Aún es pronto para hacer conjeturas sobre el futuro que espera tanto a Podemos como a su actual líder o a las personas de su círculo más inmediato, en el que está casi desde siempre su novia y madre de sus tres hijos, Irene Montero, y al que se ha incorporado recientemente Yolanda Díaz, que no milita en Podemos sino en el Partido Comunista de España pero que es la más presentable del grupo en el Gobierno en términos políticos y de gestión y a la que, no en vano, Pablo Iglesias acaba de investir como cabeza de lista del partido morado en las próximas elecciones generales, sean éstas cuando sean.

Esa designación no sólo es prematura sino que ignora el compromiso tantas veces elogiado como tantas veces incumplido, de celebrar elecciones primarias en el seno de los partidos para seleccionar a sus líderes. Pero, además de que es una práctica que ya se ha hecho común en casi todos los partidos, en el caso de Iglesias demuestra el cesarismo con el que se comporta ante los suyos porque no consta que la designación de Díaz como candidata de Podemos a la presidencia del gobierno haya sido fruto de deliberación alguna en los órganos de dirección sino simple decisión personal del "superjefe".

Pero para cuando se celebren los comicios generales pueden haber pasado muchas cosas en España y también en el partido morado, que tiene en estos momentos un futuro incierto tirando a oscuro si nos atenemos a los resultados electorales cosechados en las últimas cuatro convocatorias: las generales de noviembre de 2019, las gallegas y las vascas de julio 2020 y las catalanas de febrero de 2021. En todos los casos Podemos ha perdido votos y en todos menos en Cataluña ha perdido también escaños.

Para Iglesias, dejar ahora la secretaría general de Podemos supondría tanto como abandonar a su criatura en una situación de debilidad que es evidente a pesar de que forma parte del Gobierno

Madrid es la prueba de fuego para el partido morado y la razón última del repentino anuncio de Pablo Iglesias de que abandonaba la vicepresidencia del Gobierno para lanzarse a pelear por el voto en la Comunidad de Madrid. Por eso, todo lo que suceda en Podemos queda a expensas de los resultados obtenidos en esta Comunidad.

Si Podemos logra sobrevivir y pasa del 5% del voto emitido, lo cual le asegura un mínimo de siete escaños, o incluso más si supera ese porcentaje de apoyos, Pablo Iglesias no se quedará haciendo la oposición al gobierno madrileño desde su escaño en la Asamblea de Vallecas.

Como no está obligado a entregar su acta en el Congreso hasta inmediatamente antes de tomar posesión como diputado en la cámara madrileña, lo previsible es que, si los resultados en Madrid no le dan para formar gobierno en alianza con el PSOE de Ángel Gabilondo y quién sabe si también con los de Íñigo Errejón, el señor Iglesias se vuelva por donde había venido, haga correr la lista electoral de Madrid y regrese al Congreso como jefe de filas de su grupo parlamentario.

Ése es el lugar que más le conviene para hacer lo que mejor sabe hacer, o quizá lo único que sabe hacer bien: la oposición. Desde su escaño podrá agitar a los suyos para que hagan el placaje a los diputados del socialismo, engrasar sus acuerdos con los nacionalistas, independentistas y proetarras y podrá también oponerse activamente a todas las medidas que vaya adoptando su socio de Gobierno en el que él ya no estará.

En esas condiciones, a Pablo Iglesias le conviene extraordinariamente no perder el liderazgo de su partido al que podrá conducir como siempre sin que haya ningún intermediario entre él y los afiliados o los inscritos, como les gusta llamar a sus militantes.

Por eso no cederá a nadie el liderazgo de Podemos, tampoco a su señora, que hoy está ocupada de hoz y coz en sacar adelante alguna ley que justifique su paso por el Gobierno. Y tampoco a Yolanda Díaz que bastante tiene con ejercer la vicepresidencia bajo el peso de la sombra de su antecesor sin salir achicharrada en el intento.

El problema que tiene hoy el partido morado es que no está en condiciones de cambiar de líder en un momento crítico para la formación. Para Iglesias, dejar ahora la secretaría general de Podemos supondría tanto como abandonar a su criatura en una situación de debilidad que es evidente a pesar de que forma parte del Gobierno, lo cual es hoy su verdadera y única tabla de salvación.

Por lo tanto, y salvo que los resultados obtenidos por el partido morado sean tan espectacularmente buenos como para alterar de un plumazo el paisaje político nacional, cosa muy poco probable, Pablo Iglesias seguirá siendo el secretario general de Podemos por lo menos hasta que acabe la legislatura.

Por eso no tiene mucho sentido especular sobre el futuro liderazgo de Irene Montero a corto plazo. Sí lo tiene, sin embargo, observar quién de las dos, Montero o Díaz, va a ejercer el liderazgo del grupo dentro del Gobierno. Y aquí sí podemos aventurar que la formación, la trayectoria, la gestión y los resultados obtenidos por la actual ministra de Trabajo e inminente vicepresidenta tercera  le otorgan sin necesidad de mayor esfuerzo personal la primogenitura en el sector minoritario del Ejecutivo.

La ministra de Igualdad será muy querida y muy apoyada dentro de Podemos, no lo dudamos, pero por lo visto y escuchado hasta ahora, no se puede decir más que lo obvio: que el liderazgo de un partido político, aunque sea el suyo, le viene grande a la señora Montero.

Pero insisto: esa sucesión, si es que se produce, tardará en llegar y podemos razonablemente dudar de que, llegado el momento, recaiga en ella. Pero Podemos no está hoy en condiciones de permitirse según qué alegrías y no se las permitirá. Bastante va a tener con sobrevivir y con intentar fortalecerse. 

Aún es pronto para hacer conjeturas sobre el futuro que espera tanto a Podemos como a su actual líder o a las personas de su círculo más inmediato, en el que está casi desde siempre su novia y madre de sus tres hijos, Irene Montero, y al que se ha incorporado recientemente Yolanda Díaz, que no milita en Podemos sino en el Partido Comunista de España pero que es la más presentable del grupo en el Gobierno en términos políticos y de gestión y a la que, no en vano, Pablo Iglesias acaba de investir como cabeza de lista del partido morado en las próximas elecciones generales, sean éstas cuando sean.

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