Tomar la palabra y decir. Tomar la palabra y decirse a una misma y al mundo. Nombrar el mundo en femenino, como escribió María Milagros Rivera hace ya 27 años. Romper con el silencio impuesto a las mujeres durante siglos. Negarse a aceptar las reglas del juego que asociaban la pluma, y con ella el pensamiento, la filosofía y el conocimiento al sexo masculino. Tomar la palabra y decir para ser sujeto. Sujeto político, sujeto literario, sujeto de deseo. Tomar la palabra y decir para no ser objeto, para dejar de ser única y exclusivamente la servidora invisible del escritor, del pensador, del filósofo, del autor.

Tomar la palabra para transgredir los roles de género de la época, para actuar como mujeres degeneradas. Así lo hicieron decenas, cientos, quizás miles. Lamentablemente no las conocemos a todas. Muchas son las que la HISTORIA, la que escriben los vencedores, ésa que también escribieron ellos, ha conseguido silenciar. Como afirmaba Virginia Woolf, “en la mayor parte de la Historia, Anónimo era una mujer”. Consciente de ello, Caterina Albert firmó sus obras como Víctor Català. Como ella, tantas.

Pero a pesar de esa visión androcéntrica de la Historia, la autoría de muchas otras ha llegado hasta nuestros días. Desde la poeta Safo de Mitilene a la abadesa Hildegarda de Bingen, desde la oradora romana Hortensia a Rosalía de Castro. Hoy es el día de ellas. El día de las escritoras. El día de Emily Dickinson, María Zambrano, Gioconda Belli, Carmen Laforet, Gloria Fuertes, Sylvia Plath, Isabel Allende, Alejandra Pizarnik, Mercè Rodoreda, Josefina de la Torre, Irene Sola, Maggie O’Farrell, Maria Mercè Marçal… hoy es el día de todas y cada una de ellas. Pero hoy también es el día de las niñas. No es una casualidad.

Nuestro deber es mostrarles a las niñas del ahora y del futuro las obras de sus antepasadas

Las genealogías femeninas y feministas son necesarias para sobrevivir como mujer en el mundo. Por eso es nuestro deber mostrarles a las niñas del ahora y del futuro las obras de sus antepasadas, de aquellas que existieron antes que ellas. Aquellas que se atrevieron a salir de la oscuridad. Aquellas que decidieron abrir puertas violetas y transgredir lo que la sociedad de la época tenía pensado por y para ellas. Mujeres como Christine de Pizán, la autora de La ciudad de las damas. Una obra utópica, pero sobre todo una obra feminista, en la que la escritora tiene el encargo de tres damas (Razón, Derechura y Justicia) de construir una ciudad solo para las mujeres ¿para qué? Para escapar de las degradaciones y discriminaciones constantes a las que eran sometidas por parte de los hombres de la época. Era 1405.

Debemos conocer la Historia, la de las silenciadas, debemos enseñar la Historia, la de las transgresoras. La Historia completa y no sólo la de la mitad de este mundo ¿para qué? Para que nuestras niñas crezcan libres de roles y estereotipos, para que nuestras niñas sueñen con sus antepasadas, y junto a ellas construyan ciudades que respiren feminismo, que transpiren igualdad.


Sonia Guerra es diputada del PSC.