La España multinivel se puede meter entera en el Convento de San Esteban, como bajo la peluca de piedra de Colón o el miriñaque de piedra de Dios o de Isabel la Católica o de Sánchez, con los presidentes autonómicos como enanos bajo un miriñaque. La España multinivel se puede meter entera en el sofá todo de nata de la Moncloa, con un Tàpies detrás como un desconchón genial o una ventana mediterránea descolgada pero también genial, y Sánchez intercambiando libros de abadía o licores de abadía o patenas de abadía con Torra o Urkullu o el que sea. La España multinivel se puede meter entera en sólo dos mesas, la comisión bilateral con la Generalitat, protocolo o contrato de dos como un vals de novios, y la mesa de negociación, ya más caótica y salvaje, como la mesa de los niños de la boda. Quiero decir que la España multinivel va a estar donde quiera Sánchez y va a ser lo que quiera Sánchez, y que los dineros los va repartir Sánchez como él quiera y lo demás es campanazo y paseíllo.

Tirar del vestido flotante de Sánchez no es una manera de federalismo ni una forma de financiación autonómica ni una lucha de presidentes como de pretendientes de Penélope. Es, simplemente, tirar del vestido de Sánchez, como tiraría una menina. Bueno, Cataluña no tira del vestido, sino de la campana, pero eso son matices. El caso es que Sánchez tiene muchos millones brillantes y calentitos, con esa cosa de tarta recién hecha que tienen los billetes nuevos, y que no los va a repartir como confeti sino como tartazos de cine mudo, a capricho. Aquí se supone que hay una ley para la financiación de las autonomías, pero es otra tarta de papel o de merengue porque en cualquier momento la España multinivel se reúne a la sombra de una arcada o de una teterita o de un repellado de Tàpies y ahí vuelan los millones en botafumeiro o en terroncitos según le convenga al presidente.

Sánchez va a vendernos dinero visible, explendideces visibles, la España multinivel funcionando en modo multicopista o en modo crupier"

Sánchez nos vende o nos va a vender mucho merengue de dinero para las autonomías, va a hacer que se vea mucho ese mazo de dinero y de hojaldre volando sobre carritos por el salón de bodas, igual que esas tartas con sable, que son como naipes del as de espadas, que trae el camarero con ceremonia excesiva y retumbante, ceremonia que a veces parece la de la decapitación con sable de la tarta o de los novios. Tartas rellenas de palomas o dinero servido con cabello de ángel con los que intentará que olvidemos que todo eso es arbitrario y que la arbitrariedad es la forma más ladina de injusticia. Sánchez nos va a enseñar mucho dinero, así haciendo sonar el taco como cuando se abre un abanico, y mostrando la arquitectura griega de los billetes europeos moverse como un zoótropo. Pero hay que desconfiar de este dinero, no porque sea más o menos cantidad o porque parezca dinero de discoteca rusa, sino por el otro dinero que no se va a publicitar, por los pactos que no vamos a conocer o sólo conocerá Tàpies.

Sánchez va a vendernos dinero visible, explendideces visibles, la España multinivel funcionando en modo multicopista o en modo crupier, como una máquina lanzapelotas, pero uno piensa más en el dinero invisible. Al menos, invisible para nosotros, ese dinero que sólo se ve desde la ventana descascarillada de Tàpies, por la que quizá se asoma aquella mujer de la ventana de Dalí, al otro lado del cuadro y de los estilos; el dinero que sólo se ve un momento rodando por las mesas de negociación, como monedas por una barra de bar de cinc, antes de que se cojan al vuelo como los cacahuetes. Es verdad que con los indepes se negociarán otras cosas que parecen invisibles, platónicas, pero en realidad todo se va a traducir en dinero o en holgura para manejar dinero. La nata del sofá de la Moncloa, las fachadas derretidas de Tàpies, el serrín de las mesas de negociación, los ideales patrióticos o los cañizos tribales o la izquierda de batín, los escaños con su claque de corrala; todo eso se convertirá en algo que cabrá en una talega o en una alforja y que pagará algún año más de presidencia a Sánchez. Lo demás es dinero de padrino con colores de corbata de padrino para pagar puros de padrino.

La España multinivel se puede meter bajo un arco con la altura y la forma del perchero de Dios, o se puede meter en un bolsillito de chaleco, como un reloj de jefe de estación. Se puede meter donde quiera Sánchez, porque sólo es una manera que tiene él de ponerle nombre de webinario a su conveniencia y a sus santos webinarios presidenciales. Pasa con los dineros autonómicos como pasa con el bicho, no hay criterios claros ni objetivos para decidir nada porque lo que conviene es que no haya criterios, sino arbitrariedad. O sea, que con Sánchez nunca sabe uno si va a salir vivo o muerto, con mascarilla o con sonrisa, pobre o agasajado.

Pasa con los dineros autonómicos como pasa con el bicho, no hay criterios claros ni objetivos para decidir nada porque lo que conviene es que no haya criterios, sino arbitrariedad"

Sí, uno querría ver cómo se reparte el dinero invisible, no por morbo ni cotilleo ni por ver el idealismo republicano o la socialdemocracia discotequera de Sánchez ahí en bolas y con liguero de calcetines, como un comisario pillado en un puticlub. Uno querría verlo para que los verdaderos agravios pudieran constatarse sin más que contar las monedas chupadas y los billetes desplanchados. No lo veremos, pero quizá no hace falta, basta ver el otro lado, el otro dinero anunciado como un fichaje de Florentino; el otro dinero, en realidad, arrojado al aire como propinas de limpiabotas. Uno querría normas claras para el dinero o para la pandemia, pero esto es lo que hay. Eso es la España multinivel y la España de la cogobernanza, tirarle a Sánchez de la falda o del badajo, debajo de los cielos enladrillados y los muros encielados de Tàpies o de las cuevas altamiranas o bizantinas de la fe sanchista, debajo de cúpulas para los dioses o sólo para la sopa.

La España multinivel se puede meter entera en el Convento de San Esteban, como bajo la peluca de piedra de Colón o el miriñaque de piedra de Dios o de Isabel la Católica o de Sánchez, con los presidentes autonómicos como enanos bajo un miriñaque. La España multinivel se puede meter entera en el sofá todo de nata de la Moncloa, con un Tàpies detrás como un desconchón genial o una ventana mediterránea descolgada pero también genial, y Sánchez intercambiando libros de abadía o licores de abadía o patenas de abadía con Torra o Urkullu o el que sea. La España multinivel se puede meter entera en sólo dos mesas, la comisión bilateral con la Generalitat, protocolo o contrato de dos como un vals de novios, y la mesa de negociación, ya más caótica y salvaje, como la mesa de los niños de la boda. Quiero decir que la España multinivel va a estar donde quiera Sánchez y va a ser lo que quiera Sánchez, y que los dineros los va repartir Sánchez como él quiera y lo demás es campanazo y paseíllo.

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