El 12-O salen presidentes escaldados como en la gran olla de patatas
del cuartel, salen banderas deshilachadas de cielo como de metralla, sale
siempre el huevo de Colón momificado, y sale siempre la cabra de la Legión, que es una cabra romantizada en sirena de pueblo, como una Aldonza Lorenzo colocada de mascarón de proa. España no es, ni deja de ser, su presidente acercándose al Rey como un gato con sus andares de gato, ni una bandera a cañonazos, ni un ejército de peana de plástico, ni el huevo de Colón como el huevo de águila de Gerardo Diego. Lo que pasa es que no tenemos educación simbólica ni cívica y lo confundimos todo. Alfonso Guerra ha dicho que la gente “abuchea a un presidente y aplaude a una cabra, cada uno elige quién lo representa mejor”. Y no es ya que él fuera un poco también la cabra legionaria o trompetera de Felipe, es que este revoltillo de símbolo, realidad y proyección sigue haciendo que la Fiesta Nacional sea algo entre la mili en Ceuta y un ninot ideológico.

España no es la bandera ni la cabra ni un presidente intercambiable por la cabra. Ni siquiera es el Rey, allí bajo el baldaquino chorreante de entorchados, como un rey de los cascanueces, y al que se acercaba Sánchez buscando esa sombra gruesa de tapiz, esa sombra simbólica que tiene la Corona. Todo esto debería estar claro, pero no. Si hay algo en lo que el más facha y el más rojales coinciden el 12-O es en pensar que aquello sí es verdad, que todo eso de allí es exactamente España, la España que ama / odia. O sea, que ven un Rey de bronce de cañón, con la bandera nacional en el cielo igual que si estuviera bordada en su pañuelo o en su calzoncillo, y los Ejércitos tomando y colonizando todavía en su nombre los mazacotes de la Castellana, toda la España multinivel y todo el Imperio eternal como si tomaran la plaza de Cuzco.

Aquí no tenemos educación simbólica, pero es que tampoco tenemos simbología cívica

El fachilla y el podemita coinciden el 12-O por su literalidad, por su incapacidad de procesamiento simbólico, por su falta de sutileza lingüística, que es mental. Incluso creerán que una cabra manda más que la democracia, como el corderito santo de una Virgen generala. Y si la bandera de la Patrulla Águila se deshilvana o se desangra por un costado violáceo de torero o de guerrillero, eso les trae enseguida el sueño o el susto de la República. Hasta Colón, que sólo era un marino que se hizo trampas con los mapas y que murió creyendo que había llegado, como pretendía, a Asia, les parece un gran cosechador / pisoteador de tierras y almas.

Aquí no tenemos educación simbólica, pero es que tampoco tenemos simbología cívica, que ésa es otra. El gran acto del día nacional es sobre todo un acto militar, el jefe del Estado tiene que usar la iconografía militar, robar la simbología militar como si le robara el uniforme al padre, y aparecer en su tribuna como en un puente de mando, con sus fajines de nudo marinero y sus finos tahalíes. Hasta la bandera es militarizada, bombardeada literalmente por aviones. Sin más simbología cívica que los sellos, sólo queda la muy abrillantada ceremoniosidad de lo militar y, claro, de la religión. Todo el acto termina sumergido en humo de pólvora y en la pila religiosa, con la bandera como sudario y una canción que dice que “la muerte no es el final”.

El Estado no tiene más que ceremonias prestadas, que ya vieron aquella que se inventaron para las víctimas del virus, entre entierro de un loro y olimpiadas universitarias. Pero, aun así, hay gente que no distingue un desfile de una invasión, o un presidente de una cabra. Piensa uno que, desde luego, desfilan los soldados porque ver desfilar a funcionarios de Hacienda o de Correos no haría tan bonito. De todas formas, resulta extraña la crítica de la izquierda a estas exhibiciones militares, ellos que adoran a líderes vestidos de caqui, con la metralleta como el mechero, o aquella URSS con soldados hormiga llevando enormes ojivas nucleares de lentitud santa y acojonante.

Le ponen un 12-O diseñado a la antigua a una ciudadanía que es literal y perezosa y por eso siempre pasa lo mismo, la bandera de Marujita Díaz empapada en sangre o en vinillo de Rioja, el Ejército que la gente se cree que va haciendo el asfaltado de la Patria, el Rey mirando aquello como si fuera su colada, y, claro, una cabra que es como la inocente brutez del pueblo con rango de cabo primero, de alcalde o, según Guerra, hasta de presidente. Ah, y el huevo de Colón, como un huevo cósmico filosófico o un huevo duro del pícnic del día. Sí, parece que ése es el problema que tienen ahora las Américas, no Maduro ni AMLO ni Ortega ni el peronismo ni el narcotráfico, ni siquiera Nixon o Kissinger o Trump, sino la colonización española, que es como si aquí les echáramos todavía la culpa a los romanos o a los vándalos.

España no es eso del 12-O, pero está ahí. España no es algo que es, sino que está

Siempre pasa lo mismo el 12-O, salen momias, bellos paños, cornetas de pólvora y una bandera herida como un delfín. Hay polémica y coñas porque mucha gente no sabe, no se les explica bien, cuál es el papel del Ejército, del Rey, de la bandera, del presidente y hasta de una cabra heráldica o lechera en nuestra democracia, más que nada porque aún hay muchos que no saben qué es la democracia o no la quieren. España no es eso del 12-O, pero está ahí. España no es algo que es, sino que está. Banderas, cabras, presidentes y reyes son símbolos que, aunque vengan de otro sitio, ahora refieren a lo mismo, a eso que no es una esencia ni un sentimiento sino un contrato social. Lo demás es superstición. Aunque, eso sí, los firmantes de ese contrato tienen derecho a la historia, a la melancolía y hasta a la cursilería. Tienen derecho incluso a aplaudir a la cabra, como si fuera Marujita Díaz embanderada, más que al presidente.

El 12-O salen presidentes escaldados como en la gran olla de patatas
del cuartel, salen banderas deshilachadas de cielo como de metralla, sale
siempre el huevo de Colón momificado, y sale siempre la cabra de la Legión, que es una cabra romantizada en sirena de pueblo, como una Aldonza Lorenzo colocada de mascarón de proa. España no es, ni deja de ser, su presidente acercándose al Rey como un gato con sus andares de gato, ni una bandera a cañonazos, ni un ejército de peana de plástico, ni el huevo de Colón como el huevo de águila de Gerardo Diego. Lo que pasa es que no tenemos educación simbólica ni cívica y lo confundimos todo. Alfonso Guerra ha dicho que la gente “abuchea a un presidente y aplaude a una cabra, cada uno elige quién lo representa mejor”. Y no es ya que él fuera un poco también la cabra legionaria o trompetera de Felipe, es que este revoltillo de símbolo, realidad y proyección sigue haciendo que la Fiesta Nacional sea algo entre la mili en Ceuta y un ninot ideológico.

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