a Carmen Calvo, que casi parece una zarina. Que sean de Podemos, o butroneros, o niñatos destrozones de pura fatiga pandémica; que quieran justicia o unas sneakers molonas, quizá no sea muy revelador. Sí es revelador que para Sánchez la violencia es inadmisible a la vez que socia, aunque es cierto que si Sánchez se preocupara por las contradicciones, estallaría. Y es revelador lo bien que quedan a la luz de las llamas, que es una luz como de fondo de piscina, tanto Iglesias como Sánchez.

Sánchez, plateado de ausencia y suave de hilo, como las cuberterías buenas, salió por fin para decir una obviedad: que en una democracia la violencia es inadmisible. Luego volvió a su cajón o a sus entrepaños a hacer de presidente candelabro, o sea a no hacer nada salvo encabezar los salones. En una democracia la violencia es inadmisible, pero en su Gobierno, a su lado, en un sillón como de antipapa, están Iglesias y su partido, que no sólo se hacen los longuis para no condenarla, sino que alientan a los “jóvenes antifascistas” con un entusiasmo curiosamente mussoliniano. Podemos anima a la vez a la violencia y a la moderación, defiende igual la libertad de expresión que el que los medios tengan que pasar por su despacho de abad, y abandera la democracia rechazando la separación de poderes... A Sánchez ninguna de estas contradicciones le inquieta y decir obviedades como la que ha dicho ya le ha satisfecho y le ha cansado, como un viejo rey que sale al balcón.

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