Aquí siempre tenemos que esperar al fútbol para que nos haga conscientes de las cosas. Conscientes de que no éramos la furia sino tuercebotas y pobres con la fruta del tiempo divinizada (Naranjito y tal), de que se gana con talento (el tiquitaca y eso) y no con estampitas ni con esos cojones del Fary como dados de peluche de taxi, o de que incluso yendo de país exitoso sólo parecemos Sergio Ramos, todo peluche de funda de volante también. Ahora la gente está dividida por la vacunación de la selección de fútbol, que a unos les parece más importante que vacunar a la Legión y a otros que es como ir a vacunarse a Qatar con una jeringa de oro como un mechero de oro, y con Xavi de palmero. En realidad no podemos decir si es necesario o justo vacunar a los futbolistas porque ni siquiera se sabía si era necesario o justo vacunar a los policías y guardias civiles de Cataluña, por ejemplo. 

Aquí se han saltado el turno de vacunación obispazos, concejalillos, consejeros, enchufados, mindundis de balcón de cabalgata municipal y jefazos de telefonazo antiguo de charol. Incluso respetando el orden, te puedes encontrar con que un nutricionista es personal esencial, quizá por trabajar con puro zumo de Naranjito, pero no lo son los cajeros o los camareros. Así que el que te recomienda el zumo en una consulta con acuario está vacunado, pero no el que te lo cobra o te lo lleva entre un barullo de domingueros con las mascarillas como cenicero para las cáscaras de pistacho. Hasta el mosso tiene un escalafón diferente para la vacuna, como lo tienen los presos indepes para la libertad o la impunidad. La justicia, la utilidad, la ejemplaridad, el criterio técnico y hasta el sentido común no significan nada cuando todo en la pandemia ha sido, desde el principio, arbitrario, interesado, improvisado, escamoteado, oportunista, ventajista, o sea simplemente político.

Nos preguntamos si hay que vacunar a los futbolistas, no tanto para que no enfermen sino para que no nos perdamos la fiesta nacional, y la respuesta científica es que no hay respuesta científica. Tampoco hay respuesta científica a que los bares que el otro día tenían que cerrar (era algo de “obligado cumplimiento”, decía la ministra Darias con gravedad enmascarada de verdugo), ya no tengan que cerrar. Ni para que el estado de alarma dejara de ser necesario justo cuando Sánchez lo apuntó, seis meses antes, como si Homer Simpson apuntara su aniversario de boda. Ni para que AstraZeneca se convierta en enemigo del Gobierno y merezca campañas en contra, incluso divulgando los trombos, los muertos y casi los chips de Bill Gates.

Aquí tenemos que esperar a que el fútbol nos haga conscientes de esas cosas, de que nunca hubo reglas sino arbitrariedad

Aquí, mientras el bicho seguía haciendo básicamente lo mismo, la mascarilla ha sido innecesaria y obligatoria, el mando centralizado ha sido tan imprescindible como la cogobernanza, el estado de alarma ha sido el único plan posible a la vez que algo que había que superar, y todo así. Vencíamos al virus cada vez que Sánchez se bajaba o subía del velero, igual se proclamaba el verano del amor que se cerraban bares, calles, noches y provincias como cajitas de música; la desescalada era como un telecupón nacional o un grand prix de pueblos con una vaquilla detrás, y en todos los casos la razón científica no era otra que Sánchez apareciendo o desapareciendo, o Simón subiendo o bajando la misma ola como un surfista con la misma camisa cocotera y la misma canción californiana. Aquí incluso el puro de Revilla ha sido y no ha sido el puro de Revilla, y pretendemos ahora que nos den razones para vacunar o no vacunar a nuestros futbolistas o gladiadores.

La gestión de la pandemia nunca tuvo lógica, sólo justificaciones. Recuerden al maestro de la justificación, Simón, que cada día salía como si se le hubieran quemado las tostadas, siempre de manera catastrófica, inevitable y muy científica. Es cierto que ha perdido protagonismo, porque ya sabemos que lo que nos va a salvar son las vacunas, no la manera que tenga él de coger las curvas, como si fuera Carlos Sainz, o de prepararnos el jarabe como unas gachas de pastor. Pero yo creo que esto de la vacunación de la selección tendría que explicarlo Simón, que es así como la gente se queda tranquila. Simón lo explicaría como una cosa que tenía que pasar y no podía pasar de otra manera, incluso le metería al asunto física, una física como de cañonazo de Roberto Carlos, y seguro que así olvidaríamos la polémica.

La selección se vacunará, por supuesto, cosa que se justificará en su propio hecho (ésa es la única lógica científica, termodinámica, de la pandemia, que lo ocurrido ha ocurrido). Saldrá Simón, o uno desea que salga Simón, que ya es un icono tierno del pasado, como si fuera Fofito o el Tigretón; o saldrá Darias, que lo mismo cierra que abre bares, que lo mismo anima con una vacuna que asusta con otra; saldrá quien sea, en fin, como ha ocurrido hasta ahora, y la necesidad de vacunar a la selección será tan científica como todo lo demás, o sea nada científica. Aquí tenemos que esperar a que el fútbol nos haga conscientes de esas cosas, de que nunca hubo reglas sino arbitrariedad, de que hacer algo y lo contrario tiene la misma ciencia y el mismo Gobierno. En justa reciprocidad, también la realidad de la pandemia nos hace conscientes de asuntos futboleros, o sea de que ni vacunándose sólo los jugadores del Real Madrid éstos irían a la selección.

Aquí siempre tenemos que esperar al fútbol para que nos haga conscientes de las cosas. Conscientes de que no éramos la furia sino tuercebotas y pobres con la fruta del tiempo divinizada (Naranjito y tal), de que se gana con talento (el tiquitaca y eso) y no con estampitas ni con esos cojones del Fary como dados de peluche de taxi, o de que incluso yendo de país exitoso sólo parecemos Sergio Ramos, todo peluche de funda de volante también. Ahora la gente está dividida por la vacunación de la selección de fútbol, que a unos les parece más importante que vacunar a la Legión y a otros que es como ir a vacunarse a Qatar con una jeringa de oro como un mechero de oro, y con Xavi de palmero. En realidad no podemos decir si es necesario o justo vacunar a los futbolistas porque ni siquiera se sabía si era necesario o justo vacunar a los policías y guardias civiles de Cataluña, por ejemplo. 

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