El desafío que estamos viviendo estos días por parte de Marruecos al derecho internacional es un chantaje político y diplomático en toda regla. Felizmente, ni España ni la Unión Europea, parecen dispuestos a consentirlo. Tal vez, seguro, porque esta vez se ha ido demasiado lejos. La irrupción de ocho mil inmigrantes que por tierra o mar han entrado en territorio español y europeo a través de la ciudad de Ceuta es un nuevo pulso del peculiar monarca alauita, Mohamed VI, a cuyo padre, Hassan II, don Juan Carlos llamaba ‘hermano’, que ha colmado definitivamente el vaso de la paciencia de Madrid y de Bruselas.

Me propongo analizar esta crisis, en el presente artículo, desde todos los puntos de vista: el geopolítico y el diplomático, por supuesto, pero también el humanitario.

Historias que tienen nombre y apellidos

Me interesa comenzar, sobre todo, por las historias personales. Sé que, por mil veces repetido, parece un tópico exasperante y aburrido... casi pura demagogia. No me importa porque, no por ello, deja de ser cierto: cada una de esas frías cifras son personas, son vidas, son hombres y mujeres... son sueños rotos. Leo en las últimas horas en distintos medios historias como la de Ahmed, que se embarcó en un sueño que se ha tornado imposible y que después de cuarenta y ocho horas sin probar bocado busca, desesperadamente, la manera de regresar a su casa sin que sus padres noten que ha faltado varios días. Por eso no se deja fotografiar. Aiman fue de los primeros en cruzar la frontera y quería llegar a Barcelona, donde supone que vive su padre, que llegó a España en 2007 para encontrar trabajo. Incapaz de moverse por la península y sin un euro en el bolsillo, ha decidido regresar. Dice que no le gusta su rey pero que aquí tampoco tiene nada que le garantice un futuro mejor, ni esperanzas de encontrarlo.

Más dramático es el capítulo de cientos de niños de doce años o incluso menos, que fueron reclutados a las puertas de sus colegios, engañados y sin permiso de sus padres, que ahora los reclaman desesperados. Muchos de ellos ya han sido devueltos. Otros no tienen ni siquiera forma de ponerse en contacto con ellos ya que sus móviles quedaron empapados o inutilizados durante la travesía. Las autoridades ceutíes han recibido ya…  ¡más de cuatro mil llamadas! Reclamándoles.

El relato no mejora si atendemos a otros perfiles. Hombres hechos y derechos, de entre veinticinco y cuarenta años que no piensan volver, bajo ningún concepto. Aquí no tienen nada, pero esa misma nada es lo que dejan tras de sí. En su país, Marruecos, que dista mucho de ser una democracia plena, con suerte les espera la miseria… o algo mucho peor: la cárcel. En España, puerta de entrada a esa presunta 'Arcadia feliz' que es para ellos Europa, les espera la incertidumbre. Cara o cruz; no tienen nada que perder. Se juegan su vida al rojo o al negro. Así de simple, así de crudo. Por ello, vagan durante los últimos días por las calles de Ceuta sin dinero, sin rumbo… y sin nada en el estómago.

Se ha incidido ya durante estos días en una obviedad: esta crisis no afecta solo a España, al igual que la de 2015 en Lampedusa no afectaba únicamente a Italia, o la que le tocó vivir a Ángela Merkel, con miles de refugiados sirios a sus puertas. Ambos Estados son frontera de la Unión Europea y la respuesta debe ser común y articulada. Sobre el papel, como siempre, buenas palabras... y pocos hechos. Aunque percibo en esta última crisis una voluntad real de Bruselas de tomar cartas en el asunto, de una forma que en 2015 ya me hubiera gustado ver cuando en el sur de mi país se vivieron circunstancias durísimas. Lejos queda, a Dios gracias, aquellas inaceptables palabras de una comisaria nórdica, que ya es pasado, ironizando cruelmente acerca de la capacidad política y diplomática de sus socios del sur.

Hay herramientas… ¡Utilícense!

Como se sabe, las autoridades europeas disponen de diversos mecanismos de ayuda a los países con problemas: desde los financieros, como el famoso 'Fondo de Solidaridad', que el ministro Marlaska no ha considerado necesario activar por el momento, hasta la Agencia de Fronteras, FRONTEX, que pone a disposición de los Estados miembros todos cuantos refuerzos puedan necesitar las policías nacionales, ejército o los servicios de socorro como la Cruz Roja. Para que esta última herramienta se active, deben ser los países afectados quienes la pidan, cosa que España, en el libre ejercicio de sus decisiones soberanas no ha hecho... hasta el momento. 

No estamos solo ante una crisis humanitaria y migratoria; sí ante una crisis diplomática en toda regla

Es sabido que Marruecos, como no podía ser de otra manera, es un tradicional amigo y aliado de España, por razones geoestratégicas y de vecindad. Es también de sobra conocido que las relaciones entre los dos países, siendo 'especiales', a veces han atravesado por crisis que más provienen de una diferente forma de entender la diplomacia que de problemas reales.

En el caso que nos ocupa, España ha partido ante el chantaje alauita desde una posición desairada: Los EEUU se han inhibido, argumentando que es un problema entre Marruecos y España y es a ellos a quien toca resolverlo. Algo que ha hecho pensar a muchos que Joe Biden ha optado por respaldar al país africano, con quien comparte maniobras militares en el Estrecho en los próximos días. En cuanto a Francia, antigua potencia colonizadora, aún no se ha pronunciado. Y no es baladí, habida cuenta de la influencia que sigue ejerciendo en aquel país.

