Primera falsedad: “Presento mi candidatura para culminar la independencia de Cataluña”. El candidato a presidir la Generalitat empieza su discurso de investidura envolviéndose en una fantasía recurrente, lo cual supone la enésima prueba de que los independentistas, tanto dirigentes como partidarios, necesitan mentirse sistemáticamente para poder seguir deambulando por la rueda sin fin de una independencia que ni declararon nunca salvo durante unos segundos, ni ha existido, ni va a existir y que no se puede culminar porque no llegó a nacer.

Pero Pere Aragonés se permite decir a los presentes en la cámara catalana que viene al cargo para culminar la independencia de Cataluña sin que nadie de entre los suyos le susurre al oído que más realista y más creíble sería que se comprometiera a volver al punto de partida para intentar de nuevo lo que no han conseguido en los 10 años que llevamos ya escuchando esta misma letanía.

Todo en el discurso del candidato fue un déja vu carente del mínimo interés político salvo para constatar con qué denuedo se esfuerza el hombre en tapar la realidad de una investidura para conseguir la cual ha tenido que  agachar de nuevo la cabeza ante su enemigo más detestado, JxCat, que ha vuelto a comportarse con él y con su partido, ERC, como el amo sureño de la plantación de algodón que se ha vuelto a quedar sin miramientos con la parte más jugosa de la cosecha.

De modo que Pere Aragonés seguirá siendo tutelado por el fugado de la Justicia con residencia en Waterloo que manejará las riendas de las carteras más importantes y decisivas del futuro gobierno. Y asegura el candidato, con la intención de que suene creíble, que ambos partidos “empezamos a tener un diagnóstico compartido” sobre la hoja de ruta independentista que sería mas conveniente recorrer apelando, eso sí, a la necesaria unidad independentista. Eso lo dice después de casi cuatro años dando vueltas y mas vueltas a la declaración frustrada de independencia y después de tres meses de negociación tras las elecciones. Que empiezan a tener un diagnóstico compartido, dice.

Sánchez no tiene ya la opción de refugiarse en el futuro para escapar de un presente sombrío

La conclusión a la que podemos llegar es que el nuevo gobierno de la Generalitat va a volver a plantear las mismas reclamaciones y a seguir haciendo las mismas apuestas que ya conocemos y cuyos resultados están a la vista de todos. Volvemos, pues, a la casilla de salida. La única novedad, de momento porque la sesión no termina hasta el mediodía de hoy, es que Aragonés no ha mencionado todavía nada relativo a la vía unilateral, la fórmula que defienden con ahínco los más fanáticos de sus socios y sin embargo enemigos.  

Claro que tampoco ha concretado gran cosa en su discurso inicial en el que no ha descendido a cuestiones tan “menores” como la brutal crisis sanitaria, la financiación autonómica, el debilitamiento del tejido productivo en el territorio o la pérdida de liderazgo en la clasificación de las comunidades punteras en el PIB español. No, lo único y principal del discurso del candidato en su tercer intento de investidura ha estado en volver a darle vueltas al monotema que les tiene encallados: la independencia.

Pero como eso, y nada más que eso, es lo que llevan haciendo años los distintos gobiernos catalanes ya sabemos lo que se puede esperar del nuevo equipo de la Generalitat: la parálisis absoluta de Cataluña, la continuidad de su pérdida progresiva de peso en la economía nacional, el desistimiento de una sociedad que ya está rota y que nadie va a intentar volver a unir, aunque sea levemente y tantas otras cuestiones lacerantes que están dañando gravísimamente a esa población.

La escena a la que asistimos ayer es la repetición de un fracaso. Y así seguirá siendo mientras la población catalana no recupere algo de su antiguo vigor y en la próxima convocatoria electoral –que muy probablemente volverá a ser, una vez más, para elecciones anticipadas- acuda masivamente a las urnas, como han acudido los electores en Madrid, y certifique lo que los sondeos apuntan cada vez con mayor claridad: que el apoyo a la independencia lleva un camino decreciente de modo que esa argucia empleada tras el 14F de que el apoyo al independentismo supone ya el 52% del electorado se desmonte definitivamente con los verdaderos datos en la mano.

La realidad contante y sonante es que los votos al independentismo en las últimas elecciones sumaron el 25% del censo electoral. Lo del 52% conseguido es otra de las muchas ficciones de las que los secesionistas necesitan alimentarse para seguir viviendo.

Mientras tanto, los únicos avances a los que pueden aspirar los nuevos ocupantes de la Generalitat serán los que vengan de la mano del presidente Pedro Sánchez a través de la Mesa de Diálogo donde volverán a plantear la celebración de un referéndum y la aprobación de una amnistía. O los que les lleguen directamente de las iniciativas del Gobierno que están rondando en el ambiente político nacional desde hace meses: la concesión de un indulto a los condenados o la revisión del Código Penal para modificar a la baja las penas relativas al delito de sedición.

Una decisión favorable a los intereses de los independentistas catalanes le supondría en estas circunstancias un precio altísimo en apoyos al presidente y a su partido

No están las cosas ahora mismo en el Gobierno como para meterse en esa clase de berenjenales, sobre todo, en vista de la determinación de los secesionistas catalanes de seguir retando al Gobierno para intentar que se sume a su intento de asalto al Estado constitucional o lo permita de algún modo. Una decisión favorable a los intereses de los independentistas catalanes les supondría en estas circunstancias al presidente y a su partido un precio altísimo en apoyos.   

No tienen un buen panorama ahora mismo Pedro Sánchez y su gabinete. Las cosas se le han torcido cuando esperaban tener un par de años tranquilos que les permitieran contentar a sus socios de investidura, a quienes tanto necesitan para sobrevivir en el poder. Pero desde el fracaso del intento de demoler el poder autonómico del PP empezando por descabalgarle del gobierno de Murcia, las cosas se le han ido torciendo cada vez más al Gobierno hasta culminar en el último conflicto por ahora, como es la crisis diplomática y humanitaria provocada por Marruecos y que no tiene visos de resolverse en el corto plazo.

Por eso la presentación ayer del “Informe España 2050. Fundamentos y Propuestas para una Estrategia Nacional de Largo Plazo”, con ser un trabajo académico muy apreciable, no le ha servido ni le va a servir ya para que los ciudadanos dejen de posar su preocupada e inquieta mirada en el oscuro y amenazador presente para pasar a regocijarse en lo que pueda deparar el destino de España a las generaciones de dentro de 30 años.  

Sánchez no tiene ya la opción de refugiarse en el futuro para escapar del presente sombrío que ahora le interpela todos los días.

Primera falsedad: “Presento mi candidatura para culminar la independencia de Cataluña”. El candidato a presidir la Generalitat empieza su discurso de investidura envolviéndose en una fantasía recurrente, lo cual supone la enésima prueba de que los independentistas, tanto dirigentes como partidarios, necesitan mentirse sistemáticamente para poder seguir deambulando por la rueda sin fin de una independencia que ni declararon nunca salvo durante unos segundos, ni ha existido, ni va a existir y que no se puede culminar porque no llegó a nacer.

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