Marruecos nos ataca con su propia hambre, con gente que es carne de cañón y de moscas y que se tira al agua como pescadores de perlas de sus huesos. María Jesús Montero decía con su verbo engatillado y damasquinado que las “crisis migratorias de este tipo responden a causas múltiples, son complejas para establecer una relación causa-efecto”, pero la causa más inmediata y simple fueron los policías marroquíes abriendo la verja como para el fútbol. La embajadora de Marruecos tampoco dejaba sitio para la complejidad: “Hay actos que tienen consecuencias y se tienen que asumir”. Se refería a nuestra ternura y hospitalidad, como de tribu del desierto, con el oscuro líder del Frente Polisario, Brahim Ghali. Ante esto, Sánchez aplica esa diplomacia de borrachera que consiste en decir que el que sea es “un país amigo”, e incluso promete 30 milloncejos para lubricar candados o llenar cofrecitos y faltriqueras.
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