Lorca, siempre Lorca. Y Calvo, siempre Calvo. Lorca es pura España no por lo que fue haciendo yendo del casticismo a la innovación, que así se resume el viaje de toda la cultura española, un viaje siempre como de alguien en carreta. Lorca es pura España porque es la cultura que se convierte en producto ajeno a la cultura, o que sólo se consume como producto ajeno a la cultura. Una cosa fetichista, caníbal y hasta ridícula, como esos chocolates de Salzburgo con el nombre de Mozart, con la diferencia de que allí al menos sí escuchan a Mozart. O aún más, una cosa política, militante, que convierte al poeta en una especie de líder agrario de pitiminí. Por algo parecido, Carmen Calvo también es pura España.

Calvo es esa España que consume a Lorca como un alfajor o se lo pone como brazalete de luto de alcalde o como mantilla de maja de las fiestas. Calvo es esa España que maneja la política más o menos igual que la cultura, entre el pregón de pescadero, la petulancia de gallera y la ignorancia de compadre.

Calvo ha tenido muchos despistes y ha dejado ver muchos agujeros en su formación, su intelecto y su incontinencia"

Lorca, siempre Lorca. Carmen Calvo, o su equipo de comunicación, que anda buscándole productos para su política como un ventero productos para su venta, no pudo resistirse a usar a Lorca como fetiche, como guirnalda o como gran sonajero de forja como un farol de forja. Carmen Calvo ha tenido muchos despistes y ha dejado ver muchos agujeros en su formación, su intelecto y su incontinencia, desde decir que “el dinero público no pertenece a nadie” a confundir el latinajo “dixit” con los ratones a los que perseguía aquel gato andaluz. Pero ahora no ha sido Calvo, no es culpa de Calvo, sino de esa manera de hacer política del producto y de la oportunidad.

El equipo de Calvo supongo que sentía que tenía que meter a Lorca de alguna manera estos días, encabalgado como si sólo fuera una drag queen, y la obra Una noche sin luna ofrecía el producto y la oportunidad empaquetaditos, como esos perfumes de morerías exprimidas con viruta y celofán. Parece que se trata de un Lorca un poco empanado en sí mismo, por lo que he podido leer, pero que sigue siendo Lorca, tiene ese hierro al rojo de todo lo de Lorca en su nombre de divisa, así que supongo que el equipo de Calvo vio que ahí había tuit, había venta, había Lorca político, Lorca crucificado y Lorca afaraonado. Pero nadie se fue a ver la obra, claro, como nadie lee a Lorca en realidad, Lorca que es como nuestro segundo Quijote, el anaquel fantasma de todas las estanterías y todos los bachilleres.

La obra es un monólogo, pero quién iba a suponer que se hagan monólogos ahora, cuando el teatro tiende a parecerse a La que se avecina. Queda, como mucho, la eternidad monologante de Delibes, que es la eternidad de Lola Herrera, más viuda de Delibes que una viuda de verdad, o la eternidad de José Sacristán, en el que parece que se van sucediendo actores inmortales en el mismo cuerpo flaco, sin aparente fin. El equipo de Calvo, pues, se encontró con un solo nombre de actor, Juan Diego Botto, cosa que no les cuadraba. Quiero decir que enseguida verían que ahí faltaba paridad, diversidad y teatro bullanguero como su política bullanguera; que no podía haber un Lorca político, gubernamental, calvista, que pareciera un 'señoro' solo en su salón de fumar.

Lorca, siempre Lorca. Aunque uno no vaya a ver la obra, ahí están su marca y su eufonía españolas, como la más culta de las panderetas"

Calvo y el socialismo se habían currado mucho el feminismo para que la obra fuera un señor hablándose a sí mismo como ante el espejo de afeitarse. Lorca, como marca política, como cultura comprada como pegatina política, con su homosexualidad política y su muerte de Cristo político, estaría incompleto. No habían ido a ver la obra porque la obra no importaba, el Lorca icónico ya estaba ahí y no fue la ignorancia ni la torpeza, sino la obviedad, lo que les hizo añadir el resto de actores y actrices que no había, pero que eran necesarios. Sí, yo creo que el famoso tuit se fue construyendo solo, por necesidad política, por lógica política, alrededor de un Lorca esquinado no por ningún reparto ficticio sino por la lorquidad ficticia, por la cultura ficticia y la política ficticia que maneja Calvo.

Lorca, siempre Lorca. Aunque uno no vaya a ver la obra, ahí están su marca y su eufonía españolas, como la más culta de las panderetas. A Lorca la mayoría de la gente no lo ha leído ni lo ha visto representar, sólo le suena de placas de calle, de centros culturales con mucha fragua municipal, de esa gitanería de payo que dejó por ahí, delicada y falsa como si fuera japonesa, y de una leyenda de fantasmas y quijadas de la guerra que andan siempre moviendo como un saquito de huesos o monedas. A la gente no le importa si Lorca acaso superó el surrealismo poniendo más instinto y sinestesia que automatismo, ni que escribiendo en Nueva York pareciera crear Nueva York, como rápidas y oscuras estalagmitas desde sus dedos. No, Lorca es mayormente una marca de españolidad para extranjeros, mezcla de verdad, invento y anacronía, como nuestras paellas cámbricas, como el matador cretomicénico, como el amante bandolero.

Calvo, hable ella o hablen sus oficialas, también es otra marca de españolidad, la de la cultura sin asomo ni envidia de cultura y la de la política como invasión bárbara o boba de toda la sociedad. Calvo, siempre Calvo. Al final, es ella la que nos desvela la verdad de la política, que es casi una verdad poética: no saben nada. Y ahí cae el telón resbalando como una hemorragia.

Lorca, siempre Lorca. Y Calvo, siempre Calvo. Lorca es pura España no por lo que fue haciendo yendo del casticismo a la innovación, que así se resume el viaje de toda la cultura española, un viaje siempre como de alguien en carreta. Lorca es pura España porque es la cultura que se convierte en producto ajeno a la cultura, o que sólo se consume como producto ajeno a la cultura. Una cosa fetichista, caníbal y hasta ridícula, como esos chocolates de Salzburgo con el nombre de Mozart, con la diferencia de que allí al menos sí escuchan a Mozart. O aún más, una cosa política, militante, que convierte al poeta en una especie de líder agrario de pitiminí. Por algo parecido, Carmen Calvo también es pura España.

Contenido Exclusivo para suscriptores

Para poder acceder a este y otros contenidos debes ser suscriptor.

¿Ya estás suscrito? Identifícate aquí