Pablo Iglesias se ha cortado su coleta, su moño, lo que tuviera como rebozado o como tocado de dignidad no de la cabeza sino de la idea, de su pensamiento encabritado, ventoso, cimarrón. Se ha cortado, en fin, su pelo, que era revolucionario como el flequillo romano era romano, y se ha dejado en la frente un mechoncito romántico, esproncediano, de leer libros con silueta de Byron con jaqueca o de tocar el arpa de Bécquer de lejos, a suspiritos. La gente no suele darse cuenta de la mitología que la rodea y la condiciona (si se diera cuenta, quedaría libre de ella), y cree que esto son pilosidades íntimas o del barbero. La importancia, claro, es que Iglesias era esa coleta como Poseidón es su tridente o el santo es su aureola, y que en ella estaba toda su identidad, su voluntad y su procedimiento, o sea meter su coleta en la política como en la sopa, la coleta ideológica, epatante, peluda y caballar. Ahora se la quita como una pierna postiza y nos queda un Iglesias que ya no es Iglesias o un pirata que nunca lo fue.

Iglesias ha olvidado la coleta, que era como la voluntad restallante de su revolución, a la vez que su revolución, lo que nos lleva a dudar de la autenticidad de las dos cosas

Esa coleta no es una barredura ni una anécdota, es historia y es mitología, como reconocería Roland Barthes (me he acordado de su pieza Iconografía del abate Pierre). La coleta penacho del centurión de las masas, el moño samurái del que lucha con hierros de arado, era el banderín y el contrapunto frente al político de terno y corbata de lenguado. Iglesias no sólo pretendía ser el pueblo con camisa de leñador, sino el rebelde con melenita yeyé que se había colado como con la guitarra en una política que quizá hablaba todavía como cuando se decía yeyé. La melena es evangélica, contestataria, selvática, antimilitarista, antiburguesa y hasta un poco nudista, como los nudistas de melena púbica. Recogida en coleta no es que se hiciera dieciochesca o mozartiana, sino que era la rebeldía que se ponía a trabajar, como la cocinera, y además se quitaba esa vanidad de champú y catwalk que tiene el melenón al viento.

A Iglesias la mitad de la política se la hacía la coleta, como a Sánchez se la hace el tipito. Era el garfio del pirata que quiere anunciarse pirata, era la capa del justiciero que flamea de justicia y era el caballo de ajedrez que se adelantaba a su discurso como los sultanes se adelantan con cofres, heraldos o látigos. La coleta le hacía un gallo entre polluelos o un barco vikingo entre pescadores; le hacía vivir dentro de unas comillas como de versículos, entre la necesidad de exégesis y la autoridad bíblica. Hubo un tiempo en que toda la política se cogía de la coleta de Iglesias como por el asa. La coleta, ese antipeinado, resulta que también devenía en antipolítica y eso obligaba a todos los demás a referirse a ella, a intentar rebatirla o conquistarla. El único con coleta decía además, de repente, que era el único demócrata, y los adversarios parecían inmediatamente rapados o imberbes de democracia. 

Esa coleta o ese moño, ese nido de pájaros de una libertad libresca y mendaz, era, además, lo último que quedaba de un Iglesias primigenio que se había ido pelando poco a poco, de activista a enchufado, de currante a burgués. Con chalé y con gorila, todavía quedaba la coleta como el cisne o la abubilla heráldicos de su ideología; todavía podía uno reconocer sus orígenes y sus primeras intenciones por aquella coleta como una gorra para atrás. He leído que el moño vino porque ya quería cortarse el pelo hace tiempo pero los asesores no le dejaban, sabían que él era su pelo, quizá como si fuera más Gilda que Sansón. Yo creo que tenían razón. Iglesias con coleta o moño aún parecía algún Robin Hood de los pobres con la caperuza, pero ahora sólo parece el pequeño Nicolás.

Iglesias se corta la coleta o más bien cuelga la coleta, como unas trenzas de tirolesa de carnaval. Lo que uno piensa al ver que ha dejado la coleta a la vez que la política es que llegó un momento en que sólo era una exigencia del guion o del morbo, como una coleta de Britney Spears. Y que si él era esa coleta, una coleta que aseguró que no se quitaría mientras le respetara la alopecia, una coleta ya enraizada en la ideología como un clavel de folclórica en la peineta; si es así, decía, quizá todo lo suyo ha sido sólo un peluquín de quita y pon, el disfraz de revolucionario como un disfraz de payasete o de espantapájaros. Iglesias se ha cortado la coleta y está raro y turbador, como el Risitas con dentadura. Es como un dios desarmado o un santo licenciado. No se trata sólo del final de una época, como cuando se acabó el tupé; es, además, creo yo, el final de una impostura. Ha olvidado la coleta, que era como la voluntad restallante de su revolución, a la vez que su revolución, lo que nos lleva a dudar de la autenticidad de las dos cosas.

Ahora Iglesias sólo parece que busca trabajo en un crucero de viudos o en el coro de la parroquia, y quizá es verdaderamente así o siempre fue así. Ya no queda nada de aquel Iglesias y a lo mejor ya no queda nada de la España que lo encumbró. Eso sí que son ahora sólo barreduras de barbero.

Pablo Iglesias se ha cortado su coleta, su moño, lo que tuviera como rebozado o como tocado de dignidad no de la cabeza sino de la idea, de su pensamiento encabritado, ventoso, cimarrón. Se ha cortado, en fin, su pelo, que era revolucionario como el flequillo romano era romano, y se ha dejado en la frente un mechoncito romántico, esproncediano, de leer libros con silueta de Byron con jaqueca o de tocar el arpa de Bécquer de lejos, a suspiritos. La gente no suele darse cuenta de la mitología que la rodea y la condiciona (si se diera cuenta, quedaría libre de ella), y cree que esto son pilosidades íntimas o del barbero. La importancia, claro, es que Iglesias era esa coleta como Poseidón es su tridente o el santo es su aureola, y que en ella estaba toda su identidad, su voluntad y su procedimiento, o sea meter su coleta en la política como en la sopa, la coleta ideológica, epatante, peluda y caballar. Ahora se la quita como una pierna postiza y nos queda un Iglesias que ya no es Iglesias o un pirata que nunca lo fue.

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