Ayuso ya es una mezcla de María Antonieta en chándal y bruja Avería del virus, dicen que desprecia a los pobres de las colas del hambre y que ha dejado morir a la gente como si sólo fundiera tostadoras, riéndose con mella y con trueno. Ya no hay nada más que echarle encima, supone uno. Una vez que le han tirado a viejitos muertos como leña quemada y a la gente que guarda cola por un paquete de arroz como verdaderos pobres de arrozal, ya sólo queda levantar el puño y esperar que triunfe la revolución, que el soviet de Vallecas se imponga sobre los maniquíes de Serrano, maniquíes siempre con el cuello girado por el pádel, el descapotable, las perlas o el galgo.

Pero resulta que Ayuso arrasa en las encuestas, que le dedican cervezas como a la Gradisca, que la invocan en Santander o en Barcelona, que la corean como el Asturias, patria querida y la reclaman allí donde ni los cerrojos ni la ideología de cineclub libertario han impedido los muertos ni la ruina.

Ayuso no es la muerte canina ni Trump con ojos de charol, es sólo una liberal con una actitud desahogada que fastidia a la izquierda porque en Madrid les gana y en el resto de España va envalentonando al PP y preocupando al sanchismo y al club Frankenstein. Van a por ella, naturalmente, como a por las brujas, diciendo que come o vende a los niños, y que cuando no se ríe de los pobres los encierra en carboneras o incluso los hierve en sus harapos. Pero ese novelón de Dickens no lo hace ya nadie en la derecha, salvo alguno que se escapa del catalanismo o del aguirrismo a meterse con el PER andaluz sin tener ni idea.

Ayuso no se pasea en calesa o en Rolls ante las colas del hambre, tapándose la nariz con el encajito, llamándolos vagos y deseándoles la bendición de una manguera. Lo que quiere decir Ayuso, como una liberal algo básica pero liberal al fin y al cabo, es que la izquierda suele funcionar creando pobres como clientela, para luego decir que los ayuda, los atiende, los protege y los acuna. En Andalucía, ya lo he contado alguna vez, lo hacían, y no eran siquiera bolivarianos ni poscomunistas de guateque, sino el PSOE, el PSOE más poderoso del país además.

Ayuso no es la muerte canina ni Trump con ojos de charol, es sólo una liberal con una actitud desahogada que fastidia a la izquierda porque en Madrid les gana y en el resto de España va envalentonando al PP

Ayuso aún tiene tendencia a la metedura de pata, creo que por cuestión estadística. Habla mucho y seguido, como si estuviera en las oposiciones a ella misma (a lo mejor todavía se siente así), pero se explicó bien en lo de Ferreras, donde le pusieron trampas con los pobres y con la tauromaquia, como para que se delatara en un olé de rancio o en un viva de mañico. Si es necesario dar subvenciones se dan, pero es mejor tener trabajo que hacer cola con la cabeza gacha para llevarse unas alubias y unos macarrones con la etiqueta o el alumbrado del Gobierno, del partido, del sindicato, del obispado o de lo que sea. La desgracia de la pobreza se hace aún más dolorosa cuando además hay una vil industria del pobre, que es como la industria del pecador, en la que el auxilio tiene interés y precio, exige la lealtad o el alma y pone santos con monedero o con urnita a la vera de la olla de sopa o del lecho de muerte.

Ayuso intentaba explicar su liberalismo básico, un poco de memorieta y un poco de redondilla, con esa cosa que tiene ella de niña antigua que hace caligrafía. Luego, yo diría que dejaba algo de desconcierto en los tertulianos de izquierda porque no remataba sus contestaciones con arruguitas de asco ni nariz encogida ni meñique al aire, sino que dejaba una sonrisa como de Heidi que la borraba como bruja, como madrastra, como despellejadora de dálmatas y como mala con visón y anteojos de teatro.

Aún tiene que medir mejor ciertos conceptos y ciertos envites, pero Ayuso está creciendo como política, habla con más seguridad, maneja mejor los datos, los ejemplos y los contraargumentos, y sobre todo está haciendo una marca propia con su actitud, con su presencia, entre frágil y firme, entre afilada y azucarada. En política eso se llama carisma y vale más que las ideologías muertas y que los asesores que cocinan líderes y peluquines.

Ayuso ha ido afianzando una actitud o una iconografía que parece entrenada como el boxeo, y yo creo que este entrenamiento se lo ha proporcionado la izquierda. Es en la izquierda en la que hay que fijarse para ver la evolución de Ayuso: primero era tonta, luego incompetente, y ya ha terminado siendo la pura maldad personificada o estatuada. Es la izquierda la que ha ido musculándola poco a poco, desde muñequita de cojín a monstruo mutante de la derechona. Van todos a por ella, por supuesto, porque no hay nadie en política ahora con tanto tirón, que gire tantos cuellos, como otro maniquí de Serrano. Sobre todo, más que los opinadores o los políticos, ahora la mira la gente.

Ayuso no es la más lista ni la que tiene más colmillo, pero es lo que en el cine se llama una robaplanos. Ya es una estrella aunque ni cante ni baile, como aquella falsa anécdota sobre Lola Flores. Ayuso no es la bruja del cuento ni es la muerte con guantes de Gilda. Sólo es liberal. Lo que pasa es que va para Lola Flores cuando aquí no había más Lola Flores que Sánchez.

Ayuso ya es una mezcla de María Antonieta en chándal y bruja Avería del virus, dicen que desprecia a los pobres de las colas del hambre y que ha dejado morir a la gente como si sólo fundiera tostadoras, riéndose con mella y con trueno. Ya no hay nada más que echarle encima, supone uno. Una vez que le han tirado a viejitos muertos como leña quemada y a la gente que guarda cola por un paquete de arroz como verdaderos pobres de arrozal, ya sólo queda levantar el puño y esperar que triunfe la revolución, que el soviet de Vallecas se imponga sobre los maniquíes de Serrano, maniquíes siempre con el cuello girado por el pádel, el descapotable, las perlas o el galgo.

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