¿Errores de España? Puede. ¿Chantaje marroquí? ¡Sin duda!

No haré 'sangre' política acerca de los posibles errores que se hayan podido cometer en las últimas semanas por parte del gobierno de Pedro Sánchez en este terreno. Gobernar España es muy difícil, dijo en cierta ocasión el fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba, y conviene no olvidarlo. Pero negociar con Argelia, tradicional enemigo de Marruecos, a espaldas de Mohamed VI, la entrada en España del líder del Frente Polisario, con causas abiertas en su país y en el nuestro, no parece haber sido la jugada más inteligente de nuestros diplomáticos en los últimos meses. Lo de dotar a este individuo de identidad y pasaporte falso y pretender que la inteligencia marroquí, una de las mejores del mundo, no se enterara, es, sencillamente, un chiste.

Conviene por lo demás no confundir al castigadísimo pueblo saharaui, y sus loables aspiraciones, con el Frente Polisario, como suele hacerse por regla general. Añádase que, el cobijo que ha prestado España en las últimas semanas no es la causa, y sí más bien la excusa esgrimida por los sagaces diplomáticos alauitas, para tensar de nuevo la cuerda con nuestro país. Lo que se ha visto en los últimos días es que, si Marruecos quiere, puede enviarnos miles de desesperados y desbordar la capacidad de nuestros servicios de acogida y asistencia, tan solo con mantener una actitud pasiva en su lado de frontera. Solo cuando las autoridades marroquíes han cerrado el paso por Tarajal, ha amainado de golpe el flujo de inmigrantes y nuestro Ejército, Policía, Guardia Civil y Cruz Roja han podido respirar aliviados.

¿Mera advertencia? ¿Demostración de fuerza adobada con postureo diplomático que ha incluido la retirada de su embajadora en Madrid? Es evidente que un poco de todo, aunque tampoco creo que convenga alarmarse en exceso: ya hace veinte años, cómo pasa el tiempo, de la 'crisis de Perejil': una invasión que comenzó presagiando aires, casi de guerra por parte de los más catastrofistas, y devino en sainete, con aquel ministro, Federico Trillo, y sus soflamas, más propias de arengas decimonónicas que de la vida real del siglo XXI. 

Unidad, señores políticos… por favor

Me interesa destacar que, en asuntos de tal delicadeza, las fuerzas políticas deben caminar juntas. Es impresentable el espectáculo dado el pasado miércoles en el Congreso por un líder de la oposición que, lejos de arrimar el hombro en una crisis de Seguridad Nacional, hace leña del presidente al que acusa de no estar a la altura de la defensa de los intereses de España.

De igual forma, tampoco me gustaron las invectivas de Sánchez contra Casado y el que revelara el tono de unas conversaciones privadas entre ambos -con el ánimo de denunciar las contradicciones del presidente del PP- y que hubieran debido quedar entre los dos. Bien como siempre una de mis ministras preferidas: Margarita Robles. Siempre en su papel, de una impecable seriedad institucional que tanto se echa en falta a veces en situaciones como la que estamos viendo. 

Queda ahora por resolver el espinoso asunto del reparto de muchos MENAS que no pueden volver a Marruecos. Las comunidades autónomas, se está viendo, están arrimando el hombro para acoger, cada una en la medida de sus posibilidades, a un determinado porcentaje de ellos. Excelente trabajo de coordinación, por cierto, de la flamante ministra, Ione Belarra, que se enfrenta así a su primera gran prueba de fuego. Enorme el esfuerzo también estos días de Interior, con su titular, Fernando Grande-Marlaska al frente. No puedo olvidarme de la nauseabunda amenaza de Vox en Andalucía de retirar su apoyo a Moreno Bonilla si acoge a 15 o a 20 menos... o a los que te pudieran corresponder. O Vox 'se hace mayor' políticamente, o le auguro un futuro poco prometedor en la política española.

O de una vez por todas España y la UE se plantan ante el chantaje de las autoridades marroquíes, con su rey a la cabeza, o seguiremos periódicamente atravesando por este tipo de terribles episodios. Terrible, sobre todo, para los 8.000 seres humanos que han atravesado en los últimos días la frontera, casi 6.000 de los cuales ya han sido devueltos.

Ya está bien de que el dinero sea lo único con lo que se puede ‘comprar’ el apoyo de Marruecos, país que, reitero, dista mucho aún de ser una democracia consolidada, por decirlo finamente. Los 13.000 millones que se han entregado a Mohamed VI y a su gobierno en estos últimos años debieran haber servido para fomentar políticas activas de empleo y desarrollo. Solo así, podrían evitarse dramas como los que seguimos sufriendo y que abochornan a España, a la UE y a todo el mundo civilizado, en pleno siglo XXI.

El desafío que estamos viviendo estos días por parte de Marruecos al derecho internacional es un chantaje político y diplomático en toda regla. Felizmente, ni España ni la Unión Europea, parecen dispuestos a consentirlo. Tal vez, seguro, porque esta vez se ha ido demasiado lejos. La irrupción de ocho mil inmigrantes que por tierra o mar han entrado en territorio español y europeo a través de la ciudad de Ceuta es un nuevo pulso del peculiar monarca alauita, Mohamed VI, a cuyo padre, Hassan II, don Juan Carlos llamaba ‘hermano’, que ha colmado definitivamente el vaso de la paciencia de Madrid y de Bruselas.

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