Cuanto más se aproximaba Messi a Courtois, más cerca estaba Vinicius del gol. Vinicius como concepto, más que como futbolista. El Real Madrid es una criatura salvaje y venenosa, mortal tras millones de años de evolución -eso parece que está durando esta temporada-, que atrae al rival con su aspecto apetitoso y después lo desarma con una llave de aikido que aprovecha la inercia, la fortaleza o la estupidez del rival, a veces las tres cosas juntas, para tumbarlo de forma súbita.

Llegado este punto, el principal elemento que aleja a los enemigos de Zidane de la victoria es su propio orgullo. Es ciencia. Si cada vez que al Madrid le esperan sufre, y cada vez que le aprietan se exhibe, es lógico pensar que hay entrenadores más dispuestos a perder con su estilo que a ganar de prestado. Esto le ha pasado muchas veces al propio Real Madrid, habitualmente contra el Barcelona, pero el brujo de Marsella le ha dado la vuelta a ese tablero y ahora juega con las fichas inclinadas de su lado.

Si cada vez que al Madrid le esperan sufre, y cada vez que le aprietan se exhibe, es lógico pensar que hay entrenadores más dispuestos a perder con su estilo que a ganar de prestado

Quizá en otra época, que Messi le ganase la espalda tres veces a Casemiro para encarar a Lucas, Nacho y Militao habría significado tres goles. Ya no. El central brasileño imita las entradas de Pepe, con el cuerpo ladeado y el tren inferior parado en forma de triángulo obtusángulo. Pero esas poses que en otro tiempo precedían a fotos catastróficas para el Madrid, anoche en Valdebebas, como otras noches, anticipaban peligro inminente a 80 metros de allí, en la portería de Ter Stegen.

En el experimento del perro de Pavlov adiestraron a un can para que salivara cada vez que escuchaba una campanita, pensando que recibiría comida. A veces era cierto y a veces no. Vinicius es un jugador experimental que también ha sido condicionado: cada vez que un rival encara su portería, él corre hacia la contraria con la seguridad del gol, a veces falsa o turbadora o contraproducente.

Vinicius, como buen madridista, no siempre ha sido un creyente de sí mismo. Y cuando lo consigue siempre está a un fallo de dejar de serlo. También para Zidane, mitómano sólo con los mitos, pero que ahora no podría sobrevivir sin él ni sin su concepto, que impregna e inspira a otros como Valverde, Asensio y hasta Lucas. Todos al servicio de Karim Benzema, quien por cierto tiene un año más que Sergio Busquets, que a su vez tiene cuatro años menos que Luka Modric y solo unos meses más que Toni Kroos. El tiempo es caprichoso.

El Madrid necesitará actualizaciones, cambios e ilusiones renovadas, de eso vive la industria y respira el aficionado. Pero el legado de Zidane es una receta futbolística de atajo hacia la inmortalidad competitiva. Precisará herramientas para ganar también desde la superioridad, recursos para aplastar sin colgar del alero del infarto. Necesitará un Kroos si es que eso existe, un Modric cuando no esté, un Benzema en algún momento y un Cristiano Ronaldo al precio que sea.

Pero no necesitará un Vinicius porque, si quiere, lo tendrá 15 años correteando como un robot de última generación por el Nuevo Bernabéu. Allí no habrá diluvios, habrá ovaciones de reconocimiento en vez de gélidas ventoleras y el madridismo, bajo la calentita cubierta retráctil, podrá seguir en paz con su vida: bipolar, autodestructiva, indescifrable y feliz con los que siente suyos. Vinicius es de esos. Si hace falta cambiar cromos, que sean otros